Caminar por La Paz es como escalar o bajar de una montaña cotidianamente. Cada fin de semana, en una ladera cualquiera, se instala una sonadísima fiesta

El Deber logo
14 de julio de 2019, 4:00 AM
14 de julio de 2019, 4:00 AM

Así como Santa Cruz, mal que le pese a su élite racista y clasista, es una ciudad cunumi montada sobre las espaldas de una mujer de piel morena, chancletas, vendedora ambulante contra quien se estalla el gobierno municipal en una persecución sañuda. Así como esa cunumi es atrevida, respondona, vestida con solera escotada, con los rollos al aire, comedora y vendedora de sonso y asaditos en la acera y cuya vocación no es ser esclava de tiranía estética alguna, sino de gozar de la vida. De la misma forma La Paz es una ciudad birlocha.

Se dice, hasta el cansancio, que La Paz es una ciudad chola, se ha hecho de la chola emblema de ciudad, pero más allá de la instrumentalización de la imagen de la chola que denuncia, con gran elocuencia, mi compañera Yolanda Mamani, afirmo que La Paz no es chola, sino birlocha.

Birlocha, como es la birlocha, un lugar bisagra, que no se acomoda en un solo lugar identitario, sino que transita entre uno y otro, como la birlocha que se viste de chola excesiva y escotada para el gran poder, pero se viste de birlocha excesiva también para ser contadora, contrabandista, comerciante o artesana.

Caminar por La Paz es como escalar o bajar de una montaña cotidianamente, las casas se yerguen sobre machones delgados que parecen los tacones puntiagudos y desafiantes de la birlocha.

Machones en los que se apoyan pesadas casas de tres pisos con terraza, tacones de birlocha sobre el que se asientan pesados cuerpos de caderas gruesas. Ambas erguidas al borde del derrumbe desafiando la gravedad y en permanente peligro.

¿Quién gobierna y cómo se gobierna una ciudad cunumi, una ciudad birlocha? Mientras en la ciudad cunumi la Alcaldía vestida de rubia y de blanca la pretende gobernar a palos, la ciudad de La Paz no la gobierna Revilla, la gobierna la birlocha Revilla que se ha resignado a gastarse el dinero de l@s paceños y dejar disimuladamente que la birlocha gobierne la ciudad porque sabe que es la única manera de ‘gobernar’. La birlocha, por su parte, no quiere ser alcaldesa, pero jamás dejaría de gobernar la ciudad.

Yo disfruto de ese gobierno caótico, plagado de entradas folclóricas, ‘birlochescas’, que no entiendo por qué se llaman entradas y no salidas, por qué son llamadas entradas y no orgías.

 

Entradas

Cada fin de semana, en una ladera cualquiera, se instala una sonadísima fiesta vecinal con banda en la calle, con comparsa de cuadra a cuadra, convirtiendo la ciudad en un salón de baile a cielo abierto con piso de piedra y bombos con que hacen retumbar esperanzas y pasiones.

Cuando sin rumbo fijo me topo con una de esas fiestas me arrimo al borde a beber esa alegría, a beber ese hedonismo en el que solo existe el día de hoy, mañana no sabemos. Nunca falta quien me jale al baile y me ofrezca un baboso vaso de cerveza; respondo, challando, mojo el suelo como quien moja un cuerpo.

Lo más sabroso no es la cerveza, sino la saliva de mi anfitriona que se ha atrevido a confesarme su deseo en plena calle, gracias a la fiesta. No en una discoteca, no en la noche, no en un lugar reservado, sino en plena calle, a la luz del día, sin ceremonias y frente al marido, porque las cosas más importantes en La Paz suceden así. En la calle, no en el Parlamento, a plena luz del día se conspira y los presidentes huyen de día también, -Evo tomó nota y por eso tiene helipuerto-.

La birlocha es una arquitecta constructora de una ciudad paralela, no una arquitecta salida de la universidad oficial, sino de la clandestina que es la universidad de la vida. Esa ciudad efímera que construye la birlocha es la que se monta y desmonta puntualmente dos veces al día, convirtiendo las calles en un gran mercado colorido, oloroso, lujurioso y contagioso.

Mercados que son una gran maquinaria de subsistencia, mercados que son un gran escenario de encuentro y desencuentro, de toma del espacio público, de escuela de comunicación, de masa que aprende hora tras hora cómo vivir sin horarios y sin patrones.

Meterte en un mercado es como meterte dentro una boca que te devora, que te cobija, que te contiene. En medio del mercado la soledad no existe ese es el único triunfo paceño.