Desde la Edad Antigua hay registros de brotes que afectaron a gran parte de la población de un país o a muchas regiones al mismo tiempo. En este artículo se realiza un repaso por las pestes que causaron mayores estragos

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21 de marzo de 2020, 3:00 AM
21 de marzo de 2020, 3:00 AM

OMAR LÓPEZ MATO - lanacion.com.ar

La plaga más antigua que haya sido registrada transcurrió en Atenas en el año 430 a.C. durante las guerras del Peloponeso. La historia de la humanidad es una sucesión de desastres naturales, guerras, epidemias y, obviamente, algunos momentos de paz y prosperidad (aunque estos hayan sido los menos).

El historiador Tucídides cuenta que la enfermedad (probablemente una fiebre tifoidea) se originó en Etiopía, pasó a Egipto y de allí a Atenas que estaba sitiada por el ejército espartano. Se estima que murió la tercera parte de la población, incluido Pericles, su líder. Ante el espectáculo de las piras funerarias ardiendo y temiendo el contagio, los espartanos se retiraron. Ellos, que había sido entrenados para pelear, que no le temían a las lanzas ni a las flechas, fueron vencidos por partículas invisibles.

En el año 166 d.C. le tocó a Roma con la peste Antonina. Galeno, el célebre médico cuyo nombre se convirtió en sinónimo de la profesión, fue testigo de esta pandemia que azotó a todo el Imperio. Por la descripción que él hace se sabe que se trató de una enfermedad eruptiva (probablemente viruela). Esta afección causó importantes bajas entre los soldados a punto tal que a Roma le resultó muy difícil contener el avance de las tribus germánicas (aunque estas también sufrieron los embates de la pandemia). Este brote duró 15 años y se estima que murieron 5 millones de individuos.

La peste de Cipriano en el año 251 volvió a afectar al Imperio, asestándole un golpe de gracia a los dominios romanos. Su nombre se debe a San Cipriano, obispo de Cartago, quien describió los es-tragos de esta peste, cuya etiología se discute. ¿Viruela? ¿Influenza? ¿o podría tratarse del virus de Ébola?

Como en todo desastre, siempre existe una proyección de la culpa, y las epidemias no son una excepción a esta regla: alguien, generalmente, ajeno a nuestra idiosincracia es quien genera la peste. En este caso se la endilgaron a los miembros de una nueva religión que adoraban a un predicador crucificado en Jerusalén. Roma colapsó, pero la convicción de los predicadores cristianos le ganó más adeptos convertidos a la nueva fe.

En el año 542 hace aparición la peste bubónica que azotó al Imperio Bizantino, ocasionando la muerte de casi la cuarta parte de la población mundial. La Yersinia pestis, el germen causante de esta enfermedad, también conocida como peste negra, se propaga por la picadura de las pulgas de los roedores y su tasa de mortalidad es altísima, comprometiendo a más del 50% de los infectados.

La segunda oleada de esta peste llegó en el año 1346 y mató a no menos de 30.000.000 personas, la pandemia más devastadora de la historia. En algunas ciudades como Florencia solo sobrevivió la quinta parte de la población. Esta vez la culpa fue atribuida a los judíos, acusados de causar la enfermedad y envenenar los pozos. Por tal razón fueron perseguidos a punto tal de la extinción en varias comunidades.

La alta mortalidad introdujo cambios en la economía. Debido a la escasez de mano de obra bajó la producción agraria y el aumento de los ingresos de los trabajadores. A raíz de la falta de mano de obra, se debió recurrir al ingenio para reemplazar la fuerza muscular. También la vida fue vista de obra forma, tanta muerte y desolación relajó la observancia estricta de las normas religiosas y continencia sexual. Boccacio describe esta exacerbación erótica en su Decamerón.

El nuevo espíritu que surge después de la devastación fue el generador de un Renacimiento, donde resurgen los valores estéticos y sociales de los antiguos griegos y romanos. También significó el principio del fin del sistema feudal. Después de todo, el señor moría igual que el siervo. ¿Por qué las diferencias entonces? Alfonso XI de Castilla, Juana de Navarro, Margarita de Luxemburgo y la reina consorte de Juan I de Portugal se encuentran entre los nobles fallecidos a raíz de esta plaga.





Interpretación de Botticelli de una de las historias del Decamerón, de Boccaccio. La obra comienza con una descripción de la peste bubónica

La medicina, hasta entonces ligada íntimamente a la filosofía, fue adquiriendo su independencia basada en el empirismo.

Después de la peste negra nada volvió a ser igual en el mundo. salvo las epidemias que se sucedieron al ritmo del crecimiento vegetativo en las ciudades, convertidas en verdaderas incubadoras de gérmenes.

En 1485 apareció el “sudor ingles” como se dio en llamar a este brote de gripe que asoló al norte de Europa. Durante el asedio de Nápoles, irrumpió una nueva enfermedad llamada “el mal francés”, por esta costumbre de endilgarle la culpa al vecino. Apareció la sífilis, una enfermedad venera transmitida por los europeos a los nativos de América.

