27 de marzo de 2024, 4:00 AM
27 de marzo de 2024, 4:00 AM


Hay muchas señales de que el Poder Populista apunta a convertir nuestro país en una dictadura abierta y descarada igual o peor que las de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Su plan es ganar las próximas elecciones y decirnos que fueron los votantes los que pidieron ese extremo.

Hay algunas señales de que no tiene por qué ser así. Una de ellas es la división del MAS y la feroz pugna entre sus dos candidatos. El MAS no solamente enfrenta el daño político de su división interna. La economía no va bien. La clase media emergente ya no quiere ser masista.

Si la elección se llevara a cabo hoy los candidatos del MAS no podrían ganar sin hacer fraude. Arce tiene un rechazo de casi 50%. Más del 75% rechazan a Evo (www.cbconsultoraop.com).

Algunos candidatos opositores se consuelan pensando que el régimen está a punto de caerse. Hablan de un inminente cambio de época, del final del estado de 1952. Creen que el pueblo pronto los apoyará, convertido en una instintiva masa rebelde o en una mayoría de ciudadanos conscientes. Están recostados en una hamaca esperando que su triunfo los despierte.

En este momento no hay un solo candidato opositor que cuente con la organización, la presencia territorial, las bases, los cuadros, la narrativa, los recursos económicos, el apoyo externo y la angurria de poder del MAS. El MAS dividido maneja la Asamblea, persigue a los opositores con la justicia y controla el órgano electoral que decidirá los resultados el 2025.

La evidente demora en que se cumplan los anhelos sobre el cercano final del MAS no les permite encarar estas graves falencias antes de 2025. No lo han hecho durante los últimos 18 años.

Lo que todavía está en sus manos es asimilar y aplicar a tiempo las lecciones de los indudables aciertos de las elecciones de 2019 y de los lamentables errores de las elecciones de 2020. Si lo hacen podrán superar los tres obstáculos que de momento les bloquean el triunfo el 2025.

Recordemos que en 2019 la consigna unificadora del “voto útil” puso a Carlos Mesa a un pelo de pasar a la segunda vuelta y derrotar a Evo. Evo lo sabía. Para evitarlo armó un dispositivo capaz de alterar el voto en el mínimo porcentaje necesario para evitar la segunda vuelta.

No necesitó un fraude masivo ni lo hubo. Le bastó un simple retoque de menos del 1% del voto válido. Los excesos, descuidos y chambonadas de sus operadores permitieron a diversos actores detectar y denunciar ese retoque.

Un cúmulo de denuncias técnicas precisas, de reacciones populares espontáneas y de maniobras políticas audaces llevaron a la vergonzosa fuga del caudillo y la caída de su recio gobierno como si fuera un castillo de naipes. Es algo que se puede repetir.

Entre las maniobras políticas más audaces del 2019 se destaca el pedido de renuncia que el cruceño Luis Fernando Camacho le dejó a Evo en el salón de ingreso al Palacio de Gobierno. Lo hizo cuando todavía no estaba claro si un Evo malherido podría causarle severos daños.

Expertos nacionales develaron el retoque. Los informes técnicos de los observadores y auditores de la Organización de Estados Americanos (OEA), orquestados por las astutas actuaciones de su Secretario General Luis Almagro, lo comprobaron más allá de toda duda.

Esto desencadenó la reacción de miles de jóvenes en las calles. Evo se asustó. Renunció y dispuso que renuncien todos sus partidarios en la línea de sucesión constitucional. Incitó a una violencia descontrolada. Al parecer apostó a que algún militar tome el poder y se lo devuelva.

Lo conclusivo fue el golpe de mano con el que Tuto Quiroga y su abogado Luis Vázquez armaron la sucesión legal y constitucional de Jeanine Añez. Lo hicieron en medio de una Asamblea que contaba con una mayoría de más de 2/3 de representantes masistas. No fue ningún golpe de estado. Fue un golpe de gracia que liquidó al autor del fraude electoral.

Esta notable conjunción de voluntades y capacidades está extensamente documentada en la crónica “21 días de resistencia” del destacado historiador y periodista Robert Brockmann. Los aspirantes a candidatear el 2025 deben estudiar las lecciones de ese aplastante triunfo.

Esto nos lleva a recordar los graves errores electorales del 2020 para evitar repetirlos. Santa Cruz apoyó el proyecto vanidoso de un héroe local. El regionalismo descartó el “voto útil.” Lo impensado tuvo resultados previsibles. El voto opositor se dividió de manera fatal. El gobierno entrante aplastó la resistencia cruceña. La humilló apresando hasta hoy a su Gobernador.

Los candidatos opositores del 2020 regalaron el voto de la clase media emergente a la pálida candidatura de un burócrata gris. Luis Arce fue quien supo convencer a los emergentes de que él podía poner fin a la pandemia, reducir el desempleo, estabilizar la economía y reconciliar al país. Puede intentar lo mismo el 2025.

Emponchado y tocado de un chulu como cualquier clase mediero que quiere mostrarse pro indígena, Lucho tocó guitarra, cantó, comió y bebió junto a ellos. Enarboló la consigna del golpe de estado contra el pobre indio Evo. Denunció el rechazo clasista a los recién llegados. No mostró la actitud bélica y polarizante que sacó a luz en su primer discurso presidencial.

Los opositores siguieron otro camino. Predicaron a sus propias capillas, llámense regionales, barriales, de clase, de club o ideológicas. No se ocuparon de salir de una manera sistemática de sus burbujas elitistas para conquistar este sector decisivo de votantes.

Achacaron su masiva derrota electoral a un gigantesco fraude. El ganador superó a la suma de votos de los dos principales opositores por más de 12 puntos. No se comprobó semejante retoque, ni siquiera con evidencia de un patrón electoral inflado. El organismo electoral no estaba bajo el control de la Presidenta Añez ni del entonces candidato opositor Luis Arce.

Estas alucinaciones revelan los tres principales obstáculos que los opositores deben vencer para ganar las elecciones de 2025. Cualquiera de estos tres obstáculos por sí solo es más que suficiente para que el MAS los derrote. Deben superar los tres o resignarse a perder:

1)    el auto engaño o la esperanza vana de que las elecciones de 2025 serán limpias y transparentes, sin un fraude corregido, aumentado y mejor disimulado;
2)    el rechazo a la clase media emergente que ya no quiere ser como Evo y espera que los candidatos de la clase media tradicional cortejen su inclusión y su voto;
3)    la falta de voluntad de casi todos los pre-candidatos de armar un escenario en el que se imponga de una manera democrática y transparente una sola pre-candidatura capaz de ganarle al MAS, por encima de todas las que cacarean unidad y terminan fragmentándola.

En futuras entregas exploraremos esta triple maraña para marcar sus posibles salidas.

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