No existieron las grandes celebraciones acostumbradas en otras gestiones. Algunos pobladores se congregaron para recibir los rayos del sol

21 de junio de 2020, 21:15 PM
21 de junio de 2020, 21:15 PM

La pandemia de coronavirus le cambió la cara a las ceremonias indígenas de recepción del Año Nuevo Andino en Bolivia esta gestión y el domingo los tradicionales ritos del "Willkakuti", o retorno del Sol, fueron menos festivos y participativos que de costumbre.

En lo alto del cerro Mallku Chullimpiri, en la comunidad campesina de Santiago de Machaca, a 160 kilómetros de La Paz, la ceremonia de celebración del Año Nuevo Aymara 5.528 se inició con apenas medio centenar de personas, cuando solía reunir a unas 200 o 300. No hubo música y apenas a lo lejos se escuchaba un tambor.

Antes de la pandemia, el Año Nuevo Andino, que coincide con el solsticio de invierno en el hemisferio sur, se recibía con masivas ceremonias en al menos 200 sitios considerados sagrados por los indígenas, donde la gente esperaba en vigilia los primeros rayos solares para recibirlos con música, bailes y fogatas.

Pero este domingo, tras la llegada de los primeros rayos del sol, solo algunos pobladores de Santiago de Machaca alzaron los brazos para recibir su energía. Y en otros lugares las ceremonias fueron transmitidas por redes sociales, en medio de la cuarentena vigente.

La celebración forma parte de los ritos ancestrales andinos y marca el inicio de un nuevo ciclo agrícola, que arranca con el sacrificio de dos llamas en lo alto de la montaña.

"Estamos dando ofrenda al Tata Inti y a la Pachamama. Una es para recibir al Sol que nos cuida como padre protector y otra para agradecer a la Pachamama por todo lo que nos da", explicó a la AFP Pedro Alfonso Tuku, el sacerdote aymara (yatiri) que presidió la ceremonia.

Invocó a las deidades andinas, así como a los santos católicos, en una expresión de total sincretismo. Luego elevó plegarias por toda la comunidad y dirigió un pebetero colmado de incienso y resinas aromáticas a las cuatro direcciones demandando la protección completa necesaria en tiempos de coronavirus.

Ataviados con ponchos, gorras de lana y sombreros y luciendo sus bastones de mando y chicotes, las autoridades originarias presenciaron la ceremonia en silencio, casi con desánimo. Son los únicos autorizados este año para estar en los lugares de culto, en momentos en que Bolivia suma más de 23.000 casos de covid-19 y 740 muertes.

Pocos, sin embargo, portaron barbijos durante la ceremonia.

El expresidente Evo Morales, impulsor de esta celebración que elevó a calidad de feriado nacional, este año estuvo ausente por primera vez en más de una década, pues se encuentra exiliado en Argentina. El exmandatario indígena solía festejar en el centro ceremonial de Tiwanaku, situado a 3.800 metros de altitud y a 71 km de La Paz.

La llama en el centro

Los corazones de las llamas sacrificadas se colocan con una ofrenda adornada con coca, la hoja sagrada de Los Andes, dulces de colores, hierbas aromáticas, trozos de lana, y se depositan sobre una fogata.

El yatiri, de 74 años, explicó a la AFP que "la ofrenda de la llama es como borrar los pecados. Invocamos a los Mallkus (seres celestiales andinos) para que nos protejan y nos traigan bienestar".

Los auquénidos andinos integran la vida diaria de las comunidades rurales bolivianas que les dan múltiples usos.

"Nos dan carne y lana. Su cuero es excelente para confeccionar chamarras, botas y cinturones e incluso en Bolivia tenemos balones de fútbol hechos con cuero de llama. Nos sirven además para transportar papa, harina o azúcar. Llevamos nuestros productos a otros pueblos y hacemos trueque", relata Angelino Catunta, de 43 años y dueño de un criadero de llamas.

Explica además que las llamas son como una caja de ahorros para las familias campesinas. Invierten en su crianza y cuando se les presenta alguna necesidad, las faenan y venden su carne y lana para obtener ingresos económicos.