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Prensa: los culpables

16 de julio de 2020, 3:00 AM
16 de julio de 2020, 3:00 AM

Los gobernantes administran el dinero y los bienes del pueblo. Si los usan mal, o se apropian de ellos, corren el riesgo de que el pueblo se entere. ¿Cómo? A través de la prensa.
Esa es la principal razón por la que existe una pugna permanente entre poder y periodismo.

Desde su aparición como actividad cuyo fin es informar sobre lo que hace el poder, con el Acta Diurna de Julio César, el periodismo sufrió censura de las más variadas formas.

Bolivia no fue la excepción. La Ley de Imprenta del 7 de diciembre de 1826, promulgada nada menos que por el mariscal Sucre, fijaba duras penas para los “escritos contrarios a la moral o decencia pública”, incluido el destierro.

Por ello, no fue raro que Evo Morales se declarara enemigo de la prensa desde los primeros meses de su gobierno. Lo hizo oficial el 24 de mayo de 2007, en un encuentro de intelectuales y artistas con afinidad ideológica a su gobierno, en el que declaró, públicamente, que “el primer adversario que tiene mi presidencia, mi gobierno, son algunos medios de comunicación”.

Pero no fueron algunos.

En su dilatado gobierno de casi 14 años, el aparato de gobierno del MAS, manejado gerencialmente por Álvaro García Linera, creó una vasta red de medios gubernamentales y otros de dependencia indirecta, a los que Raúl Peñaranda rotuló como “paraestatales”. Surgió toda una red de radioemisoras, en torno a Televisión Boliviana y Radio Illimani, convertidos en Bolivia TV y Patria Nueva; aparecieron medios con financiamiento externo, como TeleSur y Abya Ayala, y se produjo la mayor compra de medios independientes, como ATB, PAT y La Razón, mediante terceros, no solo con el fin de controlar sus contenidos, sino para recibir millones de dólares por concepto de publicidad estatal.

No fue suficiente.

Incapaz de controlar a todos los medios, Evo Morales desató una feroz campaña contra los que no repetían su discurso adoctrinador. Les cortó la publicidad estatal, que representa el grueso de sus ingresos y, además, les rotuló como mentirosos. El discurso de “prensa mentirosa” fue una letanía que, cuando no la repetía el presidente en sus discursos casi diarios, lo hacían —y lo siguen haciendo— sus seguidores. 

Así, la versión de que los periodistas son mentirosos creció como bola de nieve y caló en la gente. De pronto, cuando los periodistas cubrían algún hecho en el que existía violencia, esta comenzó a desbordarse contra ellos. Los reportes de ataques y apedreamientos, destrucción o robo de cámaras, se multiplicaron.
Las cosas no cambiaron con Jeanine Añez. La prensa se mantiene en el lugar que Evo la puso y, si este le cortó el oxígeno al privarle de la publicidad estatal, la presidenta mantiene cerrada la llave.

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