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Un buen nombre

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3 de julio de 2020, 3:00 AM
3 de julio de 2020, 3:00 AM

Alejandro Arana - Ingeniero comercial

En esta cultura de lo desechable en que vivimos inmersos, pareciera que se ha perdido la capacidad de apreciar las cosas en su real dimensión ya que casi todo: posesiones, trabajos, e incluso las relaciones personales y nuestras creencias más profundas adquieren una naturaleza cada vez más descartable. Sin embargo, existe algo que la gran mayoría de nosotros conservaremos preciadamente por el resto de nuestras vidas, nuestro nombre. La importancia de éste radica en que está asociado con la identidad misma de la persona, revelando su origen cultural, racial, y sobre todo familiar.

Los nombres propios son nuestra carta de presentación y su elección no es un tema menor, tanto es así que en muchas culturas se cree que estos imparten y definen nuestro carácter. Tan importante son, que se dice que el emperador Napoleón se tomaba el trabajo de memorizar el nombre de cada soldado que comandaba. Igualmente, son muy valiosos los nombres familiares o apellidos, ya que éstos muchas veces constituyen el mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos, como se refleja en el famoso proverbio: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro” o como reza un antiguo adagio japonés que señala: “Los tigres mueren y dejan sus pieles, los hombres mueren y dejan su nombre.” En un mundo tan competitivo y materialista como en el que vivimos, es comprensible que muchos padres se preocupen y enfoquen en otorgar a sus hijos el mayor patrimonio y la mejor educación posible. No obstante, el buen nombre y reputación familiar muchas veces terminan siendo más provechosos y permiten abrir más puertas, sin mencionar que brindan una mayor satisfacción personal. Hace ya algunos años, tuve la grata oportunidad de experimentar personalmente dicha realidad cuando, siendo tan solo un joven profesional extranjero y, en medio de una de las mayores crisis económicas de las últimas décadas, recibí la llamada personal de uno de los hombres más ricos de Chile y presidente de un importante banco, quién me ofreció trabajo simplemente por el hecho que conocía a mi abuelo, con quién había trabajado muchos años antes, asumiendo que habría heredado los mismos principios de mi progenitor.

Por eso, cuando uno ve lo que está ocurriendo en nuestro país, donde el pueblo que está sumido en una grave crisis sanitaria, está siendo forzado por un indolente Tribunal Supremo Electoral a participar en un proceso electoral que puede poner sus vidas en riesgo, uno se pregunta si los miembros de dicho Órgano del Estado valoran el buen nombre que podrían estar negándoles a sus descendientes. Especialmente, considerando los antecedentes que la prematura fecha de estas elecciones habría sido impuesta por presiones de las personas y siglas políticas responsables de uno de los fraudes electorales más vergonzosos y descarados del que se tenga memoria, el mismo que es de conocimiento de toda la comunidad internacional.

La cobardía, la complacencia y principalmente la corrupción no son características que alguien quisiera ver asociadas a su nombre, por lo mismo esperemos que los responsables de tamaño despropósito recapaciten, todavía están a tiempo de dejar su mejor herencia, un buen nombre.

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