Opinión

Entre el poder y la muerte

16 de junio de 2020, 3:00 AM
16 de junio de 2020, 3:00 AM

Una disyuntiva inédita ha puesto el sistema político en aprietos, se enfrentan dos principios irreductibles; el principio de la oportunidad, y el de la salud pública. En el primero se priorizan las condiciones políticas que eventualmente derivarían en una victoria electoral. Es una cuestión de poder, en el otro, se prioriza la posibilidad de controlar una pandemia que a claras luces puede resultar devastadora.

En un extremo, la urgencia de salvaguardar la salud pública colisiona con la necesidad de activar el aparato económico, pues es cierto que la epidemia del coronavirus desnudó la pobreza que reina en el país, y obliga a más de dos tercios de la población a ganarse el pan de cada día a pesar de los riesgos. También es cierto que, si la epidemia sale de control, el argumento económico cae por su propio peso, en un determinado momento el virus podría ganarle la partida a la economía y, lejos de solucionar los problemas, los agravaría.

En el otro extremo, la posibilidad de que las fuerzas de oposición le ganen la elección al MAS hace parte de una lógica estratégica inobjetable. En política las oportunidades no suelen ser eternas y mucho menos, cuando el país se debate entre las fuerzas de la sobrevivencia y las fuerzas del Poder.

En la balanza, la racionalidad y el instinto de sobrevivencia, aconsejarían una prudente espera hasta el momento en que las probabilidades de contagio hayan menguado, y cumplir con la obligación ciudadana de votar deje de ser un intento suicida, lo que aconsejaría ciertamente postergar aún más las elecciones.

Postergar las elecciones pone en el mismo nivel de riesgo a las fuerzas de oposición y al MAS. Ambas están conscientes de que la impredecibilidad política de Bolivia podría echar por borda todas sus posibilidades. Quienes se inclinan por elecciones a pesar de la epidemia se alínean en la estrategia masista, y quienes se opone a ello a la estrategia de oposición. Con sus matices y diferencias, el escenario es claro, en un plato de la balanza están los que orientan sus acciones a la protección de la vida y el ciudadano, en el otro, la infinita ambición de Poder de Evo Morales y sus alfiles.

En política es muy difícil encontrar un “justo medio”, sobre todo cuando ese medio podría conllevar una derrota o la pérdida de espacios vitales desde el punto de vista estratégico. Podríamos sin embargo apreciar las ventajas y desventajas si nos ponemos en los zapatos de quienes vayan a votar a pesar de los peligros epidemiológicos. 

Si por votar pierdo un ser querido devastado por el coronavirus, o mi decisión acarrea una serie de angustias propias de una enfermedad tan peligrosa, probablemente el que se beneficie de mi voto termine en el Palacio Quemado, gozará de la legalidad que otorga una elección democrática, pero lo más seguro es que la legitimidad del vencedor pierda en proporción directa al número de afectados, en la medida en que su decisión se pagó con la vida de los ciudadanos. Si las elecciones prolongan la ya dolorosa experiencia del aislamiento y sus secuelas económicas, sociales y psicológicas, el ganador corre el riesgo de que a él se le atribuya lo mismo que ahora se le atribuye al MAS; un desproporcionado desprecio por la vida.

Si hipotéticamente el acto eleccionario no agrava la situación epidemiológica, ningún escenario de los mencionados tiene valor alguno, el hecho es que, desde el punto de vista prospectivo y tal como la epidemia avanza en nuestro medio, y en particular en algunas ciudades capital, lo más probable es que, las elecciones fijadas para septiembre, si se realizan bajo la sombra del coronavirus, terminarán restando más que sumando a poyo al vencedor.

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