Con la coincidencia del pago del bono Canasta Familiar a partir de hoy, de la Renta Dignidad, la restricción de los números de cédula de identidad y la asfixia económica en la cuarentena, los adultos mayores tuvieron que aguantar largas filas en algunas zonas

3 de abril de 2020, 16:11 PM
3 de abril de 2020, 16:11 PM

Mientras en las redes sociales se cuestionan los bonos entregados por el Estado, en los barrios parecen caer como agua bendita, especialmente en época de cuarentena.

Necesidad, primer día de pago del Bono Canasta Familiar, Renta Dignidad y otros, y restricción para movilizarse según cédula de identidad, generaron confusión, idas en vano y largas filas en ciertos puntos, como la Santos Dumont y tercer anillo externo, el Plan 3.000 y la avenida Cristo Redentor.

EL DEBER hizo un recorrido desde la madrugada y constató que, a pesar de los esfuerzos por facilitar los trámites, estos siguen siendo un tormento para discapacitados, gestantes y personas de la tercera edad, especialmente si se suma la falta de transporte, que afecta más a los barrios alejados, y un clima venteado que pone en riesgo a los cuerpos más frágiles.

Adelaida Silvestre Maldonado (75) llegó desde el barrio Cortez, zona de Los Lotes y noveno anillo, hasta el banco Unión de la avenida Santos Dumont y tercer anillo. La transportó su yerno, que usó como vehículo improvisado su carrito raspadillero. Puso una colcha para amortiguar el impacto del trayecto e hizo ejercicios en plena madrugada. Salieron de casa a las tres de la mañana, y a pesar del esfuerzo encontraron el puesto 92, la constancia figura en el brazo de la señora, plasmada con un marcador. Es la mejor manera de que nadie se avive. Tuvo la suerte de que el carnet de su yerno coincidió con el día de salida de ella.

Consultada, no da importancia a lo molesto o no de la fila, prefiere ser práctica, "si igual hay que hacerla", se resigna. A ella tampoco le incomoda salir tan temprano de casa, ya sabe del asunto. Es vendedora de verduras en los alrededores del mercado Abasto y todos los días, desde hace 20 años, cuando llegó de La Paz, sale a las cuatro de la madrugada, toma el trufi y se dirige a ganarse la vida, cosa que no ha podido hacer estos días porque no tiene modo de movilizarse. 

La Renta Dignidad le viene como anillo al dedo, "estábamos viviendo con el guardadito, pero ya se acabó", confiesa. Es que con los cuidados contra el coronavirus, ni su yerno puede salir a vender raspadillo, y lo mismo le pasa a ella con sus verduras. No saben si tienen derecho al bono Canasta Familiar, "creo que los profesores de mi hijo no lo registraron", dice el yerno.

Foto: Adelaida Silvestre con su yerno y junto a su vehículo por necesidad.

Piedades Vaca (78) también hizo cola por la Santos Dumont, sin embargo, tiene una ubicación envidiable, la número 3, pero le costó hacer fila dos días seguidos. El primero, el de su cumpleaños, se le ocurrió llegar de madrugada, grave error, sobre todo cuando se dio la confusión de fecha del pago del bono Canasta Familiar. La cola era interminable.

El segundo día acudió acompañada de su hija, pero esta vez se acomodó afuera del banco a partir de las ocho de la noche de la anterior jornada, y ahí durmió. Desde su casa en Palmar del Oratorio se fue 'bien comida' porque en cuarentena es difícil encontrar alimentos en la calle, se aseguró papel higiénico en la cartera y, ante la necesidad, tuvo que recurrir a la calle para desahogar su cuerpo de todo líquido. "Quién iba a prestarnos baño, menos a esa hora", la defendió su hija.

Para recorrer esa distancia tuvieron que rogar a un vecino con auto y sin pase de circulación que las lleve por Bs 30. "En esta cuarentena hacemos cualquier cosa para conseguir comida", dice una de las tres hijas -de seis- que sostienen a su madre con sus aportes.

Foto: Piedades tuvo que estar desde las ocho de la noche del día anterior para lograr una buena ubicación.

