Opinión

¿Quién cambiará Palmasola?

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22 de marzo de 2018, 4:00 AM
22 de marzo de 2018, 4:00 AM

Lo estamos viendo todavía. Quedamos de piedra cuando vimos imágenes macabras de los presos de un pabellón de la cárcel de Palmasola persiguiendo con lanzallamas a los de otro pabellón. Se lloró a demasiados muertos. Meses antes, los enfrentamientos fueron con cuchillos. Antes con armas de fuego o con garrotes. Cada vez surgen guerras internas más brutales, con más bajas. Se enfrentan por el poder y hace un par de días la última revuelta fue sangrienta.

En cada ocasión queda al desnudo el absurdo del sistema carcelario. La población se enerva y el Gobierno promete ocuparse del problema. Ya prometieron las estrellas. Juraron cambiarlo todo. Dice que en adelante las cárceles serán perfectas y sus autoridades las manejarán como no se ha manejado jamás una cárcel boliviana. ¿Por arte de magia se hará realidad el juramento? Si jamás cumplieron ningún juramento.

El crimen carcelario fue noticia mil veces. Lo denunciamos en un millón de ocasiones. Nunca movieron un dedo. Nunca cambiaron una norma. Nunca les importaron ni los muertos ni la crueldad, que es la vida de todas las cárceles del país. ¿Por qué la repentina conversión de ahora?
Las cárceles bolivianas son los espacios de la más inhumana e injusta convivencia. Las gobiernan los criminales más avezados. Seis mil presos les pagan a diario por medio metro cuadrado para dormir. Pagan para que no los maten. Pagan por recibir visitas o porque la familia les dejó un pan. Pagan a los extorsionadores oficiales para entrar cuando los envió el juez a prisión y pagan para que les permitan salir cuando el juez les da libertad. Son millones de dólares que mantienen robustas las grandes mafias de la delincuencia, que compran benevolencias de los guardianes, que pagan permisos para salir a delinquir y, sobre todo, pagan a los poderosos su imprescindible complicidad.

¿Por qué creer los discursos del Gobierno, si con ellos hemos logrado el récord mundial del país con más presos por habitante, a pesar de que los mayores delincuentes gozan de libertad? ¿Por qué creer las promesas de cambio, si en su Gobierno y con su nueva justicia se han batido todas las marcas mundiales de hacinamiento carcelario? ¿Cómo no dudar, si en su gestión se han alcanzado los más altos índices de población carcelaria sin sentencia condenatoria? ¿Por qué esperar otra cosa, si nunca se han atrevido a abordar la reestructuración policial? ¿Por qué esperar nada, si los cambios que han hecho en el sistema judicial han sido solamente para someterlo al partido? ¿Cómo esperar transformaciones que cuestan dinero, si nunca han hecho un presupuesto nacional que no tenga como prioridad el capricho presidencial?
¿Cómo podemos esperar un país mejor, si han ‘matado’ las escuelas, las que debieran formar ciudadanos inteligentes, críticos y libres, esforzados y responsables, tolerantes, respetuosos, honrados?

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