Las obras de Ignacio Vera de Rada son disímiles en la técnica y en la forma de representación de los elementos de fondo, pero tienen un elemento común: el amor en una dimensión profunda

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16 de noviembre de 2019, 3:00 AM
16 de noviembre de 2019, 3:00 AM

Norma Campos V. / Investigadora de arte

Pero, pintura y poesía, ¿no son en verdad la misma cosa, presentada bajo distintas formas? Si Shakespeare decía que la música es alimento de amor y Horacio que la poesía asemeja a la pintura, ¿no podría hacerse la misma analogía entre los versos y las pinceladas, para fundirlos en una misma y única expresión del espíritu? Hay escritores que también pintan y pintores que grafican los versos que vuelan en sus mentes.

Según él mismo cuenta, antes que la literatura y la música (dos de sus grandes pasiones de toda la vida) fue el dibujo. 

Dibujó desde que tiene memoria,…dos o tres años. Así como varios retazos de su vida y varias remembranzas perdidas en el piélago del tiempo pueden ser encontrados en sus versos, su afición al dibujo y su amor por el arte de los pinceles también pueden ser encontrados en su literatura, en su novela Valentina y Natalia (Plural, La Paz, 2018), donde, quizá en una expresión autoconfesional, hace escribir en una epístola a su protagonista Jacob: “He vuelto a trazar bocetos de todo cuanto se me viene a la imaginación. Volví al dibujo con todas mis fuerzas, y hago retratos de personas, esbozo castillos brotados de mi fantasía, trazo bocetos de damas desnudas… Dibujo panoramas románticos y melancólicos”. 

O el recuerdo del primer taller de pinturas, salido de la pluma del mismo personaje de la novela: “Hay, sin embargo, algo maravilloso y nuevo que creo podrá alegrar mis próximos días: el obsequio que mis padres me dieron hoy al amanecer, cuando apenas hube abierto los ojos: un caballete, acuarelas y óleos, una decena de pinceles de varios tipos y una bellísima paleta de colores”.

Hace poco el escritor y ahora también pintor Ignacio Vera de Rada ha ganado un concurso de artes plásticas en España, con dos obras que quizá son el fruto de esa peregrinación que nunca asumió como una profesión verdadera y que son el resultado de una andanza iniciada, como ya se vio, en la niñez, tal vez a tientas y con incertidumbre. Selene (2017) y Rosa amistad (2019) son las dos obras que serán incluidas en el Libro de Artistas Jóvenes y Creadores, un texto que recogerá los mejores trabajos de artistas de 18 a 35 años, de países de habla hispana de todo el mundo.

Selene es un dibujo hecho con estilógrafo, en blanco y negro, que representa justamente, ni más ni menos, a la diosa lunar cuyo destello se aprecia en las noches, cuando el sol la ilumina por detrás. El dibujo la representa como salida de sí misma, o en un desdoblamiento, porque la luna, dibujada con trazo grueso, está detrás de ella, imponente y magnífica, en toda su redondez de cuerpo celeste. La diosa, en cambio, está parada en posición seductora y coqueta, con los dos brazos hacia arriba y la melena ondulada batida por el viento.

La belleza y la perfección de la mujer sobrecogen; sus senos abultados se ven tenuemente a través de una especie de tul transparente y su tronco y piernas están en posición curvada, como las efigies con combas escultóricas del griego Praxíteles. El ombligo, anunciado solamente con una ligera sombra, es el remate del juego de formas. 

Los pies de la mujer mitológica no se ven, pero sí se ve que detrás de ella hay un paisaje rocoso y yermo. Los vestidos se ven ligeramente perturbados por una brisa que también bate las ondas de los cabellos de Selene. En general, la imagen de la diosa representa serenidad, iluminación, majestuosidad y sopla un aura de coquetería.

La otra obra premiada es Rosa amistad, un óleo sobre lienzo de 23x30 cm, que representa lo que su título dice: una rosa que está en pleno florecer. Pero, a diferencia de la anterior obra, esta no es realista, sino más bien algo abstracta. Los colores utilizados son el magenta y el azul eléctrico, esparcidos con pinceladas desordenadas y libres. 

Abajo el azul y arriba el magenta, van convergiendo a la mitad del cuadro, en un matiz de colores que se entrelazan, como un abrazo o un engranaje, pero que no se mezclan, sino que mantienen su independencia. El rojo produce una sensación de dolor, de tristeza, de desgarramiento, de adiós. En algunas partes, el magenta está utilizado sin trementina, sin ser diluido, como una masa, pues sobre el lienzo se ven como manchas grumosas de sangre concentrada o coagulada. 

El concepto de la obra es claramente la despedida a una amistad, el adiós para siempre. 

La rosa misma está presentada con líneas no muy bien definidas, con una técnica peculiar que consiste en el retiro de pintura, con una espátula o un punzón: las líneas de la flor están trazadas con la ausencia de pintura. El tallo, lleno de espinas, también proyecta un sentimiento de dolor y crudeza. 

El azul eléctrico traduce más bien una emoción de frialdad y distancia, mientras que el magenta, en la parte superior, donde se encuentran los pétalos de la flor, una de calidez, de pasión, de ardor.

Las pinceladas son nerviosas, frenéticas, rápidas, tensas, como las de los Nenúfares de Monet. Podrían hallarse también analogías con la técnica que fundó y uso Van Gogh.



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