Opinión

Sálvese quien quiera

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5 de junio de 2020, 3:00 AM
5 de junio de 2020, 3:00 AM

Por: Alejandro Arana

Transcurridos seis meses desde el primer caso de coronavirus registrado en la ciudad china de Wuhan, el virus se ha expandido por todo el mundo a una velocidad alarmante, como un enemigo implacable e invisible que no solo deja luto y dolor a su paso, sino temor. Sin duda alguna, un miedo más que razonable si tomamos en cuenta que por todos los medios de comunicación se entregan diariamente las cifras de sus víctimas mortales. No por nada Aristóteles dijo “la muerte es el mal más temible de todos, porque es el fin de todas las cosas”.

Precisamente, motivados por esta natural angustia, laboratorios de todo el planeta se hallan enfrascados en una carrera desesperada por ser los primeros en encontrar una vacuna contra el virus.

Simultáneamente, se prueban todo tipo de nuevos tratamientos que abarcan desde medicamentos para la malaria como la hidroxicloroquina y cloroquina, antivirales como el remdesivir, anticoagulantes, antiparasitarios como la ivermectina, transfusión de plasma hiperinmune, hasta recetas caseras como gárgaras con bicarbonato y sal. Mientras tanto, gobiernos de todas las tendencias políticas adoptan distintas estrategias para tratar de contener a este formidable adversario. Dichos métodos van desde el distanciamiento social, adopción de protocolos de bioseguridad, el decreto de las llamadas cuarentenas inteligentes, en que se aísla solo a la población en riesgo, hasta la restricción de la libre circulación mediante el establecimiento de cuarentenas estrictas. Aunque algunas de estas medidas sean muy duras y tengan un alto costo económico y emocional, nos otorgan un invaluable tiempo para meditar sobre algo a lo que todos inevitablemente nos enfrentaremos de modo personal pero que; sin embargo, evitamos por el dolor que nos produce, la muerte. Al respecto resulta útil recordar las escrituras cuando afirman: “No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno”. ¿Qué es temer a Dios? muchos se preguntarán, pues es simplemente aborrecer el mal y cumplir los mandamientos divinos. Jesucristo lo dijo de una manera muy clara, “vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. Lo cierto es que solamente después de aceptar la naturaleza eterna de nuestra alma, vemos la muerte desde la perspectiva correcta, puesto que ésta no tiene el carácter definitivo y terminal que Aristóteles erróneamente le atribuía.

En tal sentido, y viendo la magnitud de los sacrificios que a nivel individual y como sociedad estamos dispuestos a aceptar para cuidar nuestra salud, uno esperaría que usáramos parte de este valioso período de encierro para acercarnos al que ama nuestra alma y quién es el único capaz de darnos vida y vida en abundancia.

Afortunadamente, el plano espiritual se rige por leyes muy distintas al material. Por ello, mientras que hoy, a medida que las medidas de aislamiento se relajan, muchos claman con temor “Sálvese quien pueda”, podemos decir con total certeza a todos quienes buscan a Dios en espíritu y en verdad “Sálvese quien quiera”.

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