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20 de julio de 2018, 4:00 AM
20 de julio de 2018, 4:00 AM

Este cruel procedimiento está prohibido por el Derecho Internacional y no puede, nunca más, justificarse. La tortura se cobija en el anonimato, bajo las sombras ominosas del  escarnio.  Puede dividirse en dos grandes clases: la tortura física y la sicológica, si bien los límites entre ellas no siempre han sido claros.

En la tortura física la violencia se dirige primordialmente contra el cuerpo mediante la inagotable gama de suplicios que el hombre ha inventado para atormentar al hombre. Pero probablemente peor es la tortura sicológica, a la que se refiere magistralmente el periodista Bismark Kreidler, prologuista de la obra El exiliado, escrita por el también comunicador cruceño Luis Soruco Barba. Una de las fórmulas más dramáticas fue la destinada a desintegrar el sistema de valores e ideas del ser humano, llamada ‘lavado cerebral’, que se aplicó en los procesos estalinistas y fascistas, o contra los prisioneros de diverso jaez, o en las prácticas de adoctrinamiento y ‘reeducación’ de los tiempos del maoísmo  en China. El aislamiento total, la oscuridad absoluta, la intensa luz que taladra el cerebro, el impedimento del sueño y otras prácticas de este estilo llevaban al agotamiento total, a la angustia, a la locura, a la desintegración de su personalidad. Por este medio se obtuvieron las famosas ‘confesiones’ y autoacusaciones que justificaron la pena capital o la cadena perpetua en aquellos regímenes tiránicos.

Este lastre oprobioso está prohibido por la ley de leyes. Él se inflige a través del torturador para atemorizar y causar dolor y sufrimiento sobre la víctima inerme, que queda reducido a una piltrafa, si es que antes no lo hubieran eliminado de la faz de la tierra con brutal vesania.
Cualquier persona que se encuentra bajo custodia corre peligro de ser torturada, sin que importe su edad, género, origen étnico o filiación religiosa o política. 

Felizmente hoy se levantan instituciones filantrópicas como Amnistía Internacional que ha visibilizado estos delitos de lesa humanidad, logrando aprehender y castigar a los verdugos y sicarios de turno del proceso democrático y los derechos humanos que se campeaban orondos en absoluta impunidad.

La tortura es el más vil de los inventos de la especie humana, que nos convierte en marionetas de nuestros bajos instintos. Bolivia, no es la excepción. Rigió durante las dictaduras castrenses, y parece extenderse como un manchón en el actual Gobierno.  

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