La Iglesia invita a vivir el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Es tiempo de perdón, reconciliación y renovación de nuestra fe

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28 de marzo de 2018, 8:57 AM
28 de marzo de 2018, 8:57 AM

Antes se pensaba que una persona espiritual era aquella que tenía un gran apego a las costumbres religiosas y poco interés en las cosas materiales; sin embargo, desde hace un tiempo la definición se ha ampliado a una situación de conexión con la naturaleza, consigo mismo, los demás y, por supuesto, con Dios. Sé parte de la premisa que el hombre es un ser espiritual que tiene alma y vive en un cuerpo, por lo tanto funcionara mejor si las tres dimensiones trabajan en armonía.

Muchas personas que sienten que su vida carece de sentido, por medio de la práctica de la fe han descubierto un nuevo camino, encontrando un significado que trasciende lo temporal y se traslada hacia lo eterno. Además, la persona deja de mirarse a sí misma y obtiene una visión más amplia, altruista, humana y, en ocasiones, hasta obtiene su sentido de propósito en la vida. 

Una de las valiosas herramientas que la espiritualidad desarrolla es la esperanza, ya que en tiempos difíciles, cuando te sientes desanimado y derrotado, la esperanza hace que tu fe aumente y por ende tus fuerzas humanas son acrecentadas por una fuerza mayor  y poderosa que viene de Dios. Uno deja de sentirse solo y todo aquello que se siente fuera de control es tomado en las manos de Aquel que sí puede con todo.

El resultado de desarrollar la fe es encontrar la paz aún en los momentos más críticos, pues sin duda el saberse sostenido por Dios nos ayuda a enfrentar y a solucionar los desafíos con una mente sosegada y tranquila.

Finalmente, la espiritualidad logrará que podamos entrar en un sano equilibrio en todas las áreas de nuestra vida: familiar, social y laboral.

La espiritualidad es algo que debemos aprender, practicar y fortalecer hasta que sea parte esencial de nuestra vida, como lo es la alimentación, por ejemplo. Podemos desarrollarla por medio de la práctica de la oración, de la meditación, de la lectura de la palabra de Dios, también por medio del servicio a los más necesitados y, por supuesto, teniendo una mirada de gratitud con la vida a pesar de sus desafíos. 

La Semana Santa es un excelente momento para reflexionar sobre el tema y comenzar a trabajar en él, nunca es tarde para buscar a Dios y seguir el maravilloso ejemplo de amor, sacrificio de Jesucristo por medio de la cruz.

Con brazos abiertos
Vino el recuerdo de la cruz a mi mente y noté algo que jamás había pensado: “Jesús murió con los brazos abiertos”. Sé que para muchos esta no es ninguna novedad; sin embargo, creo que este detalle tuvo un significado especial, Dios, además de darnos salvación por medio de su hijo, nos estaba dando también un mensaje que va más allá de un símbolo, de una tradición, nos estaba mostrando una actitud digna de ser imitada. Los brazos abiertos de

Jesús nos revelan la acción de dar y recibir. Por un lado, dar amor, consuelo, protección y salvación, pese a estar padeciendo el dolor de los clavos, de la corona de espinas y la burla, y abandono de su pueblo, Él estaba dispuesto a dar. Generalmente cuando nos encontramos en medio de una prueba, un manto de egoísmo y ceguera espiritual nos envuelve, llevándonos a concentrarnos únicamente en nosotros y en  nuestro mal, olvidando que hay quienes a nuestro alrededor nos necesitan.

Cuando somos azotados por las tempestades y aun así estamos dispuestos a abrir nuestros brazos de amor, nuestras penas se tornan menos pesadas y nuestra carga se hace más ligera. Los brazos abiertos también reflejan el acto de recibir, pues el Salvador en el momento en que estaba pagando el precio por nosotros estaba recibiendo nuestros dolores, iniquidades, debilidades, enfermedades y nuestra traición. Noten que Él no estaba recibiendo nada bueno de su pueblo, pero aun así perdonó, amó y aun así nos recibió. Ningún mérito tiene amar a quien nos ama y soportar a quien nos soporta, pues donde se ve el verdadero amor, tolerancia y perdón es precisamente ante quienes rechazamos y optamos por volver la espalda.

Sé que no es tarea fácil, sé también que la perfección de Cristo es incomparable, pero ese no es motivo para que endurezcamos nuestro corazón y crucemos nuestros brazos en vez de abrirlos.