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21 de septiembre de 2018, 4:00 AM
21 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Nací en los 80, donde nuestra ciudad solo llegaba hasta el cuarto anillo, donde saltábamos fogatas en San Juan y al caer nos esperaban con un cimbrón bien dado con la única finalidad de que crezcamos y tengamos un tamaño mayor a la media de los que habitaban en ella.

Nos juntábamos a la luz de la luna entre los vecinos del barrio para contar historias de miedo que tenían que ver con la serie que veíamos los domingos, entre las que recuerdo: La viudita, El carretón de la otra vida, La casa embrujada o El mojón con cara.

Viví muchos años mirando todas las noches debajo de la cama buscando esa famosa caja que asustó a todo el vecindario, gracias al invento de una tía que en sus ratos de ocio se le ocurría contarnos cuentos de miedo, de la loca encadenada que se llevaba a los niños malos; las leyendas urbanas crecían con nosotros y nos ocasionaban muchas noches de insomnio.

Con dos ladrillos formábamos un arco de fútbol, ahí jugamos la final del mundial o el amistoso con los de la otra calle, no había árbitro y eso ocasionaba que alguna falta acabara en una pelea campal y que el grito de auto apartaba a los peleones.

En esa época no había movilidades por todas las calles, ni celulares, ni tabletas ni portátiles, un solo teléfono fijo abastecía para hablar cinco segundos con algunos familiares u horas de horas con la enamorada. No había asaltos, ni robos ni asesinatos por cada esquina, las puertas de la casa estaban abiertas todo el día esperando las visitas de vecinos y familiares.

Donde mis abuelos aprendimos a comer ambaibas, a tomar café los domingos y a leer los periódicos tempranito en la mañana, nunca entendí cuando mi abuela decía: “vayan a descansar que ya vienen los comunicados”, supongo que era el noticiario.

Y así fue mi Santa Cruz de los 80, vividas entre los domingos en la plaza después del cine o los carnavales de las calles donde encontrabas a todo el mundo entre cuadras, agua y pintura.

Así fue creciendo mi Santa Cruz, en poco tiempo se convirtió en lo que es hoy y de lo que estamos orgullosos. Algunas noches, antes de dormir, miro por debajo de la cama esperando encontrar la famosa caja de mi tía, extraño el olor a chamuscau luego de saltar una fogata, la ambaiba recién cosechada o esa charla amena entre la familia hablando de todo un poco.

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