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En base a su experiencia en Uruguay, Méndez se dedica ahora a asesorar a gobiernos y expertos sobre transición energética.

El físico Ramón Méndez estaba sentado en su oficina universitaria de Montevideo cuando recibió la llamada telefónica inesperada que cambiaría su vida… y la forma en que Uruguay produce electricidad.

Quien llamaba era el ministro uruguayo de Industria, Energía y Minería para invitarlo a liderar una transición energética que redujera la dependencia del país de los combustibles importados.

Me hicieron una propuesta loca”, rememora Méndez. “Y yo hice algo aún más loco, que fue aceptar”.

Hasta ese momento, inicios de 2008, Méndez había dedicado su carrera profesional a la academia, metido en temas alejados del mundo real como la física de partículas o de los primeros microsegundos del Universo después del Big Bang.

Si bien supo desde ese instante que aceptaría la invitación del gobierno, tardó 15 días en confirmarlo, entre temores por lo efímero que podría resultar el cargo y gente conocida que le sugería dejarlo para alguien que entendiera de política.

Pero hoy Méndez, de 63 años, cree que “pensar fuera de la caja” fue lo que le permitió hacer de Uruguay un caso singular de transición hacia energías limpias, usando el viento y el sol.

El país sudamericano pasó en pocos años a generar hasta el 98% de su electricidad con fuentes renovables, más de un tercio eólica, un cambio que ha sido destacado por organizaciones y expertos a nivel internacional.

“Lo que hicimos fue diseñar algo que en el mercado no existía: eso fue lo llamativo y 15 años después sigue siéndolo”, dice Méndez en una entrevista con BBC Mundo. “Quieren entender cómo hicimos eso que el mundo quiere hacer y no está pudiendo”.

“Un ritmo asombroso”

Uruguay enfrentaba una situación energética crítica cuando su gobierno apeló a Méndez.

El precio del petróleo había entrado en una curva ascendente que lo llevaría a tocar el récord de US$145 por barril unos meses más tarde, en julio de 2008.

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Del total de la electricidad producida en Uruguay, 39% tenía combustibles fósiles como fuente en 2008. Ahora, menos de 10%.

Carente de una producción propia de crudo, gas natural o carbón, el país sudamericano de 3,4 millones de habitantes debía importar entonces petróleo a costos cada vez más altos.

Una sequía afectaba las centrales hidroeléctricas que eran la principal fuente energética del país. Y el uso creciente de combustibles para satisfacer una demanda cada vez mayor de electricidad presionaba al alza las tarifas.

Las autoridades uruguayas habían comenzado a contemplar la energía nuclear como una alternativa para reducir costos y evitar las frecuentes compras de electricidad a los vecinos Argentina y Brasil.

Esto llevó a Méndez a interesarse en el problema, como alguien cercano a la física nuclear luego de haber pasado 12 años como investigador en países de Europa y América antes de volver por motivos personales a su Uruguay natal a trabajar en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República.

La generación eléctrica a escala de un país era un tema nuevo para él: “No sabía nada”, admite.

La solución que planteó pasaba por un camino diferente: recurrir a las energías renovables autóctonas.

Su propuesta circuló en ámbitos académicos y llamó la atención del gobierno. Fue entonces cuando Méndez recibió la llamada para implementar el cambio que había imaginado.

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La energía eólica pasó de cubrir 1% de la matriz eléctrica uruguaya a 34% en apenas un lustro.

La apuesta a la energía eólica tenía como referencia lo que hacía Dinamarca como pionero en la materia y su interconexión con las centrales hidroeléctricas de Noruega para tomar energía de ellas cuando hay poco viento.

Pero Uruguay buscó esa complementación dentro de su propio territorio. Y desarrolló un software propio para gestionar la intermitencia de distintas fuentes energéticas.

El objetivo fue alcanzar una capacidad instalada total de energía eólica y solar que cubriese el punto más alto de la demanda eléctrica del país. El agua de las represas se usaría entonces como fuente alternativa cuando bajaran el viento o el sol.

Esto requeriría una fuerte inversión, lo que a su vez planteaba el reto de reducir la percepción de riesgo para bajar la tasa de retorno del capital.

Al asumir como presidente uruguayo en 2010, el exguerrillero tupamaro José Mujica buscó un acuerdo con todos los partidos políticos en el Parlamento sobre la política energética del país. Y, al lograrlo ese mismo año, se trazaron metas estables por décadas que fueron una señal positiva para inversores.

Uruguay realizó su primera gran licitación para incorporar fuentes renovables a su matriz energética en 2011. Y luego, satisfecho con los resultados obtenidos, el gobierno llamó a nuevas ofertas.

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Los parques fotovoltaicos aparecieron en el paisaje uruguayo con la transición energética del país.

Así, el país invirtió en apenas una década más de US$8.000 millones en energías renovables, equivalentes a 10% de su PIB actual.

La energía eólica pasó de cubrir apenas 1% de la matriz eléctrica uruguaya en 2013 a 34% en 2018, “un ritmo asombroso” y “más rápido que cualquier otro país”, indicó Joel Jaeger, investigador del Instituto de Recursos Mundiales, en un artículo de la agencia espacial estadounidense NASA en enero.

El resto de la matriz eléctrica se compone con fuentes complementarias y también de incidencia variable según las condiciones climáticas: hidráulica (50% actualmente), biomasa (12%), solar (3%) y térmica a base de energías fósiles (2%).

Decenas de parques eólicos, fotovoltaicos y centrales de biomasa mudaron el paisaje en diversos puntos de Uruguay.

Un cambio mayor

La acelerada transición energética de Uruguay impulsada por Méndez también ha recibido cuestionamientos domésticos.

Algunos economistas han señalado que, en vez de haber hecho los cambios tan rápido y con contratos a largo plazo, el país podría haberlos realizado gradualmente y beneficiarse de la baja que tendría el costo de incorporar energías renovables.

Otros señalan que Uruguay aún tiene una tarifa eléctrica industrial y residencial más cara que vecinos de la región como Argentina, Brasil, Paraguay o Chile.

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A Uruguay llegaron de pronto tantas turbinas de viento que requirieron medidas para evitar saturar el puerto de Montevideo, dice Méndez.

Felipe Bastarrica, director del Observatorio de energía y desarrollo sustentable de la Universidad Católica del Uruguay, concuerda en que se podía haber aprovechado la reducción de los costos de tecnología con una transición más escalonada, pero aclara que ese argumento surge “con el diario del lunes” o con resultados a la vista que nadie pronosticaba en su cuantía.

“No lo critico demasiado (el cambio hecho) porque en el momento era tan beneficioso respecto al sistema que teníamos, prácticamente al borde de la falla y con costos muy altos, que se pisó el acelerador”, dice Bastarrica a BBC Mundo. “No solo fue bueno ambientalmente, sino económicamente y en términos de resiliencia del sistema”.

También considera un “error conceptual” atribuir a la transición energética el mayor costo de la electricidad en Uruguay respecto a sus vecinos, ya que la generación representa cerca de un tercio del precio final que paga el consumidor, que de hecho ha bajado en términos reales.

Un estudio del observatorio concluyó el año pasado que, si no hubiese diversificado su matriz energética, el país habría tenido un costo adicional en generación eléctrica de US$1.621 millones entre 2020 y 2022.

Méndez sostiene que “uno de los días más duros” que tuvo en el gobierno fue cuando en el ministerio de Economía le sugirieron olvidarse de bajar las tarifas eléctricas por la reducción de costos de generación, ya que la diferencia iría a cubrir costos del Estado.

Pero señala que el país tuvo otras ventajas con su transición energética, como la generación de unos 50.000 puestos de trabajo (casi 3% de la fuerza laboral total) o la oportunidad de buscar acuerdos comerciales basados en la baja huella de carbono.

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“Me hicieron una propuesta loca”, recuerda Ramón Méndez.

Avanzar hacia la eliminación del uso de combustibles fósiles en sistemas energéticos en una transición ordenada hacia energías renovables para detener el cambio climático son metas acordadas en la cumbre de Naciones Unidas COP28 que se celebró en Dubái en diciembre.

Sin embargo, incluso países ricos buscan definir la forma de alcanzar esos objetivos.

Méndez explica que esto ha llevado a gobiernos y expertos a mirar lo que hizo Uruguay.

“No hay semana en que no me lleguen dos o tres invitaciones a dar una charla en algún país del mundo”, señala, “y cada vez más en países desarrollados”.

Luego de dirigir durante ocho años la política energética uruguaya, Méndez fue seleccionado por la revista Fortune como uno de los 50 líderes mundiales de 2016 por haber contribuido a mostrar “cómo descarbonizar tu economía”.

A su juicio, las claves de la estrategia energética uruguaya pasaron por una política de largo plazo acordada por todos los partidos y por crear condiciones adecuadas para procesar la transformación.

“De forma espontánea la transición energética no ocurre, aunque las energías renovables sean más baratas que las tradicionales”, advierte.

Méndez fundó con amigos Ivy, una fundación sin fines de lucro financiada con fondos filantrópicos norteamericanos y europeos que asesora en estos temas a países de la región como Colombia, Chile, Honduras y República Dominicana.

Sentado en un café de Montevideo bajo un sol invernal, Méndez comenta que debe manejar con cautela su nueva vida de asesor internacional que incluye reuniones con presidentes y nuevas llamadas desde lugares impensados.

“Si bien fue extraordinario el cambio de pasar de ser un humilde profesor universitario estudiando el Big Bang a la política pública en Uruguay”, reflexiona, “este cambio es mucho mayor”.

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