Opinión

EEUU e Irán: peligros de una crisis recurrente

18 de enero de 2020, 3:00 AM
18 de enero de 2020, 3:00 AM


La reciente muerte del general iraní Qasem Soleimani por medio de un dron y orden directa del presidente Donald Trump, reavivó la rivalidad que enfrenta a Estados Unidos e Irán desde hace décadas. 

Cuando cayó el Sha Mohamed Reza Pahlavi en 1978, el idilio entre Teherán y Washington se rompió estrepitosamente al iniciarse serios disturbios en contra de esa monarquía proestadounidense instaurada por un golpe desde 1953. 

El monarca se vio forzado a abandonar Irán el 16 de enero de 1979, incapaz de contener las protestas que habían azotado las calles durante meses. Apenas dos semanas después de la salida del sha, el líder islámico religioso Rujola Jomeini, que había sido forzado a dejar el país en 1964 por sus críticas al Gobierno, vuelve del exilio.

Con el advenimiento de los regímenes islámicos de los “ayatolás” se declaró la República Islámica de Irán y desde entonces los gobiernos sucesivos se radicalizaron cada vez más y denominaron a Estados Unidos como el “gran Satán” echándole la culpa de todo lo que acontecía en Oriente Medio. 

Esta antipatía se hizo extensiva al Estado de Israel y así -poco a poco y durante décadas- diversos incidentes se fueron suscitando entre Washington y Teherán, uno de los más conocidos fue la toma de rehenes en la embajada norteamericana (1979-80) y el fracaso de la expedición comando que EEUU envió para intentar liberarlos.

El mundo fue cambiando, se terminó la Guerra Fría, pero la rivalidad prosiguió y creció más cuando Irán anunció que estaba en fases cercanas a lograr desarrollar un artefacto atómico mediante sus plantas nucleares. De inmediato la comunidad internacional exigió a Irán que demuestre que sus planes no implicaban una agresión futura. 

Al mismo tiempo que le impusieron sanciones se generaron varios acuerdos multilaterales en el marco de las Naciones Unidas. En la época de Barak Obama se llegó inclusive a lograr entendimientos que parecían el principio del fin de las rivalidades, pero no fue así; las tensiones siguieron y se incentivaron aún más con Trump en el poder y con la expansión de las ambiciones geopolíticas de los fanáticos religiosos de Teherán, afanosos por extender su red de influencia, la que llegó inclusive hasta Bolivia en la administración de Evo Morales, como es de público conocimiento.

En el ínterin se produjeron hechos horribles, varios de ellos atribuidos a Irán. Entre ellos destaca el atentado contra la comunidad israelita AMIA en Buenos aires (1994) y otros deleznables actos terroristas, varios de ellos gestados por el ahora fallecido Soleimani.

Irán quedó fichado en el tablero mundial como un “Estado bandolero” y así han seguido las cosas en medio de tensiones diversas. Recordemos que Irán es un país de 80 millones de habitantes, cuenta con mucho petróleo y otros recursos; además, controla el estrecho de Ormuz, punto clave del golfo Pérsico para el abastecimiento de petróleo en la región. De ahí su importancia estratégica y la necesidad de contar con su cooperación o bien contener sus agresiones.

Los últimos acontecimientos parecieron generar una rápida escalada de violencia armada, pero no fue así. Para colmo, misiles iraníes dispararon por error contra un avión ucraniano de pasajeros y fallecieron 176 personas. En fin, la violencia que parecía “in crescendo” disminuyó en intensidad, tanto por el lado del propio Trump como de sus rivales en Irán. 

Pareciera que por ahora las cosas están en un tira y afloja. Confiemos que prevalezca la paz, ya bastante convulsión hay en el mundo. Sin embargo, en Oriente Medio todo es posible y nada puede descartarse.



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