Opinión

¿Por qué amamos Game of Thrones?

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20 de abril de 2019, 4:00 AM
20 de abril de 2019, 4:00 AM

Diecisiete millones de personas sintonizaron HBO el domingo 14 de abril, para ver el primer capítulo de la última temporada de Game of Thrones. La serie superó su récord de televidentes. Medios locales y redes globales reflejaron este triunfo mediático. Bolivia no fue la excepción. En un contexto de múltiples plataformas, donde la oferta de entretenimiento parece inagotable, ¿cómo se explica el particular impacto de esta serie anglosajona? ¿cómo un éxito mundial es también una joya para la crítica audiovisual?

Para los reporteros del The Telegraph, esto se explicaría por los “personajes y la increíble prosa que parece emerger de los mismos”. Lucy Mangan -de The Guardian- comparte la idea, al afirmar que Game of Thrones tiene la habilidad de “hacer que te importen sus personajes”. Noel Murray, del New York Times, afirma que “la serie se enfoca en los personajes y diálogos antes que desarrollar toda la fantasía” y que los “dramas humanos reales, el emotivo heroísmo y los giros inesperados son las cualidades que han hecho de la serie un fenómeno internacional”.

Estas interpretaciones podrían complementarse con el análisis de M. Foucault (“cuando va al cine” P. Manglier y D. Zabunyan, 2012), quien consideró que las imágenes en movimiento tienen la virtud de hacer ver la realidad, de manera distinta, pero sin forzar la mirada del espectador; ver la historia colectiva y particular, de manera “molecular”, a través de sus pequeños engranajes. En el caso de Game of Thrones, y acorde a las críticas mencionadas, esto se logra porque sus personajes, los relatos y relaciones que construyen, hacen pensar a los televidentes en su propia condición social y humana, aunque la producción está situada en un espacio y tiempo irreal. Por ejemplo, la serie logra conectar la historia del conflicto por el trono de los siete reinos con la memoria por las tantas guerras que ha soportado la humanidad. Iniciadas absurdamente; sostenidas ambiciosamente y concluidas fatalmente, aún para quienes parecían más invulnerables.

En ese marco, las relaciones en las cortes y pasillos de las instituciones de ‘Westeros’ nos permiten ver cómo funciona el complot en instancias contemporáneas de poder y sus respectivos recovecos. Quizás, sin los dragones de por medio, pero ejemplos de ‘Little finger’ tenemos por montón. A esto, Foucault llamará “las tecnologías de poder” que el cine -o en este caso la televisión- nos permite ver.

Finalmente, como también advirtió el filósofo francés, la producción audiovisual -como GOT- incentiva una mirada implicada sobre nuestra propia condición personal. Pues estamos atravesados por el amor (representado por el querido Jon Snow o la cuestionada Cersei); el deseo por el cuerpo (criticado por beatos como el Gorrión Supremo); las estructuras familiares (complejas como los Stark, los Lannister o los Targaryen); el miedo a lo desconocido (por ejemplo, en relación al mundo de los muertos); y la idealización de los héroes, o heroínas como Khaleesi, que nos permiten cultivar la esperanza. Por todo lo mencionado, amamos Game of Thrones, porque es un reflejo sofisticado y exquisito de nosotros mismos. Aprovechemos sus últimos capítulos.

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