Opinión

La lucha heroica de un pueblo

13 de noviembre de 2019, 3:00 AM
13 de noviembre de 2019, 3:00 AM


El objetivo trazado hace 21 días se cumplió y se logró con el concurso de millones de personas que sacrificaron ingresos, trabajo y hasta la seguridad personal y familiar. La lucha por una verdadera democracia fue de los ciudadanos. Los bolivianos se dieron cuenta de que son quienes realmente tienen el poder.

El 27 de noviembre de 2017 despertó una ciudadanía que se daba cuenta de su valor y de que no quería ser estafada; que había rechazado en las urnas que Evo Morales vuelva a ser candidato a la Presidencia y que demostraba en las calles que iba a reclamar su derecho a vivir en democracia. Despertaron los jóvenes que fueron el símbolo de un anhelo de libertad que parecía dormido. Su grito resurgió al evidenciar que querían engañarlos de nuevo, que mediante el fraude estaban por burlar su decisión democrática.

Desde el 21 de octubre, cuando Evo Morales se declaraba ganador en primera vuelta, en complicidad con el Tribunal Supremo Electoral, millones de bolivianos reaccionaban y gritaban fraude en los nueve departamentos del país. Dos días después comenzaba una huelga nacional que no paró en 21 días. Una medida que aún es un gran sacrificio para todos. Desde las cifras macroeconómicas por la afectación a las exportaciones, pasando por las pequeñas y grandes empresas paralizadas, hasta el bolsillo de millones de personas. Aun así, la medida era firme y reivindicaba que la dignidad es un valor inclaudicable.

Al comenzar el paro nacional, la salida de Evo Morales parecía una utopía, pero día tras día crecía la convicción de que se iba a lograr. El ejemplo de Santa Cruz y Potosí, con un paro contundente y pacífico, fue inspiración para el resto del país. El arte puso su toque, con canciones y conciertos en las rotondas; la creatividad que daba vueltas en las redes sociales con memes y otras gracias de los bloqueadores; las oraciones mostraban que la voluntad y la paz serían capaces de mover montañas.

La violencia llegó con el llamado de Evo Morales a cercar las ciudades. Los primeros ataques se produjeron en el norte cruceño y se cobraron dos vidas a balazos. 

La tercera muerte ocurrió en Cochabamba y fue a palos. La tristeza se apoderó de todos, pero la convicción cobró fuerza. Pasaban los días y, aunque el cansancio era evidente en cada punto de bloqueo, la firmeza ciudadana era contundente. A cada golpe verbal o físico proveniente del MAS, la respuesta era de mayor firmeza.

Dicen que en 21 días se puede adquirir un hábito y ojalá quede para siempre esa costumbre de solidarizarse y colaborar con el vecino para lograr un objetivo común, ojalá permanezcan las iniciativas de ollas comunes que alimentan a todos; que continúe el reconocimiento del otro con una sonrisa y un saludo amable. 

En estos últimos días se vieron cosas que parecían imposibles en los últimos 14 años: las FFAA y la Policía trabajando en equipo o un ‘poncho rojo’ y un ‘oligarca’ dándose un abrazo. Sobre todo, que los bolivianos se unieron más allá de identidades regionales o las condiciones económicas; se logró quitar el límite que imponía el discurso oficialista que utilizó el racismo a su conveniencia.

Los jóvenes abrieron un surco fundamental, el de la esperanza, porque, así como emergieron demandando democracia, libertad y dignidad, es preciso que unan sus voces para gritar que nunca más, que ya no es posible el engaño colectivo, que el verdadero poder debe estar en el pueblo.



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