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La fuerza de la Voluntad

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4 de julio de 2020, 3:00 AM
4 de julio de 2020, 3:00 AM

Vladimir Peña - Dirigente Político
 



Se han cumplido 100 días de cuarentena en el país. Las cifras oficiales de la COVID-19 que irremediablemente se quedan cortas, muestran que hemos superado los 30.000 contagios y lamentablemente registran más de 1000 muertes. Y mientras en el mundo suman más de 10 millones los contagiados y medio millón los muertos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se esfuerza en darnos tres advertencias: el epicentro del virus se ha trasladado a nuestro continente, la velocidad del contagio ha aumentado y “lo peor aún está por llegar”. Un escenario desalentador.



El coronavirus ha hecho que gran parte de nuestro planeta se encierre en sus casas, lo que ha ocasionado un parón económico sin precedentes, las aulas de las escuelas y universidades han quedado vacías, eventos deportivos y culturales han sido postergados, las tiendas comerciales han bajado sus persianas y las calles quedaron solo para el tránsito de servicios esenciales. La epidemia y sus consecuencias han planteado un falso dilema entre salud y economía, como sí para el desarrollo no fuera fundamental tener una población sana, pero hay quienes insisten en colocarse en uno u otro extremo.



La crisis sanitaria se ha sumado a las crisis política y social que ya atravesaba Bolivia después del fraude electoral perpetrado por Morales y su gobierno. Cuando parecía todo encaminado para celebrar elecciones y renovar el poder político nacional, llegó aquel fatídico 11 de marzo, mientras el país reportaba su primer caso de coronavirus, la OMS decretaba la pandemia global por la COVID-19. De ahí en adelante todo fue desplazado por el virus, los bolivianos tendríamos que afrontar en simultáneo varias crisis, la sanitaria, la política y la económica. Las tres, aún, lejos de resolverse.



En las crisis se mide la talla de los líderes y la voluntad de los pueblos. En muchos países oficialistas y opositores han remado en una misma dirección, en otros, como el nuestro, la pandemia ha servido para profundizar la polarización con disputas políticas obsesivas. El bloqueo constante del MAS reafirma que es imposible contar con ellos en los asuntos de estado. El comportamiento errático de otros líderes, que han priorizado impulsar las elecciones a cualquier costo, pensando que entre los escombros ellos ganan, es una clara muestra que los valores están invertidos. El cálculo personal por encima del interés nacional.



Es cierto que un gobierno transitorio no puede hacer grandes reformas a problemas estructurales. La falta de un sistema universal de salud, con estándares de calidad semejantes a los de nuestro entorno, constata que los postulados constitucionales están muy lejos de la realidad, y que pese a la década de bonanza el MAS ha dejado un País sin servicios públicos.



Sin embargo, una emergencia hay que atenderla con lo que se tiene, construyendo sobre la marcha; un gobierno tiene que actuar, no puede levantar las manos y quejarse o replegarse. Las decisiones oportunas de la cuarentena, las subvenciones sociales para mitigar el hambre, las ayudas económicas en el pago de los servicios básicos y los diferimientos en las cuotas de los créditos financieros han paliado los efectos devastadores de la crisis. Hasta ahí bien.


 


Pero la cuarentena tenía dos finalidades, proteger a la población ante la irrupción del virus y generar las condiciones para combatirlo y convivir con él. Hay un problema muy serio, de origen y de fondo, los test (las pruebas). Esta crisis sólo se gestiona con test, la otra alternativa, fracasada en todos los países en que se intentó, es la llamada inmunización del rebaño. La falta de test y el protocolo estrecho, que funciona como un embudo dejando fuera a los que tienen síntomas leves y asintomáticos, es como transitar en una noche larga por una carretera con las luces del auto apagadas. Los test son cruciales para orientar la estrategia. La detección tardía influye en todo, no solo que los capítulos llegan tarde, la narrativa se vuelve ficticia, mentirosa, porque la transmisión continúa silenciosa, preludio de un brote explosivo.



Evitar el contagio y recuperar a los infectados, siguen siendo las tareas sanitarias centrales. Para esto era necesario reforzar los sistemas de vigilancia y hospitalización, ambos desbordados a estas alturas. Pero tomar decisiones en un marco de excepcionalidad requiere agilidad, eficacia y un buen conocimiento del contexto. Y al final, las decisiones se evalúan por sus resultados, no por las intenciones.



La infaltable corrupción se llevó al segundo ministro que gestionaba la crisis y privó a los ciudadanos de contar con respiradores adecuados. Delegar las compras esenciales en organizaciones internacionales, por la desconfianza en los propios funcionarios del estado, es un remedio que resultó peor que la enfermedad. Ni se evitó la corrupción, ni los materiales llegaron a tiempo.



Seguramente hay muchas barreras que impiden tener una gestión eficiente, pero las justificaciones huelen a resignación y a falta de voluntad. Aún es posible revertir la situación, con liderazgo, humildad y un enfoque integral. La clave está en testear, aislar, tratar y rastrear. Detectar precozmente tiene un enorme valor, para el paciente y el sistema sanitario. Una encuesta de seroprevalencia transparentará los datos opacos y nos acercará a la nueva realidad. No hay nada peor que decidir desde la ignorancia.



Reorganizar y clasificar los hospitales de todos los niveles para atender pacientes con coronavirus y otras patologías, mitigará la búsqueda angustiante de camas por las calles del país. Ah, y cambiar el lenguaje bélico por educación para la ciudadanía. Desintoxicar el ambiente, el social y especialmente el político.



Una situación crítica no necesariamente conduce al desastre, pero exige redoblar esfuerzos y redefinir prioridades. Un acuerdo para celebrar las elecciones en el último trimestre del año, es ya imprescindible. Bolivia necesita una agenda común para superar el virus, que ponga a los ciudadanos por encima de los políticos; que asegure la unidad y garantice la transición política; que coloque los cimientos de la reconstrucción del país mientras asiste las necesidades de la emergencia. En política, la voluntad lo es todo, pero no surge sola; hay que tener la inteligencia, la generosidad y el valor para construirla.


    




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