OpiniónEDITORIAL

Grosero, desubicado y antidemócrata

5 de julio de 2020, 3:00 AM
5 de julio de 2020, 3:00 AM

El presidente de Argentina, Alberto Fernández, ha protagonizado un vergonzoso desaire que lo deja muy mal parado en la escena de mandatarios de la región cuando el miércoles abandonó la reunión cumbre del Mercosur en el momento preciso en que la presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, comenzaba su intervención.

La prensa argentina informó que Fernández se levantó del plenario; es decir, salió de la transmisión, por considerar que Áñez encabeza “un gobierno de facto” y que la salida de Evo Morales del poder fue producto de un golpe de Estado.

Eso entiende Fernández haciendo una ostentación de su ignorancia, desconocimiento de la actualidad y la historia no de un país asiático o africano, sino de un país vecino con el que la nación que él representa comparte 773 kilómetros de frontera, una dilatada tradición cultural común y de hermandad desde tiempos de la Colonia, además de la conocida sociedad comercial e hidrocarburífera. 

En su desconocimiento, seguramente también Fernández ignora, sólo como anécdota, que el primer presidente de Argentina fue el boliviano Cornelio Saavedra, de origen potosino.

Lo ocurrido el miércoles en la reunión del Mercosur pinta a Alberto Fernández como un hombre grosero, desubicado y antidemócrata, porque la diplomacia entre las naciones consiste precisamente en que unos y otros se aceptan más allá de sus diferencias: y entre mandatarios se respetan, entre otras cosas porque por la razón que fuera, representan a otro país que también debiera merecerles respeto. 

Con sólo leer la prensa de Bolivia o de su propio país un hombre que conduce una nación respetable como Argentina sabría que el 20 de octubre hubo un monumental fraude en Bolivia, que la gente decidió no callar ni aceptar la manipulación evidente del voto, salió a las calles a paralizar el país en protesta por el fraude, y que presionado por la fuerza de un pueblo cansado de ese y otros abusos como el no respeto al referéndum del 21 de febrero de 2016, Evo Morales no tuvo más alternativa que renunciar e huir del país. 

También Fernández podría leer el informe de la OEA, del que su país es miembro, para enterarse de todas las circunstancias del fraude allí detalladas. Pero si tiene dificultades con la lectura, Fernández podría buscar en Youtube algunos videos para ilustrarse con lo que ocurrió en octubre y noviembre en Bolivia.

Para información del presidente Fernández, Jeanine Áñez es presidenta constitucional de Bolivia. Llegó al poder por sucesión contemplada en la Constitución Política del Estado ante la renuncia sucesiva del entonces presidente Evo Morales, del entonces vicepresidente Álvaro García Linera, de la entonces presidenta del Senado Adriana Salvatierra, del entonces presidente de la Cámara de Diputados Víctor Borda, y del entonces primer vicepresidente del Senado, Rubén Medinaceli. 

¿Se podía esperar otra cosa de Alberto Fernández, un presidente que con recursos de los argentinos protege y financia a Evo Morales una mansión en la exclusiva zona de San Isidro, la más cara de Buenos Aires, con un costoso aparato de agentes de seguridad y vagonetas blindadas?

El hecho, más que una representación oficial, amerita cuando menos el repudio de los bolivianos a este desaire contra la presidenta. Se puede estar o no de acuerdo con ella, se puede elogiar o criticar gestión, pero ella es la presidenta constitucional del Estado de Bolivia, y como tal merece el reconocimiento y respeto de los mandatarios de la región.

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