Un relato ambientado en el oriente boliviano, en una región y una época en la que las lluvias provocan desbordes de ríos, derrumbes y otras calamidades

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22 de febrero de 2020, 3:00 AM
22 de febrero de 2020, 3:00 AM

Guido Mercado Julio - Escritor e ingeniero

La lluvia era persistente, hacía varios días que llovía, unas veces fuerte y otras despacio; era natural por estar en tiempo de agua. Su padre le contó que más o menos por el 57 se vivió la llenura más grande que se haya visto en el pueblo, tanto así que las canoas se amarraban en los horcones de la casa a la cual se le tuvo que hacer chapapa.

Ahora el agua subía sin pausa, no tanto por la lluvia sino por “la gateadora”, inundación causada por la lluvia caída en otros lugares. Él, ya viejo, pero con cuatro hijos chicos para alimentar, pensó que esta sería una inundación grande, el agua subía muy rápido y quedaban pocas alturas secas.

Los últimos años había notado que las llenuras cada vez eran mayores. Pensaba que esto era porque arriba, allá donde nacen los ríos, se desmontaba mucho para sembrar y cuando llovía el agua arrastraba el suelo pelao y rellenaba el cauce de los ríos, los hacía más panditos y por eso se desbordaban e inundaban la pampa, el monte, los chacos, los pueblos...

También pensaba que las carreteras cortaban los cauces naturales de ríos y arroyos porque las hacían sin los puentes necesarios, en cantidad y en tamaño.

Estaba muy preocupado, su yucal ya se estaba marchitando, señal que la yuca se estaba pudriendo; solo quedaba arrancarla para hacer chivé, pero ni el sol quería calentar para secar la yuca rallada. El arroz empezaba a madurar y el agua estaba por llegar al chaco; pa’ más yapa, la peste lo estaba dejando sin gallinas.

-Hija, -le dijo a su mujer, -creo que nos vamos a tener que ir a la choza del chaco, como está en la loma, no creo que llegue el agua; aquí parece que nos va a sacar.

- Parece que si -contestó resignada la mujer - andá acomodando un poco por si tenemos que irnos

...y así fue, en una semana estaban sacando las cosas necesarias para llevarlas al chaco y subiendo en chapapas las que quedarían en la casa. El resto de la gente del pueblo buscaba refugio en la escuela.

En tres días, el agua en el interior de la casa daba a la rodilla, sin duda era la mayor inundación de los últimos años. Terminaron de sacar las cosas necesarias para llevarlas al chaco, salieron cargando ropa y enseres, los niños también caminaban con el agua a la cintura cargando sus mochilas y cuadernos. Llegaron a la choza del chaco y mientras la mujer trataba de organizar el ambiente, el viejo chacarero volvió a su casa para recuperar algo más.

Triste panorama; las paredes al ser de adobe, se remojaron y se habían caído sepultando lo que quedaba y dejando únicamente el galpón, el techo de lo que fuera su casa. Se le aguaron los ojos, pero ni modo, a seguir adelante. Buscó algo más que necesitara salvar y vio en el horno de barro a la única gallina que le quedaba, todas las demás murieron por la peste; esta se salvó quizás porque estaba empollando. Su nido estaba en el horno y no la quisieron mover para que no abandone sus huevos.

El chaco no quedaba muy lejos, quizás a medio kilómetro, así que el viejo chacarero tomó por costumbre ponerse todos los días los pantalones cortos y atropellaba el agua llevando un poco de maíz mientras visitaba lo que quedó de su casa.

Ese día no había llovido, salió a media mañana con sus dos espigas de maíz y su tutuma, al llegar junto al horno vio a su gallina flotando en el agua, su viejo corazón se detuvo por un instante, luego se apresuró a llegar sólo para comprobar que la gallina se había ahogado. Puso las espigas de maíz en la tutuma y las dejó flotar mientras levantaba el cadáver de su gallina con ambas manos; en ese momento empezó a llover...

El viejo chacarero, sólo en su tapera inundada, se apoyó al árbol de tutuma que era dormitorio de las gallinas y lloró, lloró de tristeza, lloró de impotencia, lloró por su gallina muerta, por los animales ahogados, los domésticos y los silvestres, por su yuca podrida que ya no servía, por el arroz que no pudo cosechar y que también se perdió, por sus hijos hambrientos y petacudos, por su mujer resignada, porque ya no tenía que darle a sus hijos, por los sabañones en sus pies y los pies de su prole, por la nube de mosquitos que lo acosaban, por la leña mojada, por el peligro de las víboras encaramadas en los árboles.

Sus lágrimas se mezclaron con el agua de lluvia y de la inundación, con las aguas caídas en los campos deforestados que acarrean sedimentos y rellenan los ríos, con las aguas detenidas por las carreteras mal construidas y con las lágrimas de otros campesinos que también perdieron todo, hasta el ánimo...

Sólo se movió cuando se le acabó el llanto, se lavó la cara con el agua de la lluvia, suspiró para darse ánimo y buscó un racimo de guineo en la huerta de su tapera. Los niños esperaban.

Llegó a la loma del chaco por la parte de atrás, enterró a su gallina junto con sus huevos, sin que vean su tristeza; entró a su choza con su racimo de guineo.

- ya están bajando las aguas- dijo como saludo y consuelo.

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