Para llegar hasta esto sitios, solo se debe hacer una llamada, seguir las indicaciones y pagar Bs 10 para ingresar a un hospedaje en busca de sexo

El Deber logo
4 de junio de 2018, 6:47 AM
4 de junio de 2018, 6:47 AM

En la zona hay un permanente y caótico movimiento. Pasajeros llevando sus maletas apurados para que los buses no los dejen, acompañantes que compran recuerdo de última hora , bares que convierten el lugar en un espacio de temer cuando el sol se esconde y hostales que además de refugiar a ocasionales huéspedes también esconden en sus cuartos a samaritanas del amor (como titula una canción), que han encontrado en estos alojamientos un cobijo para ejercer la la prostitución.

La zona, los alrededores de la terminal Bimodal; los ambientes convertidos en lupanares clandestinos, más de una decena de hospedajes que circundan a la terminal, por la que pasan cientos de miles de personas al día.

Ahí, a la vista de todos, la prostitución manda y se esconde en cuartos donde podrían tener entre sus vecinos lo mismo a un sacerdote que a un político de escasos recursos, donde el servicio de una mujer oscila entre Bs 100 y Bs 300, dependiendo del tiempo y la habilidad del proxeneta, que encontró un ambiente donde delinquir sin exposición.

No resulta muy difícil encontrar su ubicación, saber sus costos ni las señales para concretar el encuentro. Lo único que se debe hacer es llamar a uno de los avisos de servicios para adultos e inmediatamente se inicia la siguiente conversación:

- Hola llamo por el anuncio, quisiera saber el costo de tu servicio, dónde te puedo encontrar.

- “No trabajo en un local, atiendo en un residencial al frente de la Bimodal, donde salen las flotas para viajar… Cuando llegués entrás nomás, pagás Bs 10 al encargado de la puerta por el derecho de visita y subes a la habitación 12, te estaré esperando. Cobro Bs 250 la hora, Bs 150 la media hora y Bs 100 si solo son 15 minutos”.

- ¿Trabajas sola?

- “No, estamos cuatro amigas, pero cuando llegués nos presentamos todas… te esperamos...”.

Esta es una conversación típica entre un desconocido que busca sexo por dinero y encuentra prostíbulos disfrazados de sitios de hospedaje donde hace más de dos semanas las autoridades rescataron a tres menores de edad que estaban siendo prostituidas por un sujeto, ahora preso en Palmasola acusado por el delito de trata y tráfico de personas con fines de explotación sexual, como lo relató EL DEBER en un reportaje el anterior fin de semana.

En el mismo escenario que sugieren las muchachas al otro lado del teléfono, hace cinco años EL DEBER encontró que el uso de hospedajes como prostíbulos era una cuestión común de la zona y, pese a lo observado y relatado, ninguna autoridad hizo nada.

Pieza número...

Las indicaciones telefónicas son claras. Al frente de la Bimodal, por la esquina donde hay una churrasquería se debe caminar una cuadra y luego doblar a la derecha, avanzar media cuadra y allí está el alojamiento desde donde nos atendió una voz ronca que trataba de ser seductora.

La mujer no da muchos detalles, no ofrece mucha conversación, no puede perder tiempo en explicaciones, por lo que una vez en la puerta del negocio citado debemos ingresar en busca de un cuarto.

Son las 16:00 de un martes, el sol está escondido, es un día de vientos y nubosidad. El lugar desde su ingreso no tiene pinta de hotel, una mesa de madera vieja y una silla roja despintada son la recepción. Allí una mujer joven, un tanto desaliñada, nos pide los Bs 10 de ingreso y nos señala, luego de mirarnos de pies a cabeza, el rumbo para llegar al cuarto donde atienden las trabajadoras sexuales.

“Estamos nosotras dos”, dice una muchacha delgada, con short y escote que muestra más el brasier que los atributos con los que quiere seducir. A su lado, sentada en una silla plástica, al lado de una cama, está su amiga, que solo sonríe al vernos como uno de tantos clientes que pasan por ahí.

Luego de verlas pedimos retirarnos y dejar pendiente el encuentro de cuerpos por dinero. Ante esta decisión, las jóvenes se quedan sentadas, no dicen nada y salimos del lugar, mientras que se escucha el sonido musical de un teléfono celular, quizás un nuevo parroquiano en busca de tiempo comprado.

Metros más adelante, en una cuadra paralela a este primer prostíbulo disfrazado de hospedaje en el que nos sumergimos, llegamos a otra dirección. La fachada se ve mejor, este sí parece un hotel, pero la indicación y el modus operandi para conseguir el cariño de alguna ‘samarita’ es el mismo. Pedir pasar al cuarto con el número 7, pagar los Bs 10 por el permiso de ingresar, sin dejar ninguna seña ni registro de nuestro paso, pese a que son normas que las hoteleras exigen casi siempre.

Llegamos a la puerta con el número indicado, pero junto a esta hay otras dos abiertas y rápidamente una joven, con celulares en la mano, nos pide esperar un minuto. Dos señoritas se paran frente al cliente y nuevamente la negativa.

Ante esto, la encargada sospecha, quizás por la rapidez del ingreso e intento de salida, o tal vez, porque desde otro hospedaje le avisaron, pero luego de exigirnos un monto por haber visto a las chicas, nos dejan salir e insisten en que el precio por la pieza es charlable y hasta incluso nos señalan que si le decimos cómo queremos a la trabajadora sexual, ella nos ayudará a conseguir una.

Los pocos minutos que estuvimos en este alojamiento nos sirvieron para ver que las muchachas tienen un mandante y que no solo hay una, sino hasta tres mujeres que trabajan desde la media mañana y que dejan los hospedajes convertidos en prostíbulos ocasionales pasadas las 20:00, cuando las luces del sol se han escondido en la ciudad y cuando las calles del lugar empiezan a dar miedo.