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Víctimas ocultas

19 de junio de 2020, 7:31 AM
19 de junio de 2020, 7:31 AM

A una fotografía que mi hija le sacó a mi nieta, que está con la cabeza levantada y los ojos oteando a través del ventanal, le añadí una supuesta pregunta que ella se podría estar haciendo y la posteé en el muro de mi Facebook: “¿Será que, allá en el horizonte, veremos días mejores?”, reza la supuesta frase que los niños de hoy, llamados pandemials, se estarían preguntando. Los comentarios y mensajes posteriores parecen confirmar mis sospechas de que la preocupación de los adultos por el futuro de los niños es un tema que se siente e inquieta, pero del cual no nos hemos ocupado lo suficiente.

En la comunidad científica de la salud mental se está hablando del trastorno por estrés postraumático que algunas personas presentarían después de haber vivido o presenciado un acontecimiento impactante, terrorífico o peligroso. Hay suficientes estudios para reconocer los síntomas y tratar este tipo de trastorno. Sin embargo, como lo estamos comprobando estos días, nuestro sistema de salud público está colapsado y pocos están pensando en ese otro efecto devastador, que no se percibe de inmediato, y que tiene que ver con la salud emocional de los más débiles.

La realidad de muchos hogares bolivianos, en el campo y en las ciudades, que debido a la pobreza viven en un inimaginable hacinamiento, puede provocar muchos problemas sociales invisibles, pero que son tanto o más demoledores que la emergencia sanitaria actual. Los menores están más expuestos al peligro de la explotación, la violencia y el abuso. Hay antecedentes que respaldan estos temores: el brote del ébola en África Occidental, de 2014 a 2016, contribuyó al repunte del trabajo infantil, el abandono, el abuso sexual y los embarazos de adolescentes.

La pandemia ha sobrecargado nuestro débil y precario servicio de salud y puede menoscabar algunos avances conseguidos en materia de supervivencia infantil, salud, nutrición y desarrollo. El solo hecho de concentrar la atención en la lucha contra el virus e interrumpir los servicios de inmunización de enfermedades para las que hay vacunas o tratamiento (poliomielitis, sarampión, cólera, etc.) puede provocar efectos posteriores o muertes por causas no necesariamente relacionadas con el coronavirus. Si a esto le sumamos que debido a la interrupción de las clases presenciales se han suspendido los programas de nutrición (desayuno escolar, entre otros) el panorama para los niños de estratos socioeconómicos más bajos es catastrófico.

El desafío, más allá de la lucha contra el Covid-19, es: implementar atenciones domiciliarias para vacunar a los niños y recién nacidos; diseñar un sistema y logística barrial de distribución de desayunos escolares que ya estaban presupuestados; resistir a la tentación de restarle prioridad a las inversiones en programas de protección infantil, servicios sociales dirigidos a menores de edad, líneas telefónicas gratuitas de atención a la violencia intrafamiliar, servicios de agua potable y saneamiento básico.

Ojalá que más temprano que tarde, el mundo vuelva a funcionar y vengan días mejores. Para ese momento tendremos que estar preparados. Pero, las inversiones se las tiene que hacer ahora. Debemos evitar que nuestros niños, en especial aquellos más vulnerables, sean las víctimas ocultas de la pandemia.


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