En uno de los países más ricos del mundo en petróleo, pero donde el 20% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, el Covid-19 ya ha matado a 56 personas y contagiado a más de 800. "La epidemia avanza y no tenemos ni siquiera lo mínimo para enfrentarnos a ella", dice una mujer

5 de abril de 2020, 10:09 AM
5 de abril de 2020, 10:09 AM

Voluntarios reparten arroz, azúcar y lentejas, y en algunos comercios se puede leer "gratis para los que lo necesiten". En un Irak bajo confinamiento por el coronavirus, surge la solidaridad.

Abu Hashem, de unos 50 años, distribuye bolsas con alimentos delante de una tienda en Bagdad. Según él, "todo el mundo tendría que participar en este esfuerzo" contra la pandemia.

En uno de los países más ricos del mundo en petróleo, pero donde el 20% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, de acuerdo con el Banco Mundial, el Covid-19 ya ha matado a 56 personas y contagiado a más de 800, señalan cifras oficiales.

Esta crisis recrudece la precaria situación en la que ya viven muchos iraquíes que, además de soportar un toque de queda total, ven cómo el precio del petróleo, la única fuente de divisas en el país, se hunde cada día más.

Desde el inicio del confinamiento obligatorio hace tres semanas, jornaleros, obreros de la construcción y todos los que dependen de la economía paralela están sin actividad. Hoy en día, sólo los funcionarios y pocas excepciones más reciben su sueldo.

"Conozco a un albañil con una familia de ocho personas. De un día para otro, se quedó sin ganar nada", explica a la AFP Mustafá Issa, de 31 años, que, junto a otros voluntarios, ayuda a más de 450 familias.

"Un padre de familia tuvo que vender su botella de gas para alimentar a los suyos", dice esto hombre que vive en Bagdad. "Otro vendió su teléfono".

A diferencia de la época del embargo internacional impuesto al Irak de Sadam Husein, las estanterías de las tiendas no están vacías.

"Actualmente, Bagdad está lleno de productos de alimentación, pero la gente no tiene con qué comprarlos", se lamenta.

Y a veces les da vergüenza pedir ayuda.

"Una mujer cruzó la mitad de Bagdad para pedir comida en una mezquita lejos de su casa, para que nadie la reconociera", relata.

Para un alto responsable gubernamental, lo peor está por llegar: "la pobreza en la alimentación podría alcanzar a casi el 50% de la población de aquí a mayo", advierte.

Las autoridades aseguran que sus reservas de 60.000 millones de dólares bastarán para cubrir algo más de un año de importación de cereales y carne, pero la crisis que se avecina solo traerá austeridad e inflación, y quizás devaluación, apuntan los expertos.

El primer ministro designado, Adnan Zorfi, también mencionó la posibilidad de que el Estado no pudiera pagar a sus millones de funcionarios.

Ante la duda, Mustafá Issa acumuló reservas para garantizar sus distribuciones de alimentos hasta julio. 

Irak, agrega, se enfrenta hoy a "un peligro peor que con el grupo Estado Islámico" (EI), cuyos yihadistas controlaron durante un tiempo un tercio del país.

Debido a esta última guerra, pero también a todos los conflictos que sacudieron Irak desde los años 1980, las infraestructuras de este país de 40 millones de personas están muy deterioradas, y los hospitales sufren escasez crónica de camas, personal y medicamentos.

Asaad Al Saadi volvió el año pasado de Alemania para participar en una revuelta antigubernamental. Ahora, su casa se ha transformado en un taller de costura para luchar contra el virus.

"La epidemia avanza y no tenemos ni siquiera lo mínimo para enfrentarnos a ella", asegura este hombre, que ronda la cuarentena. Él y su familia cosen 1.000 mascarillas por día y las reparten de forma gratuita.

En la ciudad petrolera de Basora (sur), Ahmed Al Assadi distribuye comida junto a siete voluntarios. "Recibimos todas las donaciones de particulares, nada del Estado ni de los partidos políticos", asegura.

En Al Hilla, Nayaf o Nasiriya, también en el sud, otros iraquíes siguen este tipo de iniciativas. Algunos propietarios han dejado de reclamar sus alquileres y en algunos comercios no se cobra a sus clientes más pobres.

"Tenemos que ayudar a los más necesitados, para que Dios nos guarde de la enfermedad", dice Mohamed Al Juburi, un campesino de la provincia de Babilonia.