El 13 de febrero se cumplieron 50 años del lanzamiento de Black Sabbath, álbum debut de la banda liderada por Ozzy Osbourne. Piedra basal de un género musical que aún estaba por desarrollarse

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22 de febrero de 2020, 3:00 AM
22 de febrero de 2020, 3:00 AM

AUGUSTO DORADO - laizquierdadiario.com

Un 13 de febrero de hace medio siglo se lanzaba el primer registro de una banda oriunda de Birmingham, Reino Unido. No sería noticia si no fuera por el sonido fuera de lo común que aparece ya en los primeros acordes del tema que le dio también nombre a la banda, “Black Sabbath”: un sonido espeso, tenebroso, brumoso, antecedido por ruidos de tormenta. Truenos, campanadas, lluvia. El equivalente sonoro a un relato de terror. En aquel 1970, ese 13 de febrero cayó viernes.

Ese disco, grabado en apenas dos días y con muy bajo presupuesto (razón por la cual lo tocaron prácticamente en vivo, sin tiempo para segundas tomas ni demasiados arreglos), fue el prólogo de lo que en el transcurso de esa década se iba a configurar como un género musical: el heavy metal. 

Difícil asignarle crédito a la casualidad al hecho de que el metal haya tenido su embrión y se haya forjado en una ciudad industrial por excelencia como Birmingham, de donde son también los Judas Priest.

El gran responsable de ese sonido es el guitarrista Tony Iommi, único miembro que protagonizó todas las etapas de Black Sabbath: cuando tenía 17 años sufrió un grave accidente en la fábrica metalúrgica en la que trabajaba; cortando placas de metal en una máquina, perdió la punta de sus dedos anular y mayor de la mano derecha, la que utilizaba -siendo zurdo- para pasearse por el diapasón de la guitarra. 

La situación lo deprimió hasta que un compañero de fábrica lo visitó y le hizo escuchar al guitarrista de jazz Django Reinhardt, para luego contarle que Reinhardt tocaba sólo con dos dedos porque se había quemado esa mano. Iommi quedó tan fascinado que ideó un sistema para volver a tocar la guitarra, fundiendo plástico para hacerse unas prótesis caseras que reemplazaran las puntas perdidas de sus dedos. 

Pero no conforme, tuvo que alterar también su instrumento, primero colocando cuerdas más flexibles (llegó a utilizar cuerdas de banjo) hasta llegar a afinar la guitarra en tonos más graves que los convencionales, además de tener que reeducar su mano para tocar. El resultado: el sonido oscuro de los riffs que le imprimió a Black Sabbath y dejó marcados a fuego para el naciente heavy y sus subgéneros, como el thrash metal.

Black Sabbath es en realidad heavy metal antes del heavy metal: en 1969 cuando se conforman como banda, el heavy todavía estaba lejos de existir como expresión y mucho más lejos de existir como género. 

Otras bandas como los californianos Steppenwolf y su clásico Born To Be Wild (tema central de la película Easy Rider, que también le aportó estética a la cultura rock de esos años), o los MC5 de Detroit, y hasta en alguna medida también Jimmy Hendrix, empezaron a prefigurar el heavy metal. 

Pero Back Sabbath fue fundamental a nivel sonido. La estética definitiva la aportan los Judas Priest, otros elementos son aportados por otras bandas, pero a nivel sonido el de Black Sabbath es la base sobre la que se fundamenta todo el heavy metal, que toma su forma definitiva en un lapso entre fines de los ´70 y principios de los ´80.

Otro condimento clave de la estética de lo que terminaría siendo el heavy metal que aportan los Black Sabbath está en el mismo nombre. De llamarse Earth en sus comienzos, fue a iniciativa del bajista Geezer Butler que terminaron adoptando el nombre de una de sus primeras composiciones (la que abre el disco, Butler era responsable de varias de las letras) que se inspiró en el afiche de una película italiana de terror que proyectaban en un cine enfrente de la sala de ensayo: era la película Las tres caras del miedo, protagonizada por Boris Karloff, uno de los Drácula más recordados del cine, que era presentada en inglés como Black Sabbath. Ese bautismo atravesaría las temáticas de la banda y luego del género: oscuridad, tinieblas y la famosa cuestión del ‘satanismo’, con la que le gustó jugar a Ozzy.



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