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15 de diciembre de 2018, 4:00 AM
15 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Cada día despertamos con datos sobre casi cualquier asunto. Dos buenas preguntas al respecto son si hemos claudicado ante la frialdad de los números, provocando una especie de insensibilización (por repetirlos una y otra vez), o si las estadísticas están sirviendo adecuadamente al propósito fundamental de nuestras acciones.

En estos días retomé algunos datos, con el fin de ponerlos en valor y confrontarlos con la realidad. Uno de mis propósitos como activista social es promover la educación de calidad, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. En este sentido, inquieta la alta tasa de deserción escolar en América Latina, especialmente entre los jóvenes de escasos recursos.

Según la Unesco, la tasa neta de escolarización en América Latina y el Caribe subió un 76% en el 2010 en secundaria, comparada con el 49% en 1990. Sin embargo, lo más preocupante es la permanencia. Un alto porcentaje de estudiantes de entre 13 y 15 años no asiste por desinterés, lo que demuestra falta de convencimiento sobre la posibilidad de un futuro mejor a través de la educación. Pero también se ausentan por temor a la violencia.

No hay dudas de que las dificultades educativas ponen en jaque el desarrollo económico y social de la región. Hoy se nos exige ser exponenciales: más creativos y más productivos, para no quedarnos obsoletos. Pero, ¿qué sucede si ni siquiera hemos podido asegurar una educación básica a los jóvenes?

Desde la Fundación Ismael Cala trabajamos en programas de formación en liderazgo e inteligencia emocional para generar confianza, curiosidad, intencionalidad, autocontrol, capacidad para comunicar y cooperación, porque es evidente que la escuela tradicional se ocupa poco del mindfulness como herramienta de creación de conciencia y resolución de conflictos. Son imprescindibles las alianzas con empresas, universidades, gobiernos y organizaciones de desarrollo. Sin una educación integral de calidad, la región no podrá superar los desafíos laborales, tecnológicos y sociales. El reto es incorporar a más personas e instituciones al cambio. Todo suma.

En cierta ocasión, el arzobispo de Calcuta preguntó a la Madre Teresa cómo iba solucionar el problema de miles de personas que agonizaban en las calles de la India. Ella, inmune al desánimo, le respondió: “De uno en uno”.

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