El Deber logo
22 de mayo de 2019, 4:00 AM
22 de mayo de 2019, 4:00 AM

Tres meses antes de que naciera mi primer hijo, comencé a reunir cosas de bebé. Ya tenía alguna ropa mía que mamá había conservado, de mi padre que mi abuela había guardado, y otra que mi madre y mi abuela habían tejido años antes, adelantándose al acontecimiento.

Había algunos vestidos, un faldón largo y blanco de algodón de mi padre, que era el más bello y fino. No soy muy buena para los trabajos manuales, pero para mí era importante hacer a mano las almohadas, los cobertores y las faldas de la cuna en la que dormiría mi bebé.

Luego fui de compras, pañales, biberones, cascabeles, baberos, frazadas, un cochecito, el asiento para el auto... se necesitan muchas cosas para criar a un bebé hoy en día.

Puse todo en la habitación decorada en amarillo claro, que pronto sería la del bebé, y jugaba con ellas mientras aguardábamos su llegada.

Nació en la fecha prevista, con el rostro enrojecido por haber luchado durante 21 horas por llegar al mundo, pero su cabeza calva tenía una forma perfecta, y desde luego, muy linda. Era el 5 de enero de 1980, 12:53, 49 centímetros y 3.647 kg. ¿Por qué conservamos estos datos? Porque cada detalle acerca de los bebés es fascinante e importante, por eso. Cuando la pusieron en mis brazos, miré su rostro. Abrió los ojos, me miró y sonrió.

Durante los meses de espera, mi esposo y yo habíamos hecho largas listas de nombres. Después de comparar, litigar y eliminar, decidimos que se llamaría Katherine, si era una niña, y Benjamín, si era un niño. Cualquiera de los dos llevaría el nombre de mi padre, Lindsay, y naturalmente, el apellido de la familia, Farris.

Llamé a mis padres para anunciarles que la niña había nacido y que se llamaría Katherine Lindsay Farris, mi padre me pidió que se lo repitiera. Uno de los primeros placeres como madre fue escuchar que mi padre, un hombre culto y elocuente, de pronto no sabía qué decir.

Para llevarla a casa a mi niña, la vestimos con el fino faldón de mi padre. Los primeros amigos con quienes hablamos preguntaron a quién se parecía; yo exclamé de inmediato: “¡Se parece a nosotros!”. Antes de aquel momento, nunca había pensado en ello. Pero diez meses después, alguien más también lo pensó así: el juez que aprobó la adopción. (Por: Judy Farris)