Opinión

La fuerza de las armas

19 de febrero de 2020, 3:00 AM
19 de febrero de 2020, 3:00 AM

Una somera revisión de nuestra historiografía pone en evidencia que la fuerza de las armas ha prevalecido, por lo general, sobre la fuerza de las urnas. Es decir, que el mandato de la mayoría de nuestros gobernantes de turno, surgió de los golpes de mano y no de elecciones generales. Se le adjudica al doctor José María Linares como 36 levantamientos armados (un poco más que los dados por el coronel Aureliano Buendía, personaje de las novelas de García Márquez), y al coronel Isidoro Belzu otros tantos. Ambos subieron por la fuerza de las armas y fueron bajados por igual procedimiento, independientemente de si se trataba de gobiernos oligárquicos, como el de Linares o populares como el del Tata Belzu. El caso es que por medio de las famosas ‘gloriosas’ subían y bajaban todos los caudillos bárbaros y los supuestamente ilustrados.

El historiador Rigoberto Paredes (salvo error u omisión), contabiliza un total de 180 ‘revoluciones’ durante este periodo republicano, y en el subsiguiente siglo XX, Moisés Alcázar, otro historiador, incorpora en su libro Páginas de Sangre nuevos asaltos al poder ilegalmente constituido. Las guerras del Pacífico, del Acre y la del Chaco que perdieron nuestros “generales de retaguardia”, también fueron aprovechadas para derrocar gobiernos. Solamente la revolución del 9 de abril de 1952 rompió código y trató de implantar un remedo de cambio de estructura socioeconómico con la nacionalización de minas, el voto universal, la reforma agraria y la educativa, entre otras medidas progresistas, pero sucumbió a un nuevo golpe de Estado que inauguró el militarismo en Bolivia en 1964.

Consiguientemente, al MNR le corresponde por derecho propio haber sido el único partido que en función de gobierno dio participación al pueblo haciendo que concurra, gracias al voto universal, a la formación de los poderes públicos desterrando para siempre los odiosos privilegios de clase. Fue un paso importante, pero aún faltaba avanzar hacia el empoderamiento de las mayorías, la “muchedumbre cobriza”, como peyorativamente decía don Hernando Sanabria Fernández, cosa que logró a medias el régimen depuesto de Evo Morales.

El general en retiro Gary Prado Salmón ha encontrado, buceando probablemente en archivos del ex-Parlamento (hoy Asamblea Legislativa), que la primera elección presidencial mediante el voto calificado de la clase pudiente tuvo lugar bajo la Presidencia provisoria del general José Ballivián el año 1842, 17 años después de fundada la Republica Bolívar, y fue convocada con propósitos de institucionalizar su mandato, hecho que finalmente logró montando su propia maquinaria electoral, agregamos nosotros ( Los Fajardos, Libro I, p. 235). Pero poco le duró el gusto porque fue destituido por la fuerza de las armas por el Tata Belzu, su acérrimo rival político y sentimental, y así sucesivamente hasta nuestros días.

La presidenta Jeanine Áñez, siguiendo el precedente anotado, pretende de igual manera ‘institucionalizar’ su precario mandato concurriendo como candidata presidencial a las elecciones del 3 de mayo, pero eso dependerá de lo que mande y disponga la fuerza de las urnas, porque el origen de su mandato descansa no tanto en las pititas ( que es una historia mal contada o contada desde la óptica de los protagonistas de un solo lado), sino en la fuerza de las armas, por cuanto es evidente que la intervención del Ejército y la Policía inclinaron la balanza a su favor, hecho que los oficialistas de turno y sus adherentes pretenden soslayar. 

El fallo o dictamen del Tribunal Constitucional dio la apariencia de legalidad a la decisión unipersonal de autoproclamarse sin que ninguno de sus colegas parlamentarios la respaldara porque, simple y llanamente, se prescindió de ellos. Pero, lo reiteramos, será la fuerza de las urnas a quien le tocará esta vez pronunciarse, y estamos ‘ad portas’ de conocer el desenlace.

 



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