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El preso que lleva 21 años en el corredor de la muerte en Texas y está a punto de ser ejecutado "por un crimen que no sucedió"
Tres errores marcaron el caso de Robert Roberson. Sus abogados piden un indulto para impedir que sea ejecutado el 17 de octubre.
20 de septiembre de 2024, 21:40 PM
Robert Roberson recibirá una inyección letal si sus abogados no logran demostrar que merece clemencia.
Roberson fue sentenciado a la pena capital por la muerte de su hija Nikki, una niña de 2 años que falleció el 31 de enero de 2002 después de llegar al hospital en estado de coma, desvanecida en los brazos de su padre y con el rostro azulado por la asfixia.
Los médicos atribuyeron los síntomas de Nikki al síndrome del bebé sacudido, una lesión cerebral grave provocada por agitar a un niño menor de 2 años con tanta fuerza que el suministro de oxígeno al cerebro resulta comprometido.
Aquel diagnóstico se convirtió en la evidencia que confirmaba la peor sospecha de los miembros del jurado: Nikki había sido víctima de maltrato infantil.
El jurado terminó por convencerse de que Roberson era culpable cuando Brian Wharton, el detective principal de la investigación, aseguró en el juicio que el acusado había reaccionado con frialdad y desapego ante la agonía de su hija.
Cuando Nikki falleció, Roberson tenía 35 años. Era padre soltero y había logrado la custodia de su hija dos meses antes de llevarla desmayada al hospital de Palestine, la ciudad donde vivían en el este de Texas.
Un año después de la muerte de Nikki, el 21 de febrero de 2003, Roberson fue condenado a la pena de muerte y se convirtió en el prisionero número 999442 en el corredor de la muerte de Texas, el estado con el mayor récord de ejecuciones en Estados Unidos.
En 2018, cuando Roberson acumulaba 15 años en prisión, fue diagnosticado con autismo.
La decisión del gobernador
El preso tiene ahora 57 años y está previsto que sea ejecutado el próximo jueves 17 de octubre.
Sin embargo, los abogados de Roberson presentaron una petición de clemencia para que la Junta de Indultos y Libertad Condicional de Texas recomiende al gobernador del estado, Greg Abbot, que acepte conmutar la pena de muerte.
Aunque la junta formule la propuesta, la decisión final está en manos de Abbot, quien ha concedido un solo indulto a un condenado a pena capital en los 9 años que ha sido gobernador de Texas.
El objetivo de los abogados no es sólo impedir la ejecución de Roberson. También piden que se convoque una nueva audiencia, en la que puedan refutar los errores procesales de 2002 y mostrar las evidencias que no fueron evaluadas por el jurado.
“Robert Roberson es un hombre inocente”, sostiene la petición de los abogados. “Este no es un caso en el que el Estado consiguió a la persona equivocada. En cambio, se alegó un delito pero en realidad no ocurrió ninguno”.
La solicitud es respaldada por 34 científicos y médicos, un grupo bipartidista de 84 legisladores de Texas, 70 abogados especializados en defender a personas acusadas injustamente de abuso infantil, así como decenas de organizaciones que defienden a pacientes con autismo y activistas por los derechos de los padres, explica Innocence Project, una organización que defiende los derechos de convictos sentenciados injustamente en Estados Unidos.
Entre los firmantes figura el novelista John Grisham, autor de taquilleros thrillers de Hollywood como las películas Sin Salida (protagonizada por Tom Cruise y Jeanne Tripplehorn) y El informe pelícano (con Julia Roberts y Denzel Washington).
“Este no es un caso en el que el sistema se equivocó de persona, sino más bien uno en el que no se cometió ningún delito”, escribió Grisham. “Hay que hacer algo para detener la ejecución de Robert. El gobernador Abbott y la Junta de Indultos y Libertad Condicional pueden evitar una injusticia irreparable concediéndole el indulto”.
Si se niega la petición y la sentencia se cumple, Robert Roberson se convertirá en el primer prisionero ejecutado por un caso de síndrome del bebé sacudido en Estados Unidos.
Tres errores en el caso
La petición de indulto recoge los tres errores que, según la defensa, demostrarían la inocencia de Roberson.
El primer error es que los médicos concluyeron que Nikki padecía el síndrome del bebé sacudido, sin considerar síntomas propios de una “doble neumonía” que no fue diagnosticada, como la fiebre de 40 grados que presentó poco antes de quedar inconsciente.
“Cuando Robert llevó a Nikki al hospital, el personal médico se apresuró a juzgarlo basado en suposiciones incorrectas y la ignorancia de su condición médica real”, advierte el documento.
