Varias familias fueron expulsadas de sus hogares temporales y otras están en ese camino. La medida preventiva para frenar el coronavirus golpea con mayor fuerza los bolsillos de los que trabajan para el día. No reúnen lo suficiente para las tres comidas del día

6 de abril de 2020, 7:00 AM
6 de abril de 2020, 7:00 AM

Parecen omnipresentes. Es que están en todas partes. Las cifras de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) dice que cinco millones de venezolanos abandonaron su patria debido a la crisis política y económica que azota a ese país caribeño.

Bolivia no hace la excepción a la regla. Los venezolanos empezaron saliendo hacia los países vecinos a sus fronteras, pero los rebalsaron, en algunos sitios se detonó la xenofobia, así que ahora de rebote y huyendo de ella, deambulan por los mercados, micros e intersecciones (semáforos y rotondas) de las ciudades del eje troncal boliviano, sobre todo. 

Sin embargo, la época de cuarentena ha movido el tablero en la rutina de los inmigrantes caribeños. Lograron sobrevivir al paro cívico de 21 días, pasando de la venta de golosinas a la de refrescos, pero esta emergencia sanitaria ocasionada por el coronavirus los superó. 

Actualmente están siendo desalojados de los cuartos y de los hostales en los que dormían, debido a que no reúnen el monto económico habitual para afrontar los gastos de comida y casa. Si antes reunían Bs 150 al día, en promedio, hoy con suerte llegan a Bs 30.

Son varios los casos de desalojos realizados y otros que están en camino. EL DEBER contactó a varias familias que se encuentran en el limbo, tanto en la Villa Primero de Mayo, como en los alrededores del mercado Mutualista y en el centro de la ciudad, específicamente por el parque El Arenal.

Una de esas familias es la de Edlimar Vera (26), que llegó a Santa Cruz hace dos meses procedente de La Paz, donde, sin éxito, solicitó refugio. De favor, desde que empezó la cuarentena, le están prestando un cuarto en la Villa Primero de Mayo para ella, su esposo y su niña, Valentina, de dos años, pero tienen que alzar vuelo, no 'pilchas' porque poco o nada tienen, en cuanto le digan, no importa si es mañana mismo.

Si antes hacían negocios en los micros, hoy no tienen esa posibilidad, así que se han amoldado a los requerimientos de la cuarentena, como la mayoría de ellos, se paran afuera de los supermercados y farmacias para ganar algo de plata.

El menú de rutina de la familia ha cambiado desde que empezó la medida contra el coronavirus. "Hoy comí dos panes con salsa rosada (salsa golf) y queso, no desayunamos, ese fue nuestro almuerzo. Tratamos de levantarnos un poco más tarde para que no nos pegue el desayuno. Cuando se levanta la niña le doy, aunque sea, un guineo o una manzana, tratamos de compensarla. No hemos cenado, comeremos pan porque es lo que tenemos. De tener hambre tenemos, es duro pasar dos días comiendo pan", cuenta.

"Tenemos que dar gracias a Dios que nos sustenta, así sea con un pan que nos llevemos a la boca, hay personas que pueden estar peor que nosotros", se autoconsuela Edlimar.

Evita hablar de sus miserias, está cansada de recordarlas, ríe mucho, pero ante las preguntas reconoce que su fe en salir del hoyo a veces colapsa. "No me gusta decir estas cosas porque la gente se inclina a denigrarnos, dicen que salimos pidiendo ayuda a un país donde no somos nadie ni tenemos derechos, pero solo Dios sabe por qué hace las cosas y es el único que puede juzgarnos", se quiebra.

A su lado, y cuando las lágrimas empiezan a rodar por las mejillas de Edlimar, empieza a gritar Valentina, la menor de sus tres hijos. La trajo, y tuvo que dejar en Venezuela a los otros, con su padre y una tía.

"La verdad es que no quiero estar aquí, me quiero ir a mi país, así sea a pasar hambre con mi familia porque acá igual estamos pasando necesidad, somos invisibles ante el mundo. Nadie nos apoya, nadie trata de ser amable, sin saber que para Dios todos somos iguales. Nadie quiere ser llamado muerto de hambre, sí quiero un día que mi tierra se acomode y poder irme, yo venía de otra vida y no de tanta discriminación o insulto", dice quien en su natal Venezuela trabajaba como auxiliar contable. 

