Opinión

El país de los presidentes

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25 de enero de 2020, 3:00 AM
25 de enero de 2020, 3:00 AM

Por: Guadalupe Peres-Cajías

2014 es uno de los años que deberá quedar marcado en la memoria colectiva.

Entonces, se vulneró por primera vez el art. 168 de la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia, con la tercera candidatura continua del expresidente Evo Morales y su exvicepresidente Álvaro García Linera.

Empezó el declive democrático del nuevo siglo. Intensificado con el irrespeto al Referéndum de 2016 y con las fraudulentas elecciones de 2019. Capítulos que derivaron en una de las crisis sociales y políticas más complejas de la historia nacional.

Hoy, sorprende que al ver los resultados de esa angurria por el poder y de la falta de honor a la palabra, existan otros que pretenden replicar un guion similar al del caduco binomio Morales-García Linera.

Luis Fernando Camacho podría ser un ejemplo. El ex líder cívico insistió en más de una ocasión que sus acciones por contribuir a la defensa democrática de Bolivia, durante la crisis de 2019, no estaban relacionadas con una búsqueda del poder político. No obstante, a inicios de diciembre, anunciaba su candidatura presidencial, empañada además por una controversial alianza con Marco Pumari (también ex líder cívico).

Esta semana, con poca memoria sobre sus propias promesas, Camacho demanda a la presidente Jeanine Áñez que “cumpla su palabra y por ética, no sea candidata”. Solicitud que surge a propósito de la tendencia viral #YSiFueraElla? y de los supuestos rumores sobre una candidatura presidencial de quien ocupa transitoriamente ese cargo.

Con la esperanza de que esos rumores se queden en palabras vacías, es preciso insistir en que los candidatos presidenciales tengan un mínimo de condiciones para cumplir con su responsabilidad de servidores públicos. La primera tendría que ser la capacidad de cumplir en la práctica con la enunciación discursiva. De lo contrario, ¿cómo será posible creer en que sostendrán la democracia; en su relación con el poder o en sus propios programas de gobierno?

Sobre este último punto, considero fundamental que los candidatos socialicen, profundicen y discutan, en una esfera plural y dialógica -como indica Nancy Fraser (1993)- sus propuestas de gobierno.

Por mucho tiempo, los rostros han sido más importantes que las acciones, a la hora de tomar decisiones electorales. ¿Valdrán más las representaciones simbólicas que los resultados reales?

Finalmente, a propósito de esos resultados, habrá que pensar en uno de los retos más importantes del próximo gobierno: recuperar la institucionalidad del Estado boliviano. Como bien explica Boaventura de Sousa Santos (2004), aquella constituye un principio democrático.

El gobierno saliente del MAS sorprende cada vez más con su plural legado de corrupción que, junto a su poco respeto por la ley boliviana y la personalización de la administración pública, han incidido en una crisis de la gestión y la institucionalidad del Estado boliviano.

Por ello, para el puesto de mayor responsabilidad a nivel nacional habrá que considerar no al que quiere ser presidente a como dé lugar, sino a quien pueda ser el servidor público más capacitado y comprometido con la sociedad.



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