La viruela trasmitida por los europeos nativos de América, aseguró la conquista de estas tierras pues este virus es más terrible que las armas y los conquistadores. El contagio de la viruela es el mayor ejemplo de una guerra bacteriológica, más no el primero, porque era habitual que durante las guerras miembros de uno u otro bando en pugna, arrojasen cadáveres o ratas al campamento enemigo.

En 1666, apareció la Gran plaga de Londres, supuestamente un rebrote de la Yersina pestis que se ensañó con los ingleses; se llevó a 1.000.000 de ellos de este valle de lagrimas. Lo único que contuvo el avance de la peste fue el incendio de la ciudad, el 2 de septiembre de ese año. Londres fue reconstruida por Christopher Wren (1632-1723), quien le otorgó la impronta arquitectónica que hoy conocemos con amplias calles, y un sistema de alcantarillado.

A lo largo del siglo XIX, cada gran urbe conoció brotes de diversas afecciones entre las que se destacaban aquellas transmitidas por mosquitos como la fiebre amarilla que en Paraná llegó a diezmar a los trabajadores que participaban de la construcción del canal interoceánico.

Buenos Aires sufrió en 1871 un brote de fiebre amarilla que llegó a eliminar al 10% de la población y generó, a su fin, un cambio de la disposición urbana. Como siempre ocurre, la proyección de la culpa recayó en un grupo en particular, esta vez en los inmigrantes italianos a quienes los locales acusaban de ser los culpables de la diseminación de la enfermedad. Entonces no se sabía que esta, al igual que otras enfermedades como el dengue, eran transmitidas por el mosquito, cosa que descubrió el Dr. Carlos Finlay en Cuba. En su honor se celebra el 3 de diciembre, fecha de su nacimiento, el Día del Médico.

La próxima gran pandemia ocurrió a fines de la Primera Guerra Mundial, la llamada gripe española, aunque probablemente el origen haya sido en Estados Unidos y los primeros casos en Europa se dieron en Brest, el puerto francés donde desembarcaron las tropas americanas. La pandemia recibió su nombre porque la prensa española le prestó mayor atención que el resto de Europa, ya que este país no estaba involucrado en la guerra y no se censuró la información sobre esta enfermedad. Entre 25 y 50 millones de personas murieron en los dos años que duró. Un tercio de la humanidad se infectó y el 5% de la población mundial murió. El país más afectado fue China, aunque barrió comunidades de esquimales y nativos sudafricanos. El traslado de tropas de Estados Unidos a Europa y su movimiento dentro del escenario bélico, más la mala salubridad y nutrición que ocurre en estas contiendas, agravó las características epidemiológicas del brote.

Como siempre, la enfermedad no hizo distinción de rango social y el rey Alfonso XIII de España padeció la gripe que llevó el nombre del país que gobernaba, aunque en su caso no lo contó entre sus víctimas.

En 1968, otro brote de gripe, en este caso llamada de Hong Kong, se llevó de este mundo a 2 millones de personas. Desde 1981 sufrimos una pandemia de SIDA, con un número estimado de víctimas que ronda los 30.000.000, además de existir 60.000.000 de infectados en el mundo.

El siglo XXI nos trajo el SARS (en el año 2003 hubieron 8.000 infectados y 700 muertes). La gripe aviaria infectó solo a 200 personas pero mató a 100 de ellas y significó el sacrificio de 120 millones de aves. La gripe A (el mismo virus que en 1918, el H1N1) ocasionó 18.000 muertes denunciadas en el mundo a lo largo del 2009/2010.

Le siguió la epidemia de Ébola en el 2014 con la muerte de 4.500 personas en solo 6 meses.

Entre 2012 y 2015 en Arabia Saudita hubo un brote de síndrome respiratorio en Medio Oriente por una variedad de Coronavirus conocido como MERS-COV. La mayor parte de los coronavirus conocidos hasta entonces provocaban cuadros respiratorios leves a diferencia del MERS que ocasionaba severas dificultades en los pulmones, con una mortalidad entre los infectados del 30%. En 2012 se sugirió que este virus podría estar vinculados con los murciélagos y efectivamente se aisló a este animal (variedad Pipistrellus). Desde el 2012 a la fecha se han confirmado 2040 casos. La tercera parte de los infectados han muerto.

En 2014 el virus del Zika (transmitido por mosquitos) causó 4.030 muertes y miles de niños afectados de microcefalia.

Ahora nos toca el COVID-19 , un nuevo tipo de coronavirus, descubierto en noviembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, China. Con alrededor de 150 mil personas fallecidas y el virus expandido por el mundo, el 11 de marzo la OMS declaró como pandemia a este brote.

¿Cómo pasará a la historia esta virosis? Es un capítulo que estamos escribiendo entre todos.

La Gripe Española mató entre 1918 y 1920 a más de 40 millones de personas en todo el mundo


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