Ramón cruzó una vez con droga de Perú a Bolivia sin problemas. La segunda oportunidad fue detenido y ahora está preso en Alto Puno. 

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24 de junio de 2018, 6:00 AM
24 de junio de 2018, 6:00 AM

Ramón (nombre ficticio) no oculta su angustia. Es paceño y está detenido en el penal de Yanamayo, en el distrito de Alto Puno, por intentar introducir a Bolivia desde Perú, dos kilos de cocaína líquida en óvulos que fueron tragados para ocultarlos en su estómago. Pudo pasar varios controles en el lado peruano, pero al llegar a Juli (cerca de Desaguadero), su compañero de delito, que también llevaba droga ingerida, lo delató al ponerse nervioso y mirarlo frente a policías del vecino país, que hacía un control de rutina en la vía internacional.  

Ramón ahora cumple una pena de siete años de prisión. Ya pasó tres años y espera que la sanción se reduzca. Sufre porque está lejos de su familia y está arrepentido de lo que hizo. Actuó así, dice, por necesidad, por querer ganar 1.000 dólares de manera fácil. Admite que ya había introducido droga antes una sola vez y que no tuvo problemas. En esa ocasión llevó la cocaína en una mochila. Eran cinco kilos.

El reo relata lo difícil. Su voz es baja, parece que no quiere que lo escuchen en el patio del penal. Mira a un lado y saluda a sus compañeros. Habla pausado e ingresa directo al meollo, pero se cuida al mencionar a sus “contactos”. Prefiere no hablar de ellos y calla. 

La primera vez que introdujo droga a Bolivia fue en 2014. Él llegó a la mafia por un amigo y, ante la necesidad económica, se lanzó a la aventura, que esa vez fue todo un éxito. Recuerda que en El Alto le dieron las “coordenadas” y la forma de cómo meter la cocaína. Salió de La Paz vía Desaguadero y llegó en el día a Juliaca. Ahí se acercaron a él dos personas y le dieron una mochila. No pudo ver lo que llevaba dentro, pero sabía que era droga. “Fui a eso, pero no sabía la cantidad”, dice.   

La travesía

De Juliaca salió a Puno y descansó en esa ciudad. Al día siguiente, temprano, se fue hasta Yunguyo y de ahí cruzó a Copacabana. No tuvo problemas y llegó a El Alto al finalizar la tarde. Entregó la mercancía y recibió el dinero: mil dólares. Ahí supo que llevó en sus espaldas cinco kilos de cocaína. 

Pasó un tiempo y no pudo salir de esa “maldita ambición”, como la llama. Volvió a buscar a su amigo y esta vez  le dijeron que debía llevar dos kilos de cocaína líquida en su estómago. Lo hizo por el mismo precio. Pero en esa ocasión iba acompañado y de un combi que iba de Puno a Desaguadero, en Juli, aparecieron dos policías en una vagoneta. 

“Ese señor se puso nervioso y no paraba de mirarme. Era como si me estuviera acusando. Al final nos detuvieron y nos regresaron a Puno”, relata Ramón. 

El preso sabe que los burriers operan todos los días en diferentes vías y que son pocos los que son detenidos. 

Las mafias y los kilogramos

Las organizaciones criminales utilizan personas para realizar un microtráfico de droga con hasta cinco kilos en una mochila. Una mafia grande utiliza avionetas para trasladar 500 kilos de pasta base de cocaína. 

Roger Tello, exjefe de la Macrorregión Puno-Madre de Dios, detalla que las mafias transnacionales eligen a los ‘tragones’ y ‘burriers’ para que realicen rutas del narcotráfico con diversos destinos, aunque la mayoría son para Brasil, Chile y Argentina. 

El policía en retiro explica que estas personas son utilizadas por pequeños y medianos grupos de narcos, ya que las grandes mafias utilizan vehículos y avionetas para trasladar la droga. “Los burriers y tragones llevan poca droga, hasta cinco kilos en el caso de una mochila y dos en el caso de ingerir. Es una cantidad de dinero muy baja, a diferencia de los 500 kilos que puede llevar una avioneta o un camión”, dice. 

El policía añade que pueden ser las mismas organizaciones criminales que utilizan naves quienes empleen a las personas para que un microtráfico de drogas. 

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