Nadia Deheza, Yris Reynal, Vianka Vargas, Mariana Pinedo, Valeria Gomes y Nadia Peralta cuentan cómo es dormir con la discriminación en Bolivia. La vida no ha sido del todo buena con ellas. Pero, luchan por respirar

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15 de diciembre de 2019, 3:00 AM
15 de diciembre de 2019, 3:00 AM

El caos

El cielo lloraba. El viento golpeaba las casas. Una mujer avanzaba en medio de la lluvia. Sus pies se mojaban. Dentro de ella alguien pateaba. Una y otra vez. Caminó unas 20 cuadras hasta que llegó a ese consultorio. Ahí gimió. Sus gemidos se mezclaron con el quejido de la tormenta. Sus gritos se callaron solo cuando Nadia Deheza lloró. Eran las 23:55 del 27 de mayo de 1990.

La luz nunca se prendió para Nadia. Su nacimiento había sido prematuro. Su mamá tenía seis meses de embarazo cuando parió esa madrugada. La pequeña crecía en un cuarto de barro con techo de calamina. Ahí convivió con seis hombres: cinco hermanos y su papá. Solo había dos camas. En el piso se extendían una estera y un hule, y las colchas hacían de almohadas, ahí dormían todos.

No tenían cocina. Preparaban locro a leña. Y Nadia no tenía tiempo de jugar. Tenía que salir con su mamá a vender leche crema. La gente la miraba. Mostraba una cara de pena y le compraban. A sus 11 años su mundo se detuvo: tenía anemia hemolítica, al igual que su hermano menor, de nueve.

Solo una operación de médula podía cambiar la historia. Pero nunca llegó. Hoy Nadia toma dos tabletas al día y de vez en cuando pasa por una terapia de oxígeno y transfusiones de sangre. Los glóbulos rojos de su organismo son deformes y es por eso que necesita seguir con el tratamiento.

La oscuridad siguió. Nunca se olvidó de aquella vez, en el colegio, que una niña rubia se acercó a ella y le lanzó: “¡Negra!”. Nadia salió llorando. Su padre le dijo que comparara el color de un paraguas con su brazo. “¿Cuál es el negro?”, le preguntó. La respuesta era obvia. “Esa niña no sabe los colores”. Le aseguraba un hombre de ascendencia nigeriana y brasileña que solo había estudiado hasta cuarto básico.

Al otro día, la chiquilla volvió. “¡Negra!”, le introdujo en el oído. Nadia le mostró el borde de la pizarra. Y le devolvió: “¡Esto es negro!”. Y los niños del salón se rieron sin parar. Nunca más la molestó.

“No soy negra. Soy color chocolate”. Es lo que le dice a cualquiera. Tuvo carencias en su hogar, pero le sobró la felicidad, esa que le daban sus papás. Su mamá fue un gran ejemplo de superación para Nadia. Salió bachiller cuando tenía 50 años y estudió Teología y Enfermería. Cuando era niña, ella y sus hermanos comían solo sopa de lunes a viernes y esperaban con ansias el domingo, porque sabían que ese día una sabrosa chuleta con arroz y ensalada los esperaba sobre la mesa.

Tenía 19 cuando le arrancaron el alma. Un monstruo la violó en la casa de una amiga. “Esa niña inocente murió ese día. Quería vengarme y empecé a jugar con los hombres. Caí en las drogas”, recuerda. Un año duró su perdición y decidió acudir a un centro de rehabilitación. Hoy está ‘limpia’.

Su padre la hacía posar. Agarraba sus manos y le hacía click. Su madre no veía con buenos ojos eso. Ella salía en la madrugada, agarraba la línea 3 y llegaba a una televisora. Ahí jugaba a ser modelo. Ahora es una maniquí independiente, pero lo último que espera es que la gente se entere de que es modelo. “Si sos modelo, sos prostituta y tonta”, eso creen.

El perdón

Los abuelos de Yris Reynal eran esclavos africanos. En Oruro le pusieron sus apellidos (porque no tenían) y los mandaron a la selva yungueña. Ahí, en Cala Cala, nacieron sus papás. Y ella también. Tenía ocho años cuando el amor se rompió en su hogar.

En su casa siempre reinó la violencia. Su madre era golpeada por su padre. Y el descontrol también le llegaba a Yris y sus otros hermanos pequeños. Quizá fue un alivio cuando el hombre decidió dejar la casa. Era un día antes de la Nochebuena. Para Yris fue el fin del mundo. A pesar del maltrato que recibía de su progenitor, ella lo quería. Y fue por él.

Lo buscó. Lo persiguió. Pero, él siempre se escondió. En los Yungas se enteró de su vida. Una vez, por teléfono conversó con él, pero era tarde. Ese hombre tenía su posición y no quería verla. Ella seguía con el corazón hecho añicos.

Hoy tiene 24 años. Y ya no le importa que la gente se pellizque cuando la ve cruzar la calle. “Una ‘negra’ no existe. Negra es la suela del zapato. Negra es una bolsa. Soy color canela”, apunta.

“Los hombres piensan: ‘Por ser negra, es fácil’. Pero no es así. Por eso no me enamoro. Prefiero ahorrarme los comentarios”, expresa y une: “La gente me grita: ‘¡Negra!’. Yo les respondo: ‘Soy negra, pero no soy tu negra’”.

Yris llegó a odiarse a sí misma por sus orígenes. Hasta pensó en quitarse la vida. En la tele miraba a las modelos y quería ser una de ellas. Luego entendió que su belleza era distinta y que esa precisamente era su gran arma para ingresar al mundo del espectáculo. Ahora su eslogan es: “Si brillo yo, que brillen todas. Si no brillo yo, que brillen las demás”.

