Opinión

Un 2020 de reconstrucción democrática

27 de diciembre de 2019, 3:00 AM
27 de diciembre de 2019, 3:00 AM

Una vez más el país es escenario de profundos cambios que se desarrollan en forma vertiginosa y relativamente pacífica.

Si bien había muchos signos que mostraban que el ciclo del MAS y Morales había terminado y que su caída era cuestión de tiempo, hasta el 20 de octubre pasado los analistas más audaces no vaticinaban que ésta se diera en noviembre. Hasta entonces, la vista estaba puesta en la segunda vuelta electoral como fecha clave para el inicio del cambio.

Sin embargo, la angurria de poder de los ex mandamases cavó su propia tumba al instruir la comisión del ya famoso, grosero y comprobado fraude electoral que radicalizó a la ciudadanía cuya movilización fue de tal magnitud que permitió derrotar al MAS y Morales en un mes y con tres muertos provocados por los agentes del régimen depuesto (conviene hacer notar que los alrededor de 20 ciudadanos muertos en las jornadas violentas de Senkata y Sacaba se registraron en movilizaciones de grupos afiliados al masismo en contra de la sucesión constitucional que hizo que la presidencia recayera en la actual mandataria).

En ese raudo proceso fue clave, sin duda, la movilización organizada en Santa Cruz, que estuvo dirigida por el presidente del Comité Cívico y que permitió, por un lado, mantener la protesta en todas las capitales de departamento durante los largos 30 días de acción permanente y, por el otro, sostener la consigna de la renuncia de Evo Morales a la Presidencia del Estado como única condición para que retorne la calma al país.

Esta sucesión de hechos, empero, tiene el peligro de hacer olvidar que hay factores previos y actores cuya actuación fue clave para llegar al final que vivimos en noviembre pasado.

Uno de los más importantes es que, a diferencia de lo que ocurrió en Venezuela, en ningún momento, a lo largo de la gestión del masismo, se dejó libre un espacio de pugna electoral. Con todas las críticas que recibieron y sobrellevando su propia crisis estructural, partidos y dirigentes políticos estuvieron presentes en todos los escenarios electorales: Asamblea Constituyente, elecciones regionales, generales y judiciales, referendos, etc. Y lo hicieron resistiendo la presión de grupos radicales, pero felizmente minoritarios, que postulaban en forma permanente la abstención.

De hecho, probablemente era otra la historia corta si personalidades como Carlos Mesa, Oscar Ortiz, Víctor Hugo Cárdenas o, desde otra trinchera, Samuel Doria Medina, no aceptaban el desafío de plantar bandera en las elecciones generales del 20 de octubre, y participar, pese a todas las desventajas, en una desigual campaña electoral que fue la que, finalmente, permitió la subsiguiente movilización ciudadana para terminar de expulsar a los autoritarios del poder.

Pero, ni los mencionados candidatos hubieran podido hacer nada si no se contaba con la adhesión militantemente democrática de la ciudadanía que pese a todos los obstáculos estuvo presente en todos los actos electorales que se realizaron. En ellos se podía observar que “de a poco” el MAS y su proyecto autoritario iban perdiendo apoyo, hasta el resultado contundente del referendo del 21 de febrero de 2016, cuando objetivamente la ciudanía se expresó en contra de la reelección indefinida.

Se trata, pues, de procesos acumulativos que finalmente terminan provocando cambios que, a su vez, generan nuevos procesos acumulativos.

En ese sentido, recordar esos sucesos nos puede ayudar a que podamos responder adecuadamente en los dos eventos más importantes que nos depara el nuevo año: las elecciones generales y las elecciones regionales, de las que busquemos que emerjan los dirigentes, hombres y mujeres, que tendrán a su cargo la reconstrucción de la institucionalidad democrática del país, y no nuevos mesías a los que la democracia les molesta.



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