“Ahora sabemos que los pulmones de Nikki estaban gravemente infectados y lucharon por obtener oxígeno durante días, o incluso semanas, antes de su colapso”.
La recolección de tejido pulmonar en una nueva autopsia reveló que la niña padecía dos tipos de neumonía (viral intersticial y bacteriana aguda secundaria), que desgarraron sus pulmones, le ocasionaron una sepsis y luego un choque séptico.
Los médicos que atendieron a Nikki no consideraron en su momento que el historial médico de la niña incluía “infecciones crónicas que múltiples cepas de antibióticos no pudieron resolver” y episodios de apnea respiratoria, en los que “inexplicablemente dejaba de respirar, colapsaba y se ponía azul por la falta de oxígeno”.
La segunda falla que alega la defensa es que las autoridades “aceptaron las suposiciones de los médicos de que su condición fue causada por abuso y no investigaron más”.
A Roberson le prohibieron visitar a la niña mientras agonizaba en el hospital, hasta que finalmente fue detenido en lo que sus abogados definen como “una celda suicida”, sin acceso a defensa legal desde el inicio del caso hasta que le asignaron un abogado.
“Ese abogado, sin haber hecho ninguna investigación, insistió en que el Estado tenía razón: Robert debió haber sacudido a su hija y causó su condición, independientemente de su insistencia en que amaba a la niña y no habría hecho nada para dañarla”.
El documento cita evidencia científica que demuestra que los síntomas de Nikki pueden atribuirse a otras causas diferentes a lesiones infligidas por maltrato, como la neumonía, que también puede bloquear el paso de oxígeno hacia el cerebro y desencadenar daños irreversibles que conduzcan a la muerte.
Durante los años en los que Roberson ha permanecido en prisión, el síndrome del bebé sacudido ha perdido credibilidad científica para ser considerado como evidencia sólida en casos penales.
El tercer error es que tanto el personal médico como los policías malinterpretaron la reacción de Roberson ante lo que estaba ocurriendo. “Vieron su comportamiento no neurotípico, un síntoma de su autismo, como un reflejo de falta de emoción frente a la difícil situación de su hija, lo cual está muy lejos de la verdad”.
“La muerte de Nikki no fue un delito, a menos de que sea un delito que un padre no pueda explicar problemas médicos complejos que ni siquiera los profesionales médicos capacitados lograron entender en ese momento”, señala la petición de clemencia.
“Es nuestra falla”
Dos décadas después de haber testificado contra Roberson en el juicio, el detective Brian Wharton reconoció que todo el procedimiento careció de fundamento.
“No había ninguna escena del crimen ni pruebas forenses. Eran sólo tres palabras: síndrome del bebé sacudido. Sin ellas, hoy sería un hombre libre”, declaró el año pasado al diario británico The Guardian.
Wharton, quien abandonó la carrera policial y ahora es reverendo en una iglesia, no sólo suscribió la petición de clemencia de Roberson. También lo visitó en prisión para pedirle perdón por haberlo enviado a la cárcel.
En un documental del diario estadounidense The New York Times, se ve el momento en el que Wharton se sienta frente a Roberson, separados por un cristal y tras 22 años de encarcelamiento, y toman los teléfonos en una cabina de la prisión para comunicarse.
“Déjeme decirle que lamento mucho que esté aquí, que todavía esté aquí”, le dice Wharton a Roberson. “Es nuestra falla (...), estoy convencido de que cometimos un error”.
Wharton asegura en el video que Roberson fue al hospital porque Nikki se había caído de la cama mientras dormía y no reaccionaba. “Su hija estaba muriendo y parecía que a él no le importaba”, recuerda haber pensado cuando entró en contacto con Roberson por primera vez.
Años después, la abogada de Roberson le tocó la puerta a Wharton y le contó que el prisionero había sido diagnosticado con autismo. “Eso explicaba la reacción plana y sin emociones que tuvo en el hospital”, descubrió Wharton finalmente.
“Este caso ha sido una carga para mi corazón y mi espíritu”.
El prisionero tartamudea cuando habla con Wharton. “Yo haría lo que fuese para traerla de vuelta”, le dice mirándolo a los ojos. Asegura que tenía mucho que decirle, pero al estar frente a él, se quedó sin palabras. “Si este caso se hubiese investigado apropiadamente, yo no estaría aquí”.
Al final de la conversación, el expolicía se atreve a preguntarle a Roberson qué le gustaría decirle a él y a todas las personas responsables de su condena.
“Me gustaría decirles que los perdono a todos”, responde Robert Roberson sin hacer gestos que revelen emociones. “Solo espero y rezo para que juntos podamos hacer las cosas bien”.
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