Las elecciones en India muestran los riesgos de que las plataformas de medios sociales se conviertan en grupos de mensajería privados. WhatsApp ha publicado anuncios para persuadir a los indios de que dejen de usarlo para difundir falsos rumores

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22 de abril de 2019, 0:00 AM
22 de abril de 2019, 0:00 AM

La elección general en India, en la cual 900 millones de personas tendrán la oportunidad de votar hasta mayo, representa el mayor ejemplo de democracia en el mundo. También es un preocupante experimento en el futuro del debate digital.

WhatsApp, el servicio de mensajería propiedad de Facebook en el que Mark Zuckerberg ha basado el futuro de su compañía, ha publicado anuncios para persuadir a los indios de que dejen de usarlo para difundir falsos rumores. India no es el único lugar problemático de WhatsApp; también está implicado en una caída en las tasas de vacunación en la ciudad de Nueva York, conforme los preocupados padres transmiten desinformación científica acerca del autismo.

Los medios sociales se están volviendo privados a medida que los gobiernos tardíamente abordan los abusos que plagan a Facebook y a otras plataformas abiertas: la propaganda electoral, el discurso de odio y el acoso en línea. El Sr. Zuckerberg lo llama un cambio de la plaza de la ciudad al “equivalente digital de una sala de estar”, aunque el límite de 256 personas para un grupo de WhatsApp cabría en muy pocas salas.

La hipérbole es el menor de sus problemas, o de la versión privada de la democracia digital hacia la que él se ha encaminado. Al igual que los ‘consorcios oscuros’ -los ‘mercados’ de intercambio de acciones que operan lejos de las bolsas de valores públicas- los grupos de mensajes y los foros son privados, y WhatsApp es una aplicación completamente oscura: utiliza el cifrado para evitar que alguien espíe a sus usuarios.

Esto tiene evidentes virtudes; yo no quisiera que el grupo de WhatsApp que usan mis vecinos en nuestra calle fuera un grupo abierto de Facebook. Algunas conversaciones no sólo son privadas, sino que el tono de dichos foros, en los que todos se conocen por su nombre y rostro, es más agradable y menos estresante que el de los medios sociales.

Un poco de desinformación tampoco es algo terrible. La sala de estar promedio alberga numerosas afirmaciones pobremente concebidas y retazos de noticias, lanzados en medio de conversaciones familiares tanto para entretener y provocar a otros como para informar. Es una marca de las sociedades libres que a las personas se les permita hablar algunas tonterías y quejarse de las autoridades sin ser entregadas a la ley por los vecinos, o por informantes.

Pero la velocidad a la que se propagan las noticias falsas y la propaganda a través de los grupos en línea, y la forma en que se amplifican, es diferente del mundo analógico. Como lo ha descubierto WhatsApp en India, donde tiene al menos 210 millones de usuarios, los rumores dañinos pueden propagarse rápida e invisiblemente, incluso si se envían inocentemente. “Comparte alegría, no rumores”, imploran los anuncios de WhatsApp en la televisión india.

La escala puede ser un factor extremadamente poderoso en iniciar y mantener las “cascadas de información” en las que a las personas se les persuade, sin evidencia clara, a que imiten a otros. En un conocido experimento sicológico en Nueva York en 1968, el 40 por ciento de los transeúntes se detuvieron cuando se encontraron con una multitud de 15 personas mirando al cielo.

La paranoia -basada en escasa información- también puede prosperar, convirtiéndose en una completa teoría conspirativa, como un desacreditado estudio realizado por el ex médico británico Andrew Wakefield y otros que originalmente vincularon las vacunas con el autismo. Los foros pueden convertirse en sectas, creyendo que los miembros saben más que los que no forman parte del grupo, y que los gobiernos están mintiendo.

Frente a esto, y ante el hecho de que los mensajes falsos en India han incitado a la violencia en masa resultando en linchamientos violentos, WhatsApp cuenta con pocos remedios sin eliminar el cifrado de extremo a extremo de los mensajes, como lo desea el gobierno indio. A diferencia de Facebook, WhatsApp no puede bloquear el discurso de odio o modificar sus algoritmos para hacer que las noticias falsas sean menos prominentes; los usuarios controlan lo que dicen y a quién contactan.

WhatsApp ha endurecido sus reglas para frenar los abusos y la propagación de desinformación. La aplicación elimina dos millones de cuentas al mes que envían mensajes de forma masiva o que parecen estar automatizados, y ha limitado la velocidad a la que los usuarios pueden reenviar otros mensajes. Pudiera hacer más de lo mismo, pero está circunscrito a su autoimpuesta barrera de cifrado.

Ninguno de estos escrúpulos frena a WeChat, el servicio chino de mensajería y de comercio electrónico propiedad de Tencent, el cual cuenta con más de 1 mil millones de usuarios activos mensuales y representa una parcial inspiración para el Sr. Zuckerberg. WeChat no está cifrada de extremo a extremo, y el gobierno chino impone la censura por palabras claves para bloquear discusiones sobre temas delicados, como los abusos de los derechos humanos, en conversaciones de grupo de hasta 500 usuarios.

Los grupos de WeChat son más libres fuera de China, por ejemplo entre las comunidades chinas en EEUU, pero esto conlleva sus propias dificultades. Un estudio descubrió que, en EEUU, los puntos de vista de derecha dominan en volumen y en alcance, generando temores sobre el islam y sobre la acción afirmativa. “El hombre más peligroso se ha convertido en el presidente de Francia. ¡La civilización humana está cayendo por el acantilado!”, decía un popular mensaje.

Enfrentando a una creciente presión para que controle los abusos en Facebook, el Sr. Zuckerberg claramente se ha dado cuenta de que la vida pudiera ser más fácil si su compañía se tornara ‘oscura’. “Nunca encontraremos todo el daño potencial que hacemos hoy cuando nuestros sistemas de seguridad pueden ver los mensajes mismos”, él admitió el mes pasado, mientras que apuntaba, en su insulsamente utópico estilo, que encaminar la empresa hacia servicios privados y encriptados “me parece lo correcto”.

Su condición fue que “nos tomamos el tiempo para construir los sistemas de seguridad apropiados que detengan a los malos actores”, pero es difícil imaginar cuál pudiera ser este punto medio entre una batalla campal opaca y la censura. Por la salud de la democracia, y por el bien de la sociedad, debemos tener esperanzas de que él invente uno.