Opinión

Una apuesta por el terror

21 de noviembre de 2019, 3:00 AM
21 de noviembre de 2019, 3:00 AM

El audio del expresidente Evo Morales dando instrucciones para un bloqueo sostenido con la consigna de que no entren alimentos a las ciudades es solo una parte de la suma de hechos ocurridos en esta semana que lograron espantar, generar dolor y angustiar a millones de bolivianos, la mayoría de la población, familias que solo quieren paz y que sus vidas vuelvan a la normalidad.

Hay 18 muertos en menos de una semana. Se trata de campesinos, pobladores de El Alto y también de un policía que fue golpeado hasta la agonía en Sacaba. Aún faltan explicaciones sobre esas vidas perdidas.

Por ejemplo, se supo que dos de los fallecidos en Cochabamba tenían disparos por la espalda; que varios de los muertos en El Alto tenían balas calibre 22 (que no son reglamentarias del Ejército), etc. Es preciso que se concluya la explicación antes de sacar conclusiones y, por supuesto, demandar que se acabe el menoscabo de la vida humana.

Por otro lado, sorprendió el video que registra un audio en el que se escucha al presidente Evo Morales instruyendo cómo hay que hacer para bloquear durante mucho tiempo y, sobre todo, ordenando que no pasen alimentos a las ciudades. 

Se percibe una mezcla de desconcierto y de malestar en quienes son afectados por estos cercos a las urbes, debido a que Morales es quien se reivindica como “el pacificador” y quien pretende terminar su mandato a costa de causar el sufrimiento de millones de bolivianos que no pueden conseguir carne o verduras para su alimento diario.

Por otro lado, las movilizaciones de seguidores del MAS ya ingresaron en el terreno de lo delictivo. El martes hicieron detonar dinamita en puertas del depósito de gas y otros combustibles en El Alto; no solo eso, por la noche usaron explosivos para derribar un puente e impedir el paso de camiones cisterna que puedan abastecer con hidrocarburos en La Paz y otras capitales. A ello hay que añadir el video de un cabildo en Sacaba (Cochabamba) en el que un dirigente habla de apostar 500 francotiradores en el trópico de Cochabamba para que se enfrenten a policías y militares.

En Yapacaní hay un cerco de guerra. Quienes impiden el ingreso y salida de vehículos pusieron alambres de púas, andan encapuchados, exigen cédula a los ciudadanos y disponen quién entra y quién sale de esa ciudad. Además, en este punto como en otros gritan “Ahora sí, guerra civil” sin siquiera imaginar lo que una confrontación entre bolivianos puede significar y las heridas que puede abrir.

Ante ese escenario macabro, lo peor que puede ocurrir es que se normalicen esos llamados a la guerra, ese uso de dinamita para volar puentes cual atentado terrorista, esa instrucción de bloqueo para hacer pasar hambre a millones de personas por el solo hecho de vivir en las ciudades y, quizás, por haber “cometido el pecado” de pedir la renuncia de un presidente que ahora está demostrando con creces que no gobernaba para todos, sino solo para quienes eran obsecuentes con sus mandatos y su afán de extender el poder.

Que el espanto sea la cura para resistir esas actitudes y acciones, porque quienes están causando tanta violencia no representan a los bolivianos, son unos cuantos con intereses particulares que quieren someter a todo un pueblo.

Evo Morales pide una comisión de la verdad para revisar las elecciones. Él tiene que dejar de dar instrucciones sobre bloqueos a sus seguidores; está en la obligación de contribuir a la paz y no a la guerra. Mientras felicite las “movilizaciones” traducidas en cercos; mientras justifique y aliente a “que el pueblo se arme”, Bolivia será presa del terror.

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