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18 de agosto de 2018, 4:00 AM
18 de agosto de 2018, 4:00 AM

Hasta después de 1929, año de la Gran Depresión económica, la producción de bienes y servicios, vale decir la riqueza de un país, se medía con diversos indicadores. Por ejemplo, kilómetros de vías férreas, cantidad de hierro producido, etc.

A partir de entonces y gracias al aporte del economista Simón Kuznets, ganador del Premio Nobel, el producto de una economía nacional en un periodo de tiempo empezó a medirse con el conocido índice del Producto Interno Bruto (PIB) que, hasta hoy, figura en informes oficiales, artículos periodísticos y trabajos de investigación.

En los últimos años, se han hecho más numerosas las voces que reclaman la urgencia de buscar otros indicadores que ayuden a entender mejor la realidad y, sobre todo, a orientar mejor las políticas públicas. El propio Kuznets hizo explícita, en su momento, su insatisfacción con su propio descubrimiento.

Según algunos testigos, el economista llegó a la conclusión de que el PIB, pensado con la intención de medir el “bienestar económico”, terminó siendo una medida de la “actividad en la economía”. “La diferencia - dice un comentarista - es que hay muchas cosas en la economía que no son buenas para la sociedad pero sí para la economía” y, sin embargo, están incluidas en la medida del PIB. Por ejemplo “si hay más crímenes se paga más a los abogados y a la policía y esto cuenta en el PIB”.

Ciertas consecuencias de la actividad económica, como la forma de distribución de la riqueza producida, no se expresan al medir el total de bienes y servicios producidos. Se dice, por ejemplo que el “ingreso medio” de los hogares en Estados Unidos está estancado en los niveles de los años 80. Ocurre que gran parte del crecimiento que se mide en el PIB se va a manos de un sector de la sociedad, el 1% o el 0,1%.

La economía, dice David Philling, especialista del Financial Times, es “lo que elegimos que sea”. Puede ser “más tiempo de ocio, una vida más larga, mejores servicios de salud o aire más limpio”. Estas cosas no se miden necesariamente al medir el PIB.

Y lo que vale es medir lo que nos importa, porque si no lo hacemos es probable que no sea considerado en las políticas públicas. A pesar de sus imperfecciones y limitaciones, la medida del PIB está lejos de ser reemplazada por otro indicador más satisfactorio.

Por ello, no queda sino acompañar a la medida simple de la actividad económica, la medida de otros fenómenos, como los expresivos del desarrollo social e incluyendo la “felicidad” cuya medida ha cobrado notoriedad en los últimos lustros.

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