Cuando el virus apareció, todo mundo se volvió loco. Pero más que los altos y optimistas porcentajes de supervivencia pesan más las historias con cara, nombre y apellido. Testimonios que devuelven la fe en la vida

2 de julio de 2020, 7:47 AM
2 de julio de 2020, 7:47 AM

La cara de Jorge Uechi se desfiguraba cuando se le acercaba alguien con tos. La razón, sus dos hijos, uno de nueve meses y otro de dos años y seis meses. Lo aterrorizaba la idea de llevarles el virus a casa. Y así fue.

Un día tuvo dolor de cabeza, le duró hasta la siguiente jornada. Después vino presión alta y resfrío; cuando quiso hacer los vahos de eucalipto no le quedó duda, no podía oler nada. Siguió probando con vinagre y su sensibilidad había desaparecido. Ya habían transcurrido varios días.

Se hizo la prueba y mientras esperaba los resultados, su esposa empezó a experimentar los síntomas

Aislado por 18 días, su mayor lucha y triunfo no fue contra el virus, sino con su mente. "Se trata de no desalentarse, de buscar un médico lo más pronto posible. Me aislé del mundo, dejé de ver noticias, redes sociales, el montón de gente enferma, no queríamos deprimirnos con mi esposa. Una vez que tenés el virus, ya no tenés miedo, decís: 'ni modo', toca pensar positivo. Después sentí fortaleza y una fe muy grande en Dios", asegura.


Foto: Jorge Uechi con su hijo, cuando no podía abrazarlo. Se hizo atender a domicilio con un amigo médico de la Caja Petrolera que trata casos de Covid-19


Es imposible describir fielmente la cara de Jorge Ibáñez cuando le dijeron que tenía Covid-19. La mente y el espíritu se le fueron de paseo por varios segundos; quedó en blanco. El aventurero fotógrafo de prensa no soñó que podía tener el virus, recién cuando volvió en sí y le enumeraron los síntomas, dijo: "sí, cansancio, eso sí he sentido". Hasta ahora no sabe si se contagió por un viaje a Trinidad o en alguna cobertura en Santa Cruz. Y solo se hizo la prueba por presión de un colega, nervioso por el viaje a Beni, donde los casos habían explotado.

No terminaba de asimilar el diagnóstico y su entorno lo bombardeaba. "Tenés que irte al centro para asintomáticos Ana Medina", le decía alguien, mientras que una colega, asesorada por médicos, lo aconsejaba, "no vayás, los expertos dicen que allá es más fuerte la carga viral y lo que era leve se te puede complicar".

Lo volvieron loco. Estaba por pedir que le alisten ropa y salirse a otro lado para no contagiar en su casa, hasta que decidió que mejor lugar que su hogar no habría. "Cuando llegué, mi madre me abrió la reja llorando, todos me recibieron con barbijo y los primeros días había mucho silencio".

Jorge ya lleva 30 días de confinamiento y para no perder la cordura hizo caso a su novia sicóloga. No se deprimió, mantuvo la cabeza ocupada con amigos, chats, sesiones de fotos que registren su testimonio y tutoriales sobre su oficio con la cámara.

En el transcurso su cuñado dio positivo, sus padres y hermana se mudaron a la sala, ya que el cuarto de Jorge Ibáñez estaba pegado al de ellos. Su vecino falleció y esa historia se viralizó en las redes sociales de forma dramática.

"Fue trágico, toda su familia se enfermó, encima lo vi en Facebook y en todos lados, fue más triste ver cómo murió, sin poder respirar. Eso me afectó hartísimo, no podía dormir unos tres o cuatro días después de la noticia. Además, a los hijos de mi vecino también los internaron y eso me afectaba porque quería ayudar de alguna forma y no podía", recuerda.

También le tocó enterarse del fallecimiento de un compañero de trabajo. "Sentí una tristeza muy grande, me dolió, pero también me sentí afortunado. Dos días no dormí, creo que cuando muere alguien conocido y uno tiene Covid-19, no se puede dormir, sicológicamente bajonea mucho", comparte.

Y aunque para su cuerpo la experiencia resultó leve, en algunos momentos el miedo le susurraba al oído. "Pensé que podía morir, pero me dijeron que no me bajonee, que no era momento para eso, incluso hasta ahora lo pienso, pero no me ha venido ningún síntoma fuerte", agradece. 

Es que los casos más dolorosos lo golpearon, pero se 'autolevanta' los ánimos con amigos que también tienen Covid-19 y que no tienen problemas para respirar. "Nos dimos cuenta de que somos privilegiados y de que tendremos la posibilidad de donar plasma y ayudar a los que la están pasando mal".

Foto: Jorge Ibáñez en sus días de confinamiento 

Juan Carlos Salinas probablemente fue el más grave de los que compartieron su experiencia con el Covid-19. Tuvo que entrar de emergencia por una neumonía a la clínica Foianini, donde le salvaron la viday recibió medicamentos tan fuertes que sufrió alucinaciones.

Estuvo internado durante 15 días en los que lloró como un niño, supo lo que eran el miedo y la tristeza más profundos, aún no sabe si por temor a morir, o por la posibilidad de dejar sin papá a su hijo. "Uno se siente tan vulnerable", confiesa.

Antes de eso tuvo parálisis en todo el rostro y siempre padeció con las alergias respiratorias por el cambio de temperaturas. "Soy del grupo de riesgo", dice.