Sobre ellos ninguna autoridad se ha manifestado con respecto a conseguir un avión que los regrese a su país, como ha ocurrido con los europeos. Eso sí, hay los que, aunque no tengan para comer, no quieren retornar. Es el caso de Alvialis Martínez (34): "Venezuela no da para irse. No estamos acostumbrados al hambre, aquí al menos nos arreglamos con arroz y huevos, más todavía si hay niños", dice la habitante de los alrededores del mercado Mutualista, que aunque duerme en un colchón de paja y tiene como armario unos clavos,  cree que puede irle mejor aquí.

Aunque hace un tiempo que vive en el mismo lugar, a Alvialis y a su compañero de cuarto, la dueña de casa los tiene en 'jaque' ante el retraso en el pago del alquiler. "Nos empezaron a controlar el agua para bañarnos, y la luz, el uso del ventilador", cuenta.

No quiere usar el término 'mendigar', pero el castellano es más simple que la vergüenza. Desde que no pueden trabajar como antes en los micros, dejaron de vender golosinas y empezaron a pedir eso que llaman con eufemismo, 'una colaboración'.

Edlimar se niega a pedir dinero, sigue intentando que le compren sus dulces. "No siento que estoy mendigando porque vendo mis caramelos para que la gente no diga cosas, pero aun así aguantamos cualquier cosa que nos quieran decir; con o sin caramelos igual nos discriminan", acusa.


"El problema ahora es con el alquiler y la comida, hay mujeres embarazadas y encima con niños, y se les puso difícil pagar sus cuentas. Nos ha tocado salir a pedir comida, la gente nos ayuda, no todos, pero la mayoría sí. De plata hacemos Bs 30, antes Bs 130 o 120, al menos compramos pan y Bs 10 de queso", sostiene Alvialis.

Vecino de Edlimar es Carlos Javier Morales (35), que cuando vivía en Venezuela trabajaba como bombero, y que cuando llegó a Perú terminó de albañil. Ahora está enyesado, cuando se encontraba en el país vecino se cayó del andamio en una planta alta.

En su país quedaron sus dos hijos, una niña de 4 y un niño de 10 años, y su esposa, que trabaja en el ámbito educativo por un salario de tres dólares. "Me tocó salir porque no había efectivo, alimento sí, pero no podíamos pagarlo".

Enyesado se daba modos para 'trepar' a los micros y vender sus dulces, cosa que ahora no ocurre. Como los demás, está con el alquiler de Bs 600 atrasado. "No he podido juntar mi alquiler y para comer lo que hago es pararme en el Hipermaxi, es el único lugar donde me dejan llegar, me ha tocado pedir, a veces la gente no compra nada, se conmueven más con los niños que con un hombre solo. Ahora hago Bs 20 a 30, por suerte comí una comida salada, me la pasaba comiendo frutas y pan", confiesa.

Hace mes y medio que no manda un centavo a su familia.  "Allá no tienen nada. Quiero volver, pero con algo para ellos, asegurar comida, no con las manos vacías madrecita. Esto me cansa, he llorado bastante, me ha dado depresión, pero escondido porque soy hombre y dicen que el hombre no debe llorar. Esto me ha pegado muy duro porque mi familia está afuera", se entristece.

Carlos Javier deja un mensaje a los bolivianos: "Acá nos dicen por qué no te vas a tu país a pelear. Yo les digo: 'Ustedes sacaron a Evo y les resultó más fácil'. En Venezuela mandan a los colectivos, son delincuentes que nos desaparecen, además Maduro está rodeado del Ejército", ilustra.

​En la Villa Primero de Mayo, esta vez en un hostal, vive un 'regimiento' de venezolanos, adultos y niños, que después de mediodía solo hablan desde la reja. Tienen prohibido poner un pie en la calle para evitar multas.

Gracias a gestiones de la Defensoría del Pueblo, el propietario del hostal rebajó el pago diario de Bs 50 a 30, con la condición de que dejen prendas por quedarse hasta el 15 de abril. "No estamos pagando, dejamos la garantía y si no la dejábamos no nos dejaban quedarnos, quedaron en prenda zapatos y celulares. Desde que empezó la cuarentena empezamos a complicarnos porque desaparecieron los micros", cuenta Aleski Andrade (20), un estudiante que llegó a Bolivia hace ocho meses.

