Dolencias físicas, depresión y embarazos acentúan el drama de las personas que viven en estas zonas, focos de inseguridad. El censo ‘sistematizará’ estas historias

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21 de octubre de 2018, 3:00 AM
21 de octubre de 2018, 3:00 AM

Tiene 16 años, su mejilla izquierda se ve pronunciada porque está llena con hoja de coca y sus ojos hacen sospechar desvelo y, tal vez, alcohol. “Solo bolo y cigarro”, asegura Dardo (lo llamaremos así para proteger su identidad), en un descanso de su faena de limpiar parabrisas. Afirma que ‘bolea’ y fuma desde los 14 años y que está en la calle hace dos meses porque lo ‘sacaron’ de su trabajo, un matadero de pollos.

Dardo agrega que estaba cansado, pues el trabajo era en la noche y de día no se duerme igual. “Estoy buscando un trabajo, aunque sea de albañil”, dice, consciente de que estar en la calle lo puede empujar a otros ‘vicios’.

A simple vista es un muchacho robusto y sano, que bien podría trabajar de cualquier cosa si se lo propusiera, en lugar de estar en estas zonas donde están asentados los ‘otros cruceños’, que para la sociedad son focos de inseguridad, puesto que allí se maceran asaltos, robos y violencia, muchas veces propulsados por el consumo de estupefacientes.

Lo que no se puede ver es el trasfondo de violencia, abandono, pobreza o desintegración familiar que hay detrás.

Conocer esos detalles de la vida de esas personas para buscar trazar políticas que apunten a trabajar en esta problemática es uno de los objetivos del censo de personas en situación de calle que impulsan 45 instituciones.

Cuando Dardo limpia el parabrisas de un vehículo no se puede ver ni saber que ha vivido siempre con pañales y que precisa por lo menos tres cada día, debido a un problema que, además de afectar su salud y su autoestima, indirectamente lo privó de aprender a leer y a escribir.

“Cuando era niño me hicieron una colostomía, me operaron dos veces”, comenta, tratando de explicar lo que sus padres le contaron y la experiencia que vive al sufrir de incontinencia. “Solo fui a primero básico, me sacaron porque olía mal”, agrega. Prefiere no recordar ni explicar más.

“Es fácil para algunos decirle a la gente en situación de calle ‘buscate un trabajo’ y creer que darles una moneda les da derecho a juzgar, sin saber qué hay detrás de esa persona, qué la empujó a la calle”, señala Daniel, un joven rehabilitado del alcohol y las drogas que vivió más de una década en las calles.

Los cinco años que lleva ‘limpio’ le confieren un conocimiento de causa para analizar un tema que, reconoce, es muy complejo.

Pone como ejemplo lo de Dardo y dice que él no está ahí por flojo, sino porque las circunstancias lo han obligado a buscar cómo subsistir. Dardo aún no vive en la calle, sino que pasa allí de 7:00 a 18:00 y luego se va a su casa en la periferia, donde están su madre, cocinera; su padre, que trabaja vaciando ‘pozos ciegos’; y sus hermanos. “Mis padres están juntando dinero para hacerme otra operación”, dice el adolescente, con una esperanza que no se sabe si es real.

Mientras tanto, él está 11 horas al día en la calle, juntándose con muchachos que consumen alcohol en botellas de bebidas energizantes; está parado en la cornisa, a un ‘soplo’ de caer en la invitación de otras drogas.

Depresión y negación

Al hablar con algunas personas en situación de calle, es común escuchar frases como “la puedo dejar (la droga) si quiero”, “es solo en estos momentos”, “ya la he dejado antes y lo puedo volver a hacer” o decir que están en la calle, pero que no consumen drogas; sin embargo, la realidad dice que están viviendo en un canal de drenaje, comiendo las sobras que consiguen en restaurantes, durmiendo en lugares insalubres o caminando descalzos sobre el asfalto, a más de 35 grados.

“Esas personas están en la fase de negación, en la que no reconocen su problema y creen que pueden salir de ella cuando quieran”, dice Daniel, que ha seguido (y sigue) el programa de Alcohólicos Anónimos, que consiste en una lucha diaria (durante toda su vida) contra la adicción.

Hay otros que reconocen que están en el mundo de las drogas, que ya han intentado rehabilitarse, pero creen que están bien así.

Uno de ellos, flaco, de 32 años y con nombre de poeta latinoamericano, afirma que sí consume drogas, que las dejó durante los siete años en que estuvo en centros de rehabilitación, pero que recayó cuando su madre falleció.

El joven usa un collar largo hecho con alambres y con una docena de imitación de piedras preciosas, además de un reloj dorado con pequeños cristales incrustados. ¿Desearía volver a un centro?, “Depende cuánto paguen”, dice. Sonríe.

A pocos metros, cuatro mujeres, dos de ellas embarazadas, tienen distintas reacciones. Una de ellas, de 25 años, dice que empezó ‘por curiosa’ a los 14 y de ahí le tomó el gusto. Otra mujer, de 33 años, no oculta su depresión y hablar de su situación le sirve para desahogarse y llorar, meter aire y seguir llorando. “Ya no me importa nada”, dice, y un minuto después afirma que le gustaría “muchísimo” dejar la calle.

Hay dos embarazadas, una de 39 años que niega ser adicta, pero está sentada dentro de una cloaca con un niño de dos meses en su vientre, y otra, visiblemente en gestación, que no quiere hablar.

Estas y otras historias se conocerán y ‘sistematizarán’ en el censo, al que las autoridades han apostado como la ‘patada inicial’ para dar una nueva oportunidad a estos, los ‘cruceños de la calle’.