Hoy está en su casa, reencontrándose con la vida, con los rayos de sol en la cara, con sus perros y gatos, con pausadas caminatas hasta que todo el cuerpo le obedezca, como en los viejos tiempos. Mientras eso ocurre, sigue las instrucciones médicas de comer sano y tratar bien a su sistema inmunológico, de restaurar sus pulmones, reto que le demandará como dos meses.

"Estoy muy emocionado, buscando ser otra persona, es como volver a nacer", fueron las primeras palabras de agradecimiento a sus colegas por WhatsApp, ni bien salió del trance.

"Si bien al principio no quería atender a nadie, dejaba que el teléfono suene... uno reacciona con rabia, desesperación, miedo, pero al final entendí que los demás no tienen la culpa de esto y que si me llaman es porque les importo y eso me ayudó un montón", reconoce.

Después de su primera reacción de enojo con la vida, Salinas vio sus ánimos elevados gracias a las llamadas de la gente que lo quiere. "El tema mental es clave, sonreír, estar alegre, optimista, al comienzo me costó, no tenía apetito, pero empecé a entender que esto no es fatal en muchos casos, que la idea es reaccionar a tiempo. Tener la suerte de llegar a un hospital es clave también, pero por sobre todo, tener apoyo de los amigos", dice.

Una de las llamadas más conmovedoras fue la de su padre, que vive en EEUU, y con quien no hablaba desde hacía 13 años. "Reímos, también lloramos", se emociona. Sus tíos también lo llamaron de EEUU y de La Paz. A la única que no se atrevió a dar la noticia fue a su mamá, que radica en Buenos Aires. "Tiene 70 años, cómo podría ayudarme, pensé que la mejor manera es que esté tranquila y no le avisé, prefiero su paz mil veces, ella es mi todo, mi creadora, mi amiga", dice.

Como parte de su renacimiento, vio con nuevos ojos a las personas"Valoro mucho a la madre de mi hijo, es un punto aparte y un renglón que quiero resaltar, es una persona noble, fuerte, que me ayudó en el momento más crítico de mi vida, estuvo presente, atenta, cuidándome, este momento es para redescubrir a personas que uno a veces subestima; esta enfermedad permite hacer eso, renacer. Tengo que seguir adelante por mí, por Dios, por la vida, por mi hijo, por la madre de mi hijo, por mis amigos; no me puedo rendir", reflexiona.

Fuad Landívar estaba aislado en su cuarto desde hacía 23 días, con la excusa de que 'quizás' estaba contagiado por su labor como fotoperiodista; tuvo que decir la verdad en su casa para hacer público su testimonio. Como ya estaba al final del proceso del Covid-19, la noticia llegó cansada y su familia la tomó con mucha calma.

En su caso, el confinamiento lo expuso a las noticias todo el tiempo, veía historias positivas, pero también las de fatal desenlace. "Se ve de todo, gente que se recupera, y eso alienta, pero al estar sometido a las noticias, viendo distintos cuadros, uno saca sus propias conclusiones. Soy agradecido con la vida, con Dios, por no haber pasado cosas peores. Esto es una lotería, no sabés cómo te vendrá, si sos asintomático o te manda a la lona de un saque, hasta podés morir. O el virus te pega fuerte y sobrevivís, pero quedás con una secuela u órgano dañado. Gracias a Dios lo mío no fue grave. Uno no puede estar tranquilo pensando que puede contagiar a alguien y que esa persona puede empeorar. Dónde queda mi conciencia si hago daño por no quedarme un rato más guardado", reflexiona.

Lo más duro para Fuad fue ver morir a dos personas de su entorno"Me tuvo mal lo de mi compañero de trabajo, David Álvarez, y lo de una doctora, Juanita Vargas, jefa de la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) del hospital de Niños, que era muy amiga, 'cumpa' de mi padre, que es médico y vive en San Pablo, él casi se muere de la tristeza. Las dos muertes fueron mucha cosa para mí", confiesa. 

En su círculo familiar nadie de la familia pasó por tragedia, pero cree que lo primordial es mantener la calma, especialmente porque cuando se confirma un caso, "uno piensa en lo peor, en que la persona se pondrá mal, en que no hay terapia intensiva, etc.".

El efecto emocional del virus es paradójico. Al menos en el caso de Fuad, dice que nunca pensó que daría positivo, a pesar de que tuvo algo de fiebre, por horas. Sin embargo, en casa tenía toda la 'artillería', desde Ivermectina hasta antigripales, antiinflamatorios, Azitromicina y vitaminas para dos meses.

Lo único que lo pone contento, además del final feliz, es la posibilidad de dar su sangre. "A la persona que quiera mi sangre le voy a poner una condición, que si quiere mi plasma, cuando ella sane, que done. Así como recibió, también tiene que dar", dice contundente.

Los cuatro protagonistas de las historias sienten la necesidad de nombrar y agradecer a sus doctores de cabecera. Fuad a su padre, Alejandro Peralta, jefe de Neurología del Hospital Japonés, por acompañar su recuperación. Jorge Uechi a su amigo Gustavo Guzmán Vedia, de la Caja Petrolera de Salud (CPS), por tratarlo incondicionalmente; Jorge Ibáñez a su amiga Yenny Aguanta, que tiende casos de Covid-19 en La Guardia y que siguió el feliz desenlace, dejándole en casa remedios y oxímetro. Por último, Juan Carlos Salinas también manifiesta su infinita gratitud al equipo del cuarto piso de la clínica Foianini, las enfermeras y la doctora Noelia Inacio, siente que le salvaron la vida.

Foto: Fuad Landívar ya está bien, pero recién dio la noticia a los suyos