Fernando Aníbal García Enríquez

Hace un tiempo, el periódico virtual “Brújula Digital” publicó un artículo intitulado “Un pionero en el oriente”, en el cual se suscribe al señor Ronald MacLean Abaroa como su autor. 

Dicho texto, referido a la fundación del Ingenio Azucarero La Esperanza, en el departamento de Santa Cruz, no precisa la verdad histórica de los hechos, por lo cual debo, por ello, realizar una necesaria aclaración.

Una de aquellas imprecisiones sostiene que la industria azucarera, en Santa Cruz, se origina con la fundación del Ingenio Azucarero La Esperanza el año 1939. Sin embargo, la documentación histórica disponible prueba que esta actividad tiene 463 años de antigüedad, iniciándose el año 1561 con la fundación de la ciudad en manos del Cap. Ñuflo de Chaves; desde entonces, el procesamiento de la caña de azúcar se realizó sobre la base de procedimientos y técnicas que permitieron obtener nuevos conocimientos, como técnicas para la siembra de caña, construcción de trapiches de madera, sistemas de cocimiento del caldo de caña en pailas, métodos de cristalización y recuperación de mieles en hormas de greda, operaciones ingenieriles que dieron lugar a una tecnología nativa que sobresalió con éxito en las regiones rioplatenses; así por ejemplo, según reporta el historiador paraguayo Eugenio Friedmann, el año 1568 Juan de Garay, quien colaboró con Ñuflo de Chaves en la fundación de Santa Cruz de la Sierra, se dirigió hacia Asunción, llevando un maestro azucarero cruceño para impulsar esta industria en el Paraguay, confirmándose con este evento la primera exportación de tecnología cruceña el año 1568.

Otro desacierto detectado en el mencionado artículo posiciona a Luis Iturralde, de ocupación arquitecto, como fundador del Ingenio La Esperanza. A saber, el gestor e ideólogo principal fue el productor azucarero don Waldo Bravo Justiniano, quien el año 1939 decidió fundar un ingenio con tecnología moderna en su propiedad denominada “La Esperanza”; para concretar este proyecto, éste recurre a otros productores azucareros, consiguiendo el apoyo del entonces presidente Germán Busch, sin embargo, esta gestión no pudo materializarse debido a la inesperada muerte del mandatario, por lo cual debieron admitir nuevos socios en el proyecto, incluyendo en esta instancia a Iturralde.

Si bien la participación de Luis Iturralde sirvió para canalizar créditos bancarios, asumiendo la conducción del ingenio luego de que Waldo Bravo se apartara de la sociedad, estos recursos no fueron sabiamente utilizados, dando como resultado su cierre definitivo el año 1964. Varios años después, Iturralde hace su descargo, señalando a otro ingenio azucarero como el culpable de aquella quiebra, acusación que es recogida por don Erwin Gasser, respondiendo inmediatamente a través de una carta abierta fechada el 4 de diciembre de 1986, (periódico el mundo) en la que detalla punto por punto, la pésima administración de dicha empresa, como la compra de maquinaria sobredimensionada, instalaciones innecesarias, y compra de un avión y una casa en la Paz, entre otros.

Sin embargo, los desaciertos de aquel artículo se maximizan al afirmar que Iturralde trajo “civilización y cultura” a esta región. Debo aclarar en este punto que, para el año 1939, La Esperanza ya era un establecimiento azucarero con una producción anual de 900 hormas de azúcar, equivalente a casi 1000 quintales de este producto, y 5000 botijas de melaza, equivalente a casi 2500 litros destinados a su fermentación para la producción de alcohol, práctica que influyó en el oriente, desde el S. XVI en la configuración de la identidad, tradición y cultura de Santa Cruz de la Sierra, creando pueblos, creando sociedad, hábitos, un imaginario social, y hasta la forma típica de vestir de los cruceños, además de un novedoso sistema de generación de empleo no visto en otras latitudes del continente; basta recordar a doña Catalina Polanco, propietaria de un ingenio azucarero el año 1620, quien desarrolló técnicas de blanqueamiento de azúcar para hacerlo más competitivo en la Villa Imperial de Potosí y, puesto que en Santa Cruz de la Sierra no existían esclavos africanos al servicio de esta industria y, según consta en archivos de ABNB, creó un sistema de mano de obra pagada en función de las capacidades de cada uno de ellos.

Por otra parte, la creación de los Ingenios San Aurelio y La Bélgica, ya en el S. XX, fueron emprendimientos privados, cuyos éxitos visibles en la actualidad son consagrados a partir de la visión y liderazgo de sus fundadores, no habiendo influenciado en absoluto, observando el artículo mencionado, la presencia de Iturralde durante el tiempo que participó, de acuerdo con sus propias palabras, de aquella aventura. Si bien el arquitecto Iturralde es reconocido en el oriente por su dedicación de veinte años en las faenas que exige el doloroso proceso para la consolidación de un proyecto industrial, pesa más los malos resultados obtenