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Filosofía en tiempos pandémicos

29 de mayo de 2020, 3:00 AM
29 de mayo de 2020, 3:00 AM

Hace un par de días, en el diario El País, en la página Verne, dedicada a explorar el Internet y dirigida a un público joven y usuario de tecnologías móviles, se publicó un extenso artículo, Seis ideas filosóficas para reflexionar sobre la pandemia, firmado por Jaime Rubio Hancock. Me pareció interesante rescatar algunas de las ideas expuestas porque, como bien lo señala el propio redactor, “el trabajo de los filósofos consiste en incordiar y señalar lo que debe ser destruido para no repetir errores”. En tiempos de dudas e incertidumbres, la filosofía no va a ayudarnos a encontrar la vacuna o un tratamiento contra el Covid-19, pero, a través del pensamiento crítico, se podría intentar buscar algo de sentido a lo que los habitantes de todo el planeta estamos viviendo, y quizás, “reevaluar las condiciones del mundo tras la pandemia”.

Rubio pidió algunas ideas a cinco filósofos españoles, contemporáneos, para tener herramientas en este análisis. Eulalia Pérez Sedeño, autora del libro Las mentiras científicas sobre las mujeres, señaló “la importancia de la investigación científica” y que la pandemia puso de manifiesto la necesidad de que el Estado financie la ciencia básica para garantizar la investigación en campos en que los beneficios pueden ser inmediatos y al alcance de todos. En nuestro caso, esto es aún más dramático. Hay escasa o nula investigación en las universidades y centros públicos bolivianos. Tanto así, que hemos visto propuestas de tratamientos médicos sin ningún aval o evidencia científica que los respalde, y apoyados por gente de buena voluntad, se han masificado y han alentado a la automedicación, con insospechadas consecuencias para la salud de quienes se arriesgan a tomarlos.

Antonio Gaitán, coautor de Una introducción a la ética experimental, señaló al “exhibicionismo moral”, referido a discursos exagerados e hipermoralistas que muestran una indignación impostada o fuera de tono, como un factor que devalúa el debate moral. El objetivo no es exponer razones, alimentar un debate o llegar a acuerdos con los demás, sino que los interlocutores (o seguidores en redes sociales) puedan ver que estamos en el bando que consideramos correcto, el "de los buenos". Esto, traducido en Bolivia, es lo que venimos llamando como polarización. Fue un elemento básico y clave del discurso del régimen de Morales, y lo viene siendo también, en los meses posteriores a su huida. Hay una desquiciada intolerancia hacia las ideas ajenas. “Estás conmigo o estás contra mí”, parece ser la única consigna posible. Este exhibicionismo de la indignación y de la moralina está haciendo difícil que las fuerzas políticas, y la propia población, puedan llegar a acuerdos y consensos que la emergencia sanitaria nos exige. Los extremos, aquellos que gritan más, expulsan a la gran mayoría del debate público. ¿Lo han sentido ustedes cuando disienten en algún tema en sus grupos de WhatsApp o redes sociales?

Eurídice Cabañes, especializada en la filosofía de la tecnología, destacó la falta de “soberanía tecnológica” como un tema de riesgo para los Estados y la población. En esta cuarentena, al “habitar” solo en espacios digitales, nos hemos dado cuenta que todos son de gestión privada y no pública. Nuestros datos personales, nuestra privacidad, está en manos de unos cuantos proveedores tecnológicos particulares que nos tienen cautivos, ahora más que nunca.

Para el filósofo, Eduardo Infante, el “cosmopolitismo” es una realidad frente a la artificiosidad de las fronteras, ninguna bandera detiene la enfermedad. El problema es global y exige soluciones globales. Los virus no distinguen naciones ni clases sociales, todos somos vulnerables e interdependientes. Esto es válido para todo el planeta, incluso para quienes habitan Sucupira, Equipetrol, el Plan Tres Mil, la zona Sur paceña, La Ceja, el trópico chapareño, el Cuarto Centenario tarijeño o la Cala Cala cochabambina. La definición que suelo escribir cuando demandan mis datos personales: “habitante del tercer planeta del sistema solar, ciudadano del mundo”, tiene ahora más sentido con el Covid-19 dando vueltas por ahí.

Otro aporte es el “allanamiento epistémico” que ocurre cuando un experto en alguna especialidad rebasa su campo de estudio y habla de temas sin datos y sin conocimientos para evaluar esos datos. Como se expone en el artículo, este allanamiento no siempre es negativo, a veces, incluso, es necesario. La interdisciplinariedad es imprescindible para explicar ciertos fenómenos. El problema aparece cuando caemos en la tentación de opinar sobre lo que desconocemos o estamos apenas informados, superficialmente, en la web. ¿Acaso no ha sido asombroso descubrir la inmensa cantidad de “naturistas, matemáticos, estadísticos, bioquímicos, médicos, teleconferencistas, epidemiólogos, parasitólogos, ufólogos, virólogos, psicólogos, politólogos, y otros tantos “ólogos” que habían existido en el país? (ahora también filósofos).

Por último, la pandemia introdujo un tema delicado en la conversación familiar, entre amigos, colegas o en la reflexión personal: “meditar sobre la muerte”. La filósofa, Ana Carrasco Conde, propone cuestionar que sea una frontera, un límite o un final de trayecto: “No somos mortales al final de nuestra vida, sino durante toda ella”. Las cifras diarias de fallecidos que la Gobernación presenta en el informe oficial, que antes nos parecían lejanas, comienzan a dejar de ser simples números y son ahora vecinos, familiares, conocidos, seres queridos. Lo contrario a vivir no había sido morir, sino malvivir. Aprender a morir, un tema filosófico clásico, es en realidad “aprender a vivir”.

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