OpiniónOPINIÓN

Mohamed Mostajo, Harvard y el barco que zarpa…

El Deber logo
22 de junio de 2020, 3:00 AM
22 de junio de 2020, 3:00 AM

Diego Ayo

Seamos sinceros: que Mohamed se vaya o haya ido no es como si Pipito Gómez o Lorenzo Olmos fuesen remplazados en los minutos 30 y 52 del partido. No pues. Si lo seguimos imaginando en estos términos futbolísticos, lo que imaginamos es a Pelé saliendo rapidito de la cancha sin que alguien siquiera lo supla. Esa fue la imagen que nos creamos del señor Mostajo: la del jugadorazo del Real Madrid que viene a jugar el torneo local junto a sus hermanos bolivianos para ayudarlos a progresar. ¿Sabe meter goles? Claro, los mete de chilena y palomita. ¿Saber marcar? Como un rey, quita sin pegar. ¿Sabe atajar? Como el mejor, vuela y atrapa. Entonces que venga, ya, ahorita. ¿Vino? Vino, no metió ni medio gol, no gambeteó ni a los pasa-pelotas y no tapo ni los tiritos de los infantes. Pero, ¿es algo que debamos lamentar? Claro. Sepámoslo: que se vaya este brillante profesional boliviano (pues no creo que alguien dude sobre su innegable talento) ilustra un fenómeno no necesariamente normal: la no-gestión de la crisis.

Veamos: hay tres etapas que deben contemplarse al ser gobierno: el auge, la crisis y la gestión de la crisis. Una primera etapa de auge, prosperidad y promesa: es la fase de la luna de miel. Una segunda fase de caída, crítica y fracaso: es la fase de crisis. Y, una tercera fase de atención a la caída, la crítica y el fracaso: es la fase de gestión de la crisis. He ahí el universo tripartito usual de un gobierno. Repito: la luna de miel, la crisis y la gestión de la crisis.

¿Es normal tener un periodo de auge y aplauso? Sí, es lo más usual. Lo que no es usual es el tiempo que puede durar semejante prosperidad imaginada. Puede durar tres, seis o doce meses (incluso más). No lo sabemos. No es una prosperidad real. Es una prosperidad imaginada: creemos que estamos bien y si lo creemos no es por mérito gubernamental, o el mérito gubernamental es a lo sumo un componente adicional, sino por la enorme expectativa social generada. No es que seas bueno, tan sólo que la población espera mejoras inmediatas. Las mejoras no vienen necesariamente, pero se tiene fe en que vendrán.  He ahí el momento de auge o lo que hemos denominado la luna de miel gubernamental. Creen que se amarán eternamente y serán felices por siempre. Primer periodo de auge.

A este periodo de pujanza imaginada le sigue un periodo de crisis: la gente descubre que no todo es color de rosa. El novio no sonríe todo el tiempo y la novia desmaquillada no luce igual. He ahí la obvia manifestación del amor y del poder, dejando en claro que el momento inaugural de esplendor ha fenecido. ¿Qué significa ello? La aparición de fenómenos como la corrupción, la ineptitud, el autoritarismo y demás rasgos sobresalientes que son debidamente “vendidos” en los medios: tienes sobrepeso y te dibujan obesidad. ¿Extraño? No, absolutamente normal. Segundo periodo de crisis.

¿Qué sucede en este instante? Surgen problemas y la solución es doble: o te divorcias o gestionas los problemas. Ese es el meollo: la gestión de los problemas. No es inusual vivirlos, lo inusual es marcharse al primer malhumor del esposo o al primer enojo de la esposa. Eso no es hacer gestión de la crisis, eso es dejarse abatir por la crisis. La crisis te vence y no consigues gestionarla. Ese es el camino usual de un gobierno: la gestión de la crisis. El camino usual no es no tener crisis. Esa es mera ilusión. El camino usual es abarrotarte de crisis y el camino meritorio es superar esas crisis haciendo precisamente lo manifestado: gestión de crisis. Tercer periodo (no necesariamente normal) de gestión de la crisis.

¿Qué es lo que vemos en el caso del señor Mostajo? Pues que su escape posiblemente no es la excepción. Es tan sólo un síntoma de un fenómeno mayor: el abandono y, con él, la imposibilidad de convertir la crisis en una “excusa” de gestión. Cabe recordar tres aspectos de su presencia: dos reales, uno (im)posible.

Uno, el joven vivió de modo glorioso el momento de auge. Dos, se desató la crisis, innegablemente grave ante las circunstancias dramáticas que vivimos, y el joven compró su pasaje a Miami y se marchó. Tres, ya no hizo gestión de la crisis (aunque si gestión del escape). ¿Claro? Clarísimo. ¿Por qué enfatizar la salida de esta persona? Porque posiblemente no refleje la salida de una persona sino la salida de aquellas personas que no pudieron ni podrán enfrentarse a la crisis haciendo precisamente aquello que se exige: gestión. ¿Es Mohamed el único que se marcha? No lo sé, pero puedo apostar que, si el mejor marinero saltó de proa para albergarse en el puerto más próximo, otros marineros de menor talante lo seguirán. Mostajo no es ni puede ser la excepción: es tan solo la olla destapada donde el agua puede ebullir. Los marineros empezarán a buscar mejores puertos: “es que tenía un compromiso justo en julio, gracias, pero”, “es que mis papás se han enfermado y debo ir a cuidarlos”, “es que siempre había planeado quedarme solo hasta mitad de año”. Ajá, claro que sí. No los culpo, pero no los inculpo. Bebieron hasta la saciedad mientras había trago, ahora que a lo sumo pueden tomar vinitos argentinos que entraron de contrabando, migran. ¿Está bien? No, y en todo caso es lo de menos: si se quieren ir que se vayan, lo difícil es para quienes quedan.

Tags