Dejó a un hijo de tres meses al que hace 15 días no le envía dinero. "Me vine para darle mejor vida y ahora me encuentro pidiendo comida. Gracias a Dios hoy nos regaló algo para comer la madrecita', dice, mientras apunta a Guadalupe Montenegro, la responsable del tema migrantes de la Defensoría del Pueblo de Santa Cruz. "Estamos mendigando, no nos queda de otra, pero es la realidad que afrontamos muchos venezolanos", dice.

Aleski también tiene un mensaje para los bolivianos: "A los que nos dicen vayan a trabajar, les digo que se pongan en nuestra situación, muchos de nosotros emigramos por mejor vida, pero no podemos sacar ni el pasaporte y no porque no queramos, en mi país está por encima de los 800 dólares y no contamos con ese dinero. Todos somos iguales ante los ojos de Dios, pónganse la mano al corazón, nosotros salimos día a día por el bocado de comida y créannos que en estos momentos por el coronavirus vivimos una situación insoportable", recalca.

En un hostal del centro de la ciudad, por el parque El Arenal, se encuentran varios adultos y niños. Están sentenciados, tienen que salirse les dijeron, pero ellos se atrincheraron. "Siempre pagábamos, pero con la cuarentena todo se puso feo, intentamos llegar a un arreglo con el dueño, que nos fijó un precio muy alto por mes, Bs 3.300 por un cuarto, y lo aceptamos mientras podamos ponernos al día, pero no cumplieron, los encargados nos cortan el agua y la luz", se queja Geraldine Pereira (29), madre de dos niños de 3 y 4 años, que comparte habitación con ellos, su esposo, su hermana y su sobrino.

"Me ofrecieron trabajar en un centro de salud haciendo la limpieza, pero justo pasó lo de la cuarentena y no pudo ser, ya me comuniqué con la Policía, Defensoría, pero nadie nos ayuda. Hay otras personas que viven acá, que también se atrasaron en el pago, pero no las tratan como a nosotros", lamenta Geraldine.   

Dice que los seis adultos y tres niños del lugar están comiendo una sola vez al día, arroz con carne o pollo, plátano frito, gracias a que tienen una cocina eléctrica. "Los niños también comen una vez al día, les había comprado cereal pero ya se acabó, les queda poca leche. Trato de jugar con ellos para distraerlos y los hacemos aguantar con galletas. Cuando nos cortan el agua siento un pesar tan grande porque no tengo para comprarles agua mineral", se entristece.

Su compañero de hostal, Junior Piñero (20), la defiende, "no queremos caer en la tentación de alzar la voz o ponernos groseros, y ellos quieren que perdamos los estribos, se burlan de nosotros. Cuando dicen que un venezolano se puso grosero hay que saber el trasfondo, siendo padre cómo reaccionarías por la impotencia de que tu niño no pueda bañarse, sin saber a quién pedir ayuda. En mi país tendría mi tío, alguien que me tienda la mano, acá solo cuento conmigo y con Dios".

 Al mismo grupo pertenece Julio Mora (23), que arribó a Bolivia y se buscó la vida vendiendo dulces en su silla de ruedas, que dejó dos hijos y que hace días no puede mandarles dinero. "Veníamos pagando el alojamiento diario y nunca habíamos quedado mal, lo que hacen al cortarnos los servicios es humillarnos. Para dónde agarro yo con esta situación. Sin la cuarentena no estaríamos así", lamenta.

A las complicaciones de dinero a Julio se le unen las de salud, debido a que permanece mucho tiempo postrado tiene llagas en la parte de los glúteos y estuvo afiebrado, aparentemente por una infección.

La exestudiante de Medicina Carla Perozo (28) estaba peregrinando, la desalojaron de su cuarto amoblado en la Villa Primero de Mayo, por el que pagaba Bs 800. Con ella también fue desalojada una familia de tres adultos y dos niños, uno de tres meses. Con suerte encontró un cuarto, pero ahora está en campaña para conseguirse un colchón, aunque sea de paja. 

"Hablamos con una señora que nos dio un cuarto con el dinero que teníamos y entre cuatro lo alquilamos. En el anterior lugar apenas teníamos tres días de atraso en el pago, ni siquiera nos dio un tiempo. Ahora agradecería con el alma a quien nos colabore con un colchón, hace unos días que estamos durmiendo en el piso", contó.

La ayuda toma tiempo

El actual embajador de Venezuela en Bolivia, de parte de Juan Guaidó, ha iniciado campañas para ayudar a sus compatriotas, pero a las que probablemente les falta eco, al menos en Santa Cruz.