En una fila menos intimidante, en Prodem de la Pampa de la Isla, Mario Vargas Paredes (78) espera que empiecen a atender, sentado en una diminuta silla. No tiene quién lo acompañe, sin embargo no le molesta, dice que vive a cinco cuadras y que no es mayor problema.

Vive solo, hacía trabajos como maestro albañil en el pasado, y ahora se busca modos para hacer unos pesos, dice que no recibe la visita de sus hijos. "Vine hoy porque le toca a mi dígito, después los policías se lo llevan a uno", sostiene, mientras a su alrededor la Pampa vive una especie de normalidad con importante movimiento de gente y de vehículos. "Con los trabajitos que a veces hago y esto, salvo el mes", celebra.

Al otro lado de la carretera a Cotoca, en la cooperativa San Martín de Porres, sentada en el piso y envuelta en una mantilla que apenas deja ver una parte de su pollera, se abriga y espera su turno Sabina Mamani de Paco (62). Llegó caminando sola desde Guapilo hasta más o menos el sexto anillo. No recuerda la hora de salida de su casa, pero "estaba oscurito', dice, y asegura que no le dio miedo.

Vive con dos hijos menores que aún estudian y su esposo, pero las cédulas de ellos solo podrán salir a la calle en otros días, no tuvo suerte. "Me gusta caminar, además, en las noticias dicen que no se puede salir en parejas", recuerda obediente.

Es ama de casa, su marido, un poco menor que ella, es albañil y logra hacer un poco de dinero que en estos días no llegó, para su mala suerte, no llega a la edad mínima para recibir bonos. Su hija mayor no vive con ellos, pero en lo que puede los ayuda, de forma irregular.  

"Este bono me ayuda 'haaarto' (así lo dice, con mucha letra a), más en la comida y cuando me falta plata para pagar el agua. Antes de la cuarentena comíamos sopa y segundo, ahora es sopa. Estamos viviendo de lo ahorrado y esto (Renta Dignidad) será una ayudita", dice, y además espera que en sus manos caiga el bono Canasta Familiar. "En las noticias dijeron que se pagan los dos bonos", argumenta.

Volverá sola a casa, dice que no la asusta que le quieran robar, "no hay maleantes", asegura. Le preocupa, pero no mucho, el coronavirus (casi sobre ella está su vecina de fila). Mientras la mira dice: "Hay que confiar en el Señor", y se acomoda el barbijo.


Hay cada historia. La de Gloria Flores (60) es una de ellas. Se encuentra esperando turno en la peor de las filas vistas en la ciudad. La del Banco Unión del Plan 3.000, donde dos extremos de las colas casi se unen y encierran la cuadra, con gente amontonada y disputando un puesto para ser escuchada por los funcionarios, que a gritos -debido al tumulto- piden que se vayan quienes no tengan el dígito correspondiente a ese día en su cédula de identidad.

A Gloria le falta una pierna y se mueve en silla de ruedas, empujada por la que ella llama su 'yerna'. Su condición física y su edad le dan ventaja en la cola, repleta de muletas, burritos y sillas de ruedas. Llegó al lugar del pago "rodando" desde el barrio Cupesí Terrado.

Es el sostén económico de su hogar, conformado por su nuera y sus cuatro nietos, la mayor de 7 años, el menor de uno, y en medio otro con problemas de capacidades distintas. "Mi hijo es un tiro al aire", dice sobre su descendiente, que le dejó cinco bocas para alimentar, ya que su nuera se dedica por completo a los menores. En días normales vive de vender tarjetas telefónicas en el mercado del Plan 3.000, hasta donde se traslada en micro, y como no hay, a la fuerza respeta la cuarentena.

El 26 de marzo cobró su Renta Dignidad y ahora espera su bono Canasta Familiar, le permitirá comer y entregar una parte de su alquiler atrasado, paga Bs 600 por dos cuartos. "Pero la dueña de la casa es muy buena y comprensiva", dice. "Antes comíamos pollo, carne o menudo, pero ahora estamos comiendo fideo con ahogado, es que no puedo salir a trabajar. Es muy complicada la cuarentena", reconoce.

A diferencia de otros, ella celebra los años encima, sobre todo haber traspasado la frontera de los 60, requisito para beneficiarse con los bonos. Tiene más años, pero también más plata, su bolsillo recibió un poco de oxígeno.