Su abuela le puso Yris, porque creyó que sería una niña que brillaría en el mundo. No se equivocó. Ella, cuando vivía el infierno de su hogar, se hincaba en las noches y le pedía a Dios solo una cosa: “Que mi mamá sea eterna”.

La diplomacia

Eran manazos. Uno seguido del otro. “Cabeza de bombril”. “Cabeza de nido”. “¿Por qué no te peinás?”. Eso le decían en el colegio. Ella, Vianka Vargas, no sabía qué ocurría. Y solo lloraba. Creció. Su mamá le decía: “No te metás con un negro. Tenés que mejorar la raza”. Y seguía con más dudas.

El mundo la golpeó. Pero ella se preparó para enfrentarlo. Estudió Turismo. Formó parte de una investigación del Instituto de Lengua y Cultura y se publicaron dos libros, uno sobre la vida de afrobolivianos en los Yungas y otro sobre la ceremonia de la muerte. Hoy es una activista a favor de su gente. Integra el Consejo Departamental Afroboliviano y hace poco participó de un programa de liderazgo en EEUU.

En un pasado fue atleta y ganó medallas. Hace nueve años tuvo a su hija y le puso de nombre Asafa en honor a ese deportista. Hoy, también, cuenta con su propia tienda de ropa y accesorios. Sobre los ‘afros’ indica: “Negro es un color. No somos un color. Tenemos nombre y apellido”.

El ascenso

Nació hace 20 años. Se crio en San Rafael y San Ignacio. Respiró en una casa de madera y creció con otros niños que la llamaban ‘Negra’. Valeria Gomes da Mota era muy talentosa para el violín y sus compañeros -celosos- la esperaron afuera del aula. Le jalaron el cabello, le sacaron los zapatos y le destrozaron el instrumento. Nunca más quiso saber de volver a las clases de música. Sí, se asustó.

En el colegio no pararon los abusos. Le prendían chicle en su voluminosa cabellera. Y le gritaban: “¡Cabello de pipoca!”. Una vez le dijo a su mamá que quería hacer un cambio de piel como Michael Jackson. “Los chicos me decían que, si me lavaba con lavandina, me iba a hacer blanca”, añade. Pero, ahora está agradecida con la vida, por no haber caído en esa locura.

Llegó a Santa Cruz para superarse. Y ha obtenido varios títulos de belleza, como srta. Primero de Mayo en 2018. Le costó ser modelo, por su peso. Desde pequeña enfrenta un problema hormonal que no le permite ser delgada. Pero, no se detiene y sueña con obtener las coronas de Miss Santa Cruz y Miss Bolivia. “Una vez miré y vi que todos eran iguales y yo, diferente. Entonces supe que, en vez de ser un perjuicio, era un beneficio ser así. Nací con esa ventaja”, encierra.

La Paz

Nadia Peralta tiene 25. Es oriunda de Chicaloma (Sud-Yungas). Sus bisabuelos eran africanos. En La Paz se sintió discriminada por su color de piel, pero en Santa Cruz de la Sierra encontró la libertad. Obtuvo el título de Miss Illimani y eso le permitió participar del Miss Bolivia. En las redes sociales enfrentó un bullying de terror. Le dijeron de todo, pero ella siguió firme. Es modelo; estudia Marketing y Publicidad.

Mariana Pinedo tiene 22. Su mamá es cruceña y su papá, de los Yungas. Él le dio esa sangre de mujer valerosa que ahora posee. En 2018 fue señorita Santa Cruz. Supo qué era el bullying cuando se lo hicieron en las redes sociales. Hoy es una conocida influencer de marca y es modelo.

Nadia Peralta, Mariana Pinedo, Valeria Gomes da Mota, Yris Reynal, Nadia Deheza, Vianka Vargas siguieron de cerca el momento en que la sudafricana Zozibini Tunzi emergía como la miss Universo. Se miraron. Se vieron el color de piel y su rizada cabellera. 

Y solo se encogieron de hombros. Se llenaron de orgullo por sus orígenes. Antes, cuando eran niñas y adolescentes, se odiaban, se cortaban el cabello y renegaban contra su ser. Sus papás les decían que esa diferencia era una gran virtud. El significado de aquello lo entendieron en la entrada de su madurez. Son mujeres afrobolivianas que llevan la belleza como herencia. Son las mujeres de la furia. La furia de la naturaleza y de sus ancestros.



Valeria Gomes da Mota (20). Cruceña. Su papá es afrobrasileño y su familia
es de origen samaipateño. Es modelo y obtuvo varios títulos de belleza en
Bolivia.


Nadia Peralta (25). Vio la luz en la zona de Sud Yungas. Sus bisabuelos eran
africanos. Su abuelo paterno fue esclavo. Su abuela es boliviana.

Mariana Pinedo (22). Cruceña. Su papá le heredó esa belleza ‘afro’. Ha podido enfrentar la discriminación. Se dedica al modelaje


 

Vianka Vargas (32).  Cruceña. Después de su investigación, se enteró que
su ascendencia tiene origen en la esclavitud de africanos en Santa Cruz.

Nadia Deheza (29). Cruceña. Modelo y conductora de televisión. Estudió
Comunicación, Medicina, Nutrición y Diseño de Modas.

Yris Reynal (24). Yungueña. Estudia Comunicación Social. Es modelo
independiente.

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