En La Paz ha conseguido que se habilite un albergue para 80 personas, priorizando familias, gracias al apoyo de la Alcaldía. También ha creado un grupo de WhatsApp y otro de Telegram para mantenerse en contacto con las personas, ya que la sede diplomática permanece cerrada.

"La cuarentena ha hecho imposible que ellos puedan asumir los pagos de hostales, residencias, y han tenido que ser trasladados a refugios y casas de paso que han habilitado organismos multilaterales y gubernamentales. Siempre hemos estado en contacto con el Gobierno nacional, entendemos que debemos avanzar un poco más rápido y que deben buscarse soluciones para temas tan álgidos como el pago de las rentas para que no sean desalojados", reconoció, pero aseguró que se impulsa una serie de medidas con organismos como Acnur, Cáritas Bolivia, que tiene la Pastoral de Movilidad Humana, y otras fundaciones.

"La Embajada de Venezuela en Bolivia también ha desplegado un operativo, con una capacidad mínima, sobre todo para la entrega de alimentos en estos refugios y casas de paso para socorrer a nuestros hermanos, así como un equipo de médicos venezolanos que día a día están por vía telemedicina o por redes sociales trabajan con los venezolanos. Debemos avanzar en ayudar más", reconoció.

Actualmente la Embajada recibe las denuncias de los venezolanos que sienten que sus derechos son violados a través de un correo ([email protected]). "Las procesamos y hacemos llegar a las autoridades, se van solucionando en la medida de las posibilidades, pero tampoco nos hacemos eco de denuncias falsas, vamos con cautela. Es vital para nosotros el tema de niños y familias, conseguirles refugios", añadió.

Johnny López, un voluntario que trata de ayudar a sus connacionales recolectando víveres, que trabaja en turismo y que no tiene los padecimientos de los que llegaron en el último tiempo -vino hace 12 años-, cree que es prioritario hacer un censo.

"Muchos vienen de Perú, en 2016 había 2.000 venezolanos y en 2018 como 8.000. Debería hacerse un censo con la Embajada, canalizado con entidades gubernamentales para que aportemos con esta problemática. Es duro, es gente que se ha criado con 20 años de comunismo, hay que censar quién es quién, sus condiciones, sacarlos de las calles porque eso no ayuda a Bolivia o será un país de mendigos", opinó.

La Defensoría del Pueblo tiene un brazo que trabaja con los migrantes, la encargada en este momento es Guadalupe Montenegro. Según ella, una de las poblaciones en situación más crítica en este momento es la de migrantes, específicamente los venezolanos. "Viven del día a día, se encuentran en la calle, son los más afectados por esta situación, viven en alojamientos, pagan diariamente y actualmente están siendo desalojados por los dueños, no tienen para pagar", informa.

Como Defensoría coordinan con autoridades competentes sobre el tema y con el embajador, "que hace todo lo posible por esta situación". Para Montenegro, en este momento lo que se hace es aumentar el dolor de estas personas, "coordinamos que al menos durante la cuarentena se tenga como tema central la salud y que los dueños de hoteles los saquen a la calle es atentado a la salud. Hay familias, niños, personas mayores, con discapacidad, la situación es lamentable. Hemos hablado con la Gobernación, que vea la manera de hablar con los dueños de hoteles para que no los boten. Esta población ahora la pasa muy mal", dice.


A Montenegro ya le tocó personalmente atender una situación extrema hace unos días, cuando uno de los chicos colapsó, y "con lágrimas en los ojos decía: 'Me quiero matar'. Esperemos que haya un apoyo institucional, que la Alcaldía o la Gobernación den una mirada a estas personas, el dolor de estas personas aumenta con el trato que les dan", lamenta.

El sufrimiento según las matemáticas

La Oficina de la ONU para los refugiados tienen estadísticas que reflejan el drama atravesado por culpa de la diáspora venezolana y que están disponibles en su portal web.

En 2018, el mayor número de solicitudes de asilo fue de Venezuela, con 341.800 pedidos.

En una hoja informativa sobre su labor en el país caribeño, Acnur menciona brotes de tuberculosis (Gran Caracas), incremento de malaria (Zulia), militarización que afecta a las comunidades indígenas, migración hacia Trinidad y Tobago de grupos autóctonos debido a enfrentamientos y escasez de alimentos y ausentismo escolar, entre otros problemas, sin mencionar las disputas políticas.

A continuación un video con algunos testimonios: