El ejercicio democrático dio su veredicto y usted fue elegido democráticamente por una población insatisfecha con el estado actual de las cosas y que quiere un cambio.

Su principal desafío es que ese cambio pueda plasmarse en un estado distinto, pero mejor de las personas: en una verdadera transformación.

Sus predecesores no pudieron o no quisieron comprender que la mayor parte de sus ciudadanos están insatisfechos con su situación. Probablemente no supieron que sólo informar números de éxito macroeconómico no es suficiente para cambiar tanto el bolsillo, como para mejorar la sensación y expectativas.

Espero que evite los errores de sus pares ideológicos que, a pesar de sus intenciones, no han podido plasmar ese cambio de forma sostenible y que se quedaron en el simple discurso.

Primero, por favor no se crea indispensable o irremplazable. Es posible que su elección sea resultado los que no quieren que estén los de siempre, más que una elección por su persona y por su ideología.

Varios gobernantes han supuesto erróneamente que la votación recibida es un cheque en blanco, sin tomar en cuenta que deben combinar el apoyo legítimo con la pluralidad democrática.

Tampoco caiga en la tentación de cambiar por cambiar y de sólo generar una nueva narrativa a la que el resto de la población deba adaptarse obligatoriamente.

Segundo: informe su gestión, sea sujeto a control social y no tenga miedo de decir la verdad. No haga de la información un aparato de propaganda, de la rendición de cuentas un encuentro de correligionarios y de su percepción la verdad oficial.

En lo económico, aprenda lo que no pudieron sus antecesores: a combinar las genuinas inquietudes de la población con los medios adecuados para la transformación.

Como lo atestiguan los premios Nobel de economía Esther Duflo y Abhijit Banerjee, progresistas como usted, la verdadera economía se ha ido despojando gradualmente de la ideología y ha demostrado a sí misma que puede cambiar sus postulados básicos por otros que son mejores y rigurosamente probados.

Conduzca la política económica basándose en la evidencia científica existente y no sólo en buenos deseos o en añoranzas de ideologías del pasado (sin importar su orientación), que son inservibles en el siglo donde la transformación es la regla, no la excepción.

Recuerde que las políticas correctas toman tiempo en plasmarse. No caiga en la falacia “post hoc” de creer que los eventuales buenos indicadores son resultado de su gestión.

Haga continuamente evaluaciones de su gestión por economistas profesionales e independientes para que sepa si están funcionando sus propuestas y enmendar lo que sea necesario. No se crea su propio cuento, ni se convierta en su mejor admirador.

Eso no significa que no haga nada para cambiar el presente. Para eso necesitará verdaderos especialistas en economía de la pobreza, de la salud y de la educación, que puedan mostrar cómo implementar políticas sociales focalizadas para aquella población insatisfecha por la falta de oportunidades.

Busque las “victorias tempranas” que sean las mejores en términos de resultados y de costos. Rehúya a quienes le indiquen que existen las soluciones rápidas y mágicas, o a aquellos que creen que simplemente cambiando los rótulos y creando narrativas, sin transformar la esencia, se puede cambiar.

Por último, sepa que el Estado, al igual que el mercado, tiene sus límites y sus taras. Transforme el Estado en uno que sea de veras eficiente y orientado a su población, no sólo a los que lo eligieron.

Cree instituciones, no sólo apruebe leyes. Siembre institucionalidad en quienes conforman el aparato estatal, no se dedique a rodearse sólo des sus correligionarios.

Sea el medio para plasmar la esperanza que tiene su población, no para concretar sus sueños personales.

Es ahora presidente de todos quienes viven en su país. Deje atrás la polarización reciente y plasme los deseos sinceros de su población de tener más y mejores oportunidades no sólo para trabajar y emprender, sino para vivir.