Muchas de estas familias habían vuelto a su hogar. Las que quedaban en el coliseo pasaban el día esperando, mientras sus animalitos revoloteaban en las afueras, junto a los niños

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10 de febrero de 2019, 4:00 AM
10 de febrero de 2019, 4:00 AM

Este año el río Beni se ensañó con las comunidades indígenas y campesinas que viven en la provincia Ballivián. Si bien las aguas también irrumpieron en las zonas urbanas de San Borja, Rurrenabaque, Reyes y Santa Rosa, la mayor cantidad de familias que requieren ayuda están en la zona rural.

Y es ahí, dónde radica la gravedad del problema, porque se trata de pueblos que consumen lo que producen y sus plantaciones de yuca, plátano, arroz y maíz, principalmente, quedaron cubiertas por agua que, si bien hasta el jueves había descendido, a su paso dejó ese lodo espeso que destroza todo.

Édgar Nata Roca es el gran jefe del pueblo Tsimane’. De mirada seria y manos grandes, cuenta que ocasionalmente, los que viven cerca de las urbes, salen a vender algunos alimentos, pero los que están mucho más adentro de la selva, incluso a 16 horas de viaje en lancha, solo tienen como medio de vida aquello que siembran y cosechan.

En la sede del pueblo tsimane’, en San Borja, esta tarde de miércoles hay muchos caciques que esperan una dotación de alimentos que se va a distribuir. Quintales de arroz, azúcar y otros víveres esperan apilados en una habitación grande, pero de poca ventilación.

Las mujeres, muchísimas menos que los varones, aguardan sigilosas con sus hijos cargados y otros que corren de un lugar a otro.

El líder los mira y asegura que muy pronto necesitarán más territorio. “Nosotros tenemos hasta doce hijos. Yo pienso que de aquí a unos 20 años, nuestra tierra no va a abastecer. La naturaleza nos ha golpeado fuerte este año, más que todo a los niños”, asegura.

En los albergues la mayor población la forman los pequeños; la mayoría menores de diez años. Es por eso que, según el director del Servicio Departamental de Salud (Sedes) de Beni, Carlos Reyes Araúz, hay brigadas médicas trabajando sin descanso esos días. Quizá el temor más latente está en la leptospirosis, ya que es una enfermedad que se transmite por la orina de los roedores. “Al haber una inundación, estos salen y se posan en los alimentos u orinan en los techos y cuando llueve, mucha gente recoge esa agua para su consumo”, advierte.

Pero también está latente el riesgo de contraer dengue, zika o Chikungunya, debido a la proliferación de mosquitos por el agua retenida. De hecho, hay momentos en los que es imposible estar en un solo lugar sin sufrir un ataque de estos.

Para los chiquillos nada parece representar un riesgo. Descalzos y en medio del barro, muchos juegan o corren a abrazar a sus madres. Ellas, mujeres muy jóvenes en su mayoría, les toman de la mano, pero no pueden tenerlos en brazos, porque están dando de lactar a los hermanos menores.

Es pensando en ellos que el gran jefe pide a las autoridades mayor apoyo. Sabe que las dotaciones que les entregan paliarán los daños unas semanas, pero después viene la etapa más dura: la de limpiar todo y volver a empezar de cero.

Como él, Donato Vaca Hitto, ejecutivo del sector campesino, espera también que el apoyo continúe, como les prometieron las autoridades.

En su caso, viene de la comunidad Puerto Lata, en San Borja, y asegura que todos los sembradíos de su gente quedaron afectados.

Le pregunto, entonces, si alguna vez ha soñado con vivir en otro lugar. Entonces levanta la vista y dice que no, que jamás, que esa es su tierra y que hará lo necesario para volver a dedicarse a lo que sabe hacer: cultivar la tierra para poder comer.

Hasta el jueves, muchas de estas familias habían vuelto a su hogar. Las que quedaban en el coliseo Evo Morales Ayma pasaban el día esperando, mientras sus animalitos -chanchos y gallinas- revoloteaban en las afueras, junto a los niños que jugaban descalzos en medio de la tierra.

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