Las largas estancias en la UCI suelen dejar al paciente con secuelas que afectan su calidad de vida: desgaste muscular, debilidad respiratoria y problemas cognitivos como dificultades para hablar, pérdida de memoria o ansiedad. Rosa María Fernández, con 71 años, tiene que aprender de nuevo a vivir.

25 de mayo de 2020, 6:21 AM
25 de mayo de 2020, 6:21 AM

"Pensaba que iba a morir. Había ratos que me ahogaba tanto que no reaccionaba", musita con un hilo de voz Rosa María Fernández, una paciente española de covid-19 que, a sus 71 años, tiene que aprender de nuevo a vivir.

"Estaba muy mal, muy mal, muy mal... Estaba más para allá que para acá. Parece que Dios me ha dejado un poco de tiempo", explica sobre el mes que estuvo peleando por su vida en los cuidados intensivos del hospital Gregorio Marañón de Madrid.

"Me ha pasado la muerte", insiste esta mujer, que recuerda esas semanas como "vivir en agonía".

Todavía muy débil, Rosa ha recorrido un largo camino desde que fue ingresada de urgencia en el hospital el 6 de marzo, días antes de que las infecciones se dispararan en España, que acumula cerca de 29.000 defunciones por la pandemia.

Como muchos pacientes con covid-19, estuvo profundamente sedada e intubada hasta que pudo respirar por sí misma.

Salir de la unidad de cuidados intensivos fue solamente la primera etapa de un largo periplo hasta la completa recuperación, que ahora pasa por una amplia rehabilitación.

Después de ocho semanas en la planta del hospital, ha progresado mucho recientemente y puede sentarse y empezar a comer.

"Hablaba muy mal hasta hace una semana", dice sentada en una silla de ruedas junto a su cama, con un deje de orgullo en su nueva voz, todavía balbuceante.

"Ahora me estoy sorprendiendo de que puedo hablar y que me entendéis", añade entre esforzadas inhalaciones.

Detrás de ella, un monitor muestra al detalle sus niveles de oxígeno que los médicos a su alrededor revisan atentamente, para asegurarse de que no se sobrepasa en sus ganas de hablar.

El precio de sobrevivir

Las largas estancias en la UCI suelen dejar al paciente con secuelas que afectan su calidad de vida: desgaste muscular, debilidad respiratoria y problemas cognitivos como dificultades para hablar, pérdida de memoria o ansiedad.

La rehabilitación es fundamental en estos casos, asegura el doctor Rubén Juárez Fernández, un especialista en rehabilitación de 39 años que atiende a los pacientes salidos de cuidados intensivos.

"Hay que intentar que tengan la menor discapacidad posible de cara al futuro y que tengan las menos secuelas posibles en su domicilio, en su vida diaria", explica.

La fisioterapeuta Laura García Montes, de 30 años, ha estado ayudando a Rosa a recuperar el movimiento de sus extremidades y enseñándole ejercicios respiratorios para mejorar la función pulmonar.

Aunque todavía no puede andar, aprender a sentarse supuso un punto de inflexión, explica.

"Rosa lleva mucho tiempo aquí ingresada, más de dos meses. Y ahora ya se ve capaz de hacer cosas, colabora más, está más contenta y más activa. El tratamiento va más rápido", estima.

Estos pacientes requieren un mayor cuidado porque, al cambiar de posición, pueden sufrir náuseas o problemas para respirar.

"Aunque va a costar un poquito, con trabajo, queremos ponerles de pie, que aguanten sentados sin que se mareen o sin que se caigan", explica Laura García.

"Llevar una vida normal"

Además de sentarse, Rosa puede utilizar nuevamente sus manos y está aprendiendo a emplear cubiertos, explica Marta García de Francisco, especialista en terapia ocupacional de 39 años.

"Se está observando que muchos pacientes están perdiendo la autonomía y la capacidad de volver a manejar las manos como hacían antes, para poder vestirse o simplemente poder llevarse la cuchara a la boca", señala.

"Puede ser por el problema de la inmovilización de la UCI, que crea una debilidad muscular, o por problemas neurológicos que se están viendo en pacientes que han pasado la covid-19", apunta.

También están trabajando la estabilidad de su torso para que pueda llegar a levantarse y vestirse por sí misma.

Pero desconocen todavía cuándo podrá abandonar el hospital.

"Vamos semana a semana. Igual que pudo ir a planta y ahora vemos cómo se puede sentar, lo siguiente es ver cómo se puede poner de pie o cómo hace su día a día de aseo, vestido, comida", dice el doctor Juárez.

"Hay que hacerla cada vez más independiente, para eso es el servicio de rehabilitación", añade.

Después de rozar la muerte, Rosa solo piensa en "llevar una vida normal".

"Ahora, cuando veo mejorías cada día, estoy mejor. No estoy perfecta, pero estoy mejor", reconoce. 

"Llevo dos meses y lo que me queda, porque todavía no me he curado de esto".