Se le acabaron las ganas de trabajar, por lo que su esposa, para impulsarlo, le dijo que, cuando tuviera su casita, se iría con sus niños, lo cual desató la furia del asesino, que se recupera en un centro hospitalario

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1 de septiembre de 2019, 4:12 AM
1 de septiembre de 2019, 4:12 AM

Wálter Ruperto Monasterio Villarroel (46) es considerado por su esposa, Guadalupe Paola Abelo Rojas, como un ‘monstruo vestido de oveja’, que peló las uñas contra su propia sangre al matar a sus dos hijos biológicos y a dos niñas que eran sus entenadas, con el argumento de que temía perderlos, pero en realidad lo hizo porque se sentía acorralado al ser presionado por ella para que buscara trabajo y, juntos, sacar adelante a la familia.

Así lo describió Guadalupe, quien pese a cargar un profundo desconsuelo, habló con los medios de prensa para que se conociera el comportamiento del que fuera su marido por poco más de seis años.

Monasterio conmocionó a gran parte de la sociedad cruceña y boliviana la tarde del viernes, cuando, en su intento por suicidarse, se lanzó de lo alto del viaducto de la avenida Cristo Redentor y cuarto anillo, pero sobrevivió.

Acto seguido, las personas que lo auxiliaron, hallaron entre sus ropas un papel en el que había escrito que había matado a sus hijos y a sus entenadas porque se los querían quitar y refería que el múltiple crimen lo había cometido en su casa, en el barrio Aqualand, en Valle Sánchez, jurisdicción de Warnes.

Efectivamente, la Policía encontró los cuerpos de las víctimas en dos camas juntas, tapadas como si estuvieron durmiendo. Briana (15) yacía en el lado izquierdo, Matías (5) y Santiago (4) al medio y Adriana (10) en el extremo derecho.

La joven, que en mayo cumplió sus 15 años, recibió, al menos, cinco puñaladas, y sus hermanos fueron asfixiados, reportaron en la morgue, donde les hicieron las respectivas autopsias.

Los antecedentes

La mujer había enfriado la relación, primero, por la violencia sicológica que ejercía sobre ella y, segundo, por dejarse atrapar por el conformismo, al punto de que en su casa se invirtieron los papeles: él se quedaba a atender a los chicos y las chicas y ella se empleó con los médicos de una clínica, donde hacía doble turno para percibir más dinero y, de esa forma, llevar el sustento al hogar.

“En julio del año pasado, lo denuncié en la Policía de Warnes por violencia doméstica y me separé de él. Después me pidió perdón y, con mi hija mayor, acordamos darle una oportunidad para que viera a sus hijos. Tampoco podía alejarlo de la casa, porque el inmueble en el que vivíamos es de su hermano. Asimismo, mis hijas me pidieron que nos quedáramos allí porque ellas no querían abandonar el colegio donde estaban estudiando”, explicó Guadalupe.

Aparentemente, todo iba bien en la semana; él hacía desayuno, almuerzo y cena para los chicos, hasta que el jueves ella le pidió otra vez que buscara trabajo y le advirtió que su padre le había comprado para ella un lotecito. “Me cansé porque tenía que pagar las mensualidades del colegio, la luz, el agua. O sea, me hacía responsable de todo y le dije: haré mi casita de a poco y me iré con mis hijos, ahí tendrás que respetar las leyes, refiriéndome a que en estos casos de separación, los jueces ordenan a los padres que visiten a sus hijos una vez a la semana. Por eso dijo que se los quería quitar”, lamentaba Guadalupe en medio de un llanto desgarrador.

“Pido cadena perpetua para ese tipo, no tiene perdón de Dios”, clamó mientras sacaban los cuerpos de la morgue para llevarlos a una iglesia del barrio Aqualand, donde se instaló el sepelio de los inocentes.

Bajo custodia

Entretanto, Wálter Ruperto recibe atención en el hospital San Juan de Dios. Se ignora su estado de salud, pero estaba consciente. El comandante de la Policía, Igor Echegaray, señaló que Monasterio está vigilado para evitar que se cause daño y para garantizar su entrega a la Fiscalía que lo procesará por infanticidio y feminicidio.