Opinión

Héroes en tiempos de pandemia

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29 de junio de 2020, 3:00 AM
29 de junio de 2020, 3:00 AM

Por: Diego Ayo Saucedo

Quisiera creer que soy un actor. Quisiera creer que estoy a minutos de filmar las tomas más arduas de la película “la pandemia”, “el virus” o algo así. Me peino, afeito y pongo el barbijo para teatralizar la peste que nos acecha. Soy la estrella del rodaje y aunque el trabajo es arduo, es verdaderamente placentero. No sé si lo que me hace tan feliz es actuar o saber que, más tarde comeré algo rico. Quizás vayamos a pasear en familia a San Miguel, nos animemos a ir a comer Pollos Copacabana a la estación del Teleférico de El Alto o sólo demos vueltas en el auto mirando a la gente. Me gusta ese sueño. Realmente lo disfruto. Pero, aún sigo disfrazado de paciente y con el barbijo aún a cuestas. ¿Por qué? Porque no estoy en el cine. No es mi imaginación. No, es la vida real. Hay coronavirus, mi escribiente soñador, y hay gente que se enferma. Hay gente que muere. 

Retrocedo más de medio siglo y veo una Europa consumida por el fuego, el crimen y la desesperación. Es la Segunda Guerra Mundial y Alemania avanza. Me estremece saber que aquello ocurrió. Me sobrecoge saber que la gente moría a manos de algunos patológicos soldaditos con orden de humillar, asesinar y, sobre todo, reír ante el “enemigo” desarmado, desprolijo y sorprendido. Siento un profundo desprecio ante el espectro de Hitler, Eichmann o Goebbels. Sin embargo, me llena el alma saber que el reverso de esos seres inmundos fue la aparición de los humanos más nobles que podamos imaginar. 

Imagino a Óskar Schindler y entiendo lo que es ser héroe. No fue el señor ataviado de capa y botitas de bombero quien salvó a cientos de judíos. Fue un caballero nazi, bastante inútil en las actividades que emprendió a lo largo de su vida, que fracasó en todos sus empeños económicos y rifó en mujeres y trago el dinero que mensualmente le entregaba el Estado judío. ¿Mal tipo? Un ángel. Fracaso en todo, pero tuvo éxito en salvar vidas. Aquella fue su misión y la cumplió con enorme solvencia. 

Leí la preciosa novela de Óscar Vela, Ahora que cae la niebla, y comprendí que aquel cónsul ecuatoriano afincado laboralmente en Suecia, fue un héroe. Don Manuel Antonio Muñoz Borrero fue extrañamente digno: jamás dijo a nadie, ni a su gente, lo que hizo: salvar vidas. Le pareció obsceno anoticiar al mundo lo valiente que era, lo digno que fue falsificando pasaportes con nacionalidad ecuatoriana para judíos condenados a morir. Lo consiguió en ese su extraño, pero emotivo silencio. Hermoso ser humano. 

Pude ver la vida de una señora polaca que murió a los 98 años. Pude saber de su imprescindible existencia en un film titulado El corazón valiente de Irena Sendler. Vaya dama. Incluso ocultó a niños judíos en cajas para permitir que vivieran. “Debes salvar a gente que se ahoga, aunque tú no sepas nadar”, le había dicho su padre y ella lo entendió bien. Muy bien. No sabía exactamente cómo salvar, pero salvó a más de dos mil judíos. Espías nazis descubrieron este “desliz”, la apresaron, torturaron y condenaron a muerte. Salvó su vida de milagro y murió casi con cien años a cuestas. 

Me pregunto, ¿por qué lo hicieron? Siempre es difícil entenderlo: ¿para qué arriesgarse por aquellos “otros” que no conocías y, lo más seguro, no verías nunca más? Quizás, amable lector, espera usted que responda sofisticadamente: “rescataron a sus semejantes porque ese es su trabajo” o “salvan vidas porque han sido entrenados con ese motivo”. ¿Sí? Seguro que sí, pero hay algo más. Alguito más que debemos advertir: salvaron y salvan vidas porque son humanos. Las lagartijas, si hay fuego, huyen y se olvidan de sus crías. Cientos, miles y hasta millones de humanos se esfuerzan por seguir esta prosaica senda. Los elefantes entierran a sus seres queridos. Cientos, miles y ojalá millones de humanos lo hacen e hicieron. Sin embargo, sólo nosotros, solo los humanos tenemos la fortuna de pelear por gente de otro color, de tamaños distintos y de lenguas que no comprendemos. ¿Por qué salvarlos, entonces? Porque son humanos y merecen vivir. 

Mi homenaje sentido a gente como el doctor Kurt Paulsen y sus colegas médicos que decidieron ir a Trinidad a asistir a pacientes con covid; mi aplauso estridente al profesor ciclista de Aiquile Wilfredo Negrete que recorre “su” territorio en bicicleta enseñando a “sus” niños en tiempo de pandemia; mi reconocimiento a las señoras de la Reserva Nacional de Tariquía Paola Gareca, Amanda Colque, Barbarita Meza y Lordes Zutara que peregrinan su territorio atendiendo a su gente con remedios propios de la medicina natural; mi admiración total por el doctor Óscar Urenda de la gobernación de Santa Cruz quien curaba a la población, se contagió, se sanó y volvió a curar a sus pacientes y nuevamente en campo, volvió a contagiarse. ¿Hay más? Claro que sí y conviene decirlo claro y fuerte en un tiempo electoral que a veces olvida a estos pequeños/grandes seres humanos 

Estaré agradecido de saberlo en whatsapp al número 70612862.




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