El transporte público intenta acatar las medidas pero el flujo de pasajeros lo supera. En los centros de compra, los vendedores no usan barbijos ni alcohol

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21 de marzo de 2020, 3:00 AM
21 de marzo de 2020, 3:00 AM

Por: Silvana Vincenti - EL DEBER

“Dios puede más que el coronavirus”, respondió la mujer a la pregunta ¿cómo cuida a su bebé al usar el transporte público?, como si fe y prevención fueran excluyentes.

A su lado, el chofer de uno de los micros de la línea 68 se pone el barbijo de tela -los menos adecuados- ni bien se da cuenta de que los pasajeros son de la prensa. “Es que recién salí de la parada”, se justificó, mostrando el alcohol en gel pegado a uno de los tubos. 

“En la parada final una señora limpia con alcohol las agarraderas, por instrucciones del sindicato”, agregó, pero se negó a dar una entrevista que incluya video.

A pesar de eso, los conductores de microbuses y de taxis deben ser los que mejor acatan recomendaciones como el uso de barbijo y de alcohol en gel. En el transporte libre la historia es otra, la disciplina no es la constante, sobre todo en horas de la tarde, cuando los vehículos van más llenos de gente ansiosa por llegar a casa, antes de las 18:00, que marca el inicio de la cuarentena parcial.

Los mercados
Ya anteriormente EL DEBER mostró a los comerciantes del Plan 3.000. En esta oportunidad visitó mercados en Los Lotes y la Doble Vía a La Guardia, donde la situación no difiere mucho, especialmente en las partes donde se sirven alimentos.

Carla Chiri vende refrescos sobre la vía pública, en el mercado Nuevo Palmar, de Los Lotes. No usa barbijo ni alcohol de tipo alguno. “Normalmente me pongo barbijo”, aseguró, aunque en ese momento no había uno a la vista. “Cuando me veían con él puesto no querían comprarme porque pensaban que estaba enferma”, aclaró.

Carla se cuida de muchas maneras en su casa, eso dijo, consumiendo frutas, más que todo limón, para subir sus defensas, pero reconoció que está en manos de Dios ante el coronavirus, y que si quiere ‘recogerla’, eso tarde o temprano ocurrirá.

¿Y las personas que ama?, si usted se cuida también a ellas, le llegó la pregunta. “Eso sí”, respondió lacónica. “La gente se tiene cuidar por el bien de cada uno de nosotros”, dijo en tercera persona.

A unos metros de ella, otra comerciante de choclos cocidos se escarba los dientes y pide no hacer declaraciones. A su lado, su compañera de gremio vende asaditos en la calle, aparentemente tan sabrosos que sus clientes se chupan los dedos.

¿Los controla la Alcaldía o la Policía? “Sí, vienen y nos piden que usemos gorro y que nos sujetemos bien el cabello”, pero no mencionó los cuidados específicos para prevenir el coronavirus. ¿Y la dirigencia de este mercado que medidas ha impuesto? “Siempre hace limpiezas cada tres meses, estamos esperando a ver qué nos dicen”, finalizó Carla.

En el mercado San Antonio, a la altura del kilómetro 6 de la Doble Vía a La Guardia, un menonita se mete una hamburguesa callejera a la boca con una mano, y con la otra manipula un palillo de dientes, tras acabar con sus compras. Se congela al ver la cámara apuntando hacia él.

Cerca, una mujer con barbijo adquiere choclos cocidos y extiende los billetes para pagar su compra. Es una escena frecuente, sin embargo no faltan en los mercados los que usan barbijos, pero inconscientemente llevan las manos, sobre todo a la boca, menos veces a los ojos, sin lavarse.

En el patio de comidas de San Antonio la vida transcurre como en las épocas sin coronavirus. cocineras y meseras no usan barbijos ni alcohol, tampoco se ve alguno por todo el lugar.

Sobre los mesones, a elección, hay todo tipo de ensaladas y alternativas para el hambre, debajo de donde pasan el dinero y las bocas haciendo los pedidos. Es el panorama de siempre, en circunstancias distintas. Hasta allá parece no llegar el eco de las conferencias de prensa de autoridades. Entonces se entiende mejor que nunca eso de “estamos en las manos de Dios”.

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