Plantea que los líderes deben reiventar la manera de comunicarse eficientemente, especialmente con los jóvenes. Habla del riesgo de volver a formas no democráticas ante la falta de validación de los actores políticos

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19 de enero de 2020, 3:00 AM
19 de enero de 2020, 3:00 AM

Por :  Samuel Doria Medina - Presidente de Unidad Nacional y Empresario

En diciembre hice un viaje a Montego Bay, una ciudad de la isla caribeña de Jamaica, para asistir a un encuentro del Comité para Latinoamérica de la Internacional Socialista (IS), al cual pertenece mi partido, Unidad Nacional. 

El propósito de mi viaje fue hacer conocer la situación boliviana actual a los partidos de la IS, entre los cuales se hallan, por ejemplo, el Partido Revolucionario Institucional (México) o el Partido Nacional del Pueblo (Jamaica), ambos de importancia histórica para sus respectivos países. Mi misión fue exitosa, logramos una resolución de la IS apoyando el recién nacido proceso de renovación democrática de Bolivia, que se inscribe en una coyuntura particularmente complicada para toda la región.

En esta reunión, la política chilena Marta Mauraz dijo que América Latina vive el fin de un ciclo, ya que los esquemas de fuerzas políticas que había anteriormente están desapareciendo y, en su lugar, aparecen otros que no sabemos exactamente qué características tendrán. Sabemos, eso sí, que uno de sus componentes es la desconfianza popular respecto a las instituciones de la democracia republicana, pluralista, de pacto entre minorías que, en el pasado y en particular dentro de la IS, habíamos tenido como el mejor modelo a seguir.

Esto ocurre, sin duda, en Chile,donde los jóvenes de los sectores más vulnerables de la población se han enfrentado diariamente, desde hace casi dos meses, contra la Policía en busca de implantar nuevas reglas de juego en la sociedad supuestamente más ordenada de Sudamérica. Estos jóvenes, en efecto, desconfían de las instituciones de la democracia representativa, no creen que estas instituciones vayan a resolver sus problemas y por eso marchan en las calles. Sus “instituciones” son el bloqueo, la protesta y el enfrentamiento con los carabineros.

Pensémoslo bien: Lo que ocurrió en Bolivia en este último tiempo no es tan distinto del cuadro chileno. En nuestro caso, un caudillo que solo podía pensar en sí mismo y un orden político-jurídico, completamente tramposo y vendido al mejor postor, nos convencieron de que no había más camino que el de las calles, los bloqueos y las protestas, para lograr algo de equidad y de respeto a nuestros derechos. Fue esta decisión de la gente y fueron estos métodos de lucha (no un fantasioso golpe militar) los que lograron la renuncia de Evo Morales e inauguraron el nuevo tiempo que vivimos.

Ahora bien, la pregunta que debemos hacernos aquí es si se puede fundar un orden político distinto sobre la pura expectativa y la movilización de la gente, y si estas, por el solo hecho de ser auténticamente populares, resultan de inmediato y automáticamente democráticas y constructivas.

Creo que en el caso de Chile es fácil decir que no, que aunque la movilización que se ve en este país es una acción genuina del pueblo, al mismo tiempo entraña graves riesgos para el orden democrático chileno, que se concretarán en la medida en que el sistema político no sea capaz de absorber y de canalizar la rabia popular de forma productiva y pacífica.

No se puede decir lo mismo de la situación boliviana, pero hay similitudes. Lo evidente es que solo con rabia contra el pasado no se puede construir un futuro mejor. 

De ahí todos los esfuerzos que realizamos en la segunda quincena de noviembre para reconvertir la revolución popular que tumbó a Morales en una transición constitucional, discrepando con algunos que querían coronarla con una “junta cívico-militar” o algún otro tipo de gobierno de facto, posibilidad que, de concretarse, hubiera complicado el futuro del país enormemente.

El riesgo no ha concluido, ni mucho menos. Si los partidos políticos no son capaces de enganchar con las masas democráticas actuales, estas buscarán ser dirigidas por caudillos y por movimientos anti-institucionales que, aunque ya no sean Evo y el MAS, se parecerán a ellos.

Es cierto que los jóvenes ya no quieren cargarse con ideologías que funcionen como corsés restrictivos, pero, en cambio, no es cierto que sean reacios a las ideas y los valores. Al contrario, estos son sus instrumentos más característicos, pues se oponen a la política como marketing, como catálogo de promesas, como retórica sin fondo (todo lo que esta ha sido en los regímenes que se pretende superar y dejar atrás).

Comunicar ideas y valores no es fácil de hacer, porque deben ser ideas que correspondan con las nuevas realidades y porque, a diferencia de las promesas, no surgen mecánicamente de las encuestas de opinión. Tampoco es fácil comunicarlas a unas audiencias que tienen otros lenguajes, otras formas de pasar el tiempo y otras maneras de moverse en la sociedad que las tradicionales.

Sin embargo, no tenemos opciones. Si no queremos que Bolivia vuelva a equivocarse, los políticos democráticos debemos capturar la imaginación de los jóvenes que se han movilizado en contra de la “política tradicional” y que esperan que nos vayamos a casa cuanto antes.

Una opción que equivaldría a dejar el camino abierto a una salida antidemocrática y quizá violenta, por la que muchos trabajan, conscientemente, en Argentina, y por la que otros también trabajan, inconscientemente, dentro del país.



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