Opinión

¿Servidores públicos o torturadores públicos?

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26 de abril de 2018, 4:00 AM
26 de abril de 2018, 4:00 AM

Una de las heridas nacionales más dolorosas es la de los servicios públicos. Sus encargados están convencidos de que cuando atienden a la población, hacen un favor más allá de su obligación. Sobrellevan a disgusto esa ingrata consecuencia de su cargo. Aguantan con poca resignación la desagradable parte de la población que es su público. No han comprendido nunca y a ningún nivel que están para atender las necesidades de la sociedad. El país gasta un salario para que se le preste un servicio, pero nadie se lo ha contado a los funestos funcionarios públicos.

Los jueces se sienten señores omnipotentes que debiéramos reverenciar. Creen que tienen la capacidad divina de dar los fallos judiciales que se les antoje y hacen de la justicia y la verdad sus monigotes. Médicos y enfermeras se sienten superiores a los pacientes de hospitales y postas. No soportan que acudamos a ellos con nuestros males e impertinencias ¿Cómo pudiéramos explicarles que hasta el más alto funcionario público no tiene sentido, no tiene razón de existir, si no es para servir a la gente? La sociedad los forma, los contrata y les paga un salario para que apliquen como se debe las leyes o para que curen las enfermedades y calmen los dolores de la gente.

Una muestra clara del desastre en las oficinas públicas es el Senasir. Durante toda nuestra vida laboral, los trabajadores damos una parte de nuestro sueldo para que nos lo devuelvan en formato de salario, mes a mes, cuando nuestro cuerpo ya no resista el trabajo. Los estados de todo el mundo tienen las normas correspondientes. Hay una oficina que coordina y atiende este indispensable servicio. Cobran los aportes, los reciben, los registran, tienen al día las listas de los que van llegando a la edad y están preparados para enviarles puntualmente el monto mensual del que vivirán en adelante. Luego envían la pensión al banco del jubilado en el país que él elija y cuidan con esmero que no falle nada.

En Bolivia todo parecido con el modelo es chiripa. Nadie sabe en Senasir lo que has aportado. Uno tiene que reconstruir los aportes que hizo mes a mes a lo largo de los 40 años anteriores y demostrar su exactitud. Luego hay que rogar al poderosísimo monstruo que se digne aceptar la humilde solicitud de jubilación. Si es tan bondadoso que te la concede, el calvario continúa. Aunque el jubilado no pueda moverse, deberá ir, no a su banco, sino al del Senasir todos los meses y cobrar personalmente su pensión. Y si el pobre jubilado quisiera viajar, Senasir decide cuándo otorgará un poder y en qué formato y de qué vigencia. Un jubilado de cualquier país del mundo puede vivir en Santa Cruz los años que quiera y en el banco que diga depositarán su jubilación. Lo más, una vez al año enviará a su país un certificado de que está vivo. El jubilado boliviano, no puede ausentarse más de un año y en enero, sin falta, debe retornar para hacer la estúpida cola en el Senasir. Además, tendrá que mandar el dichoso certificado de que está vivo, no una sino cuatro veces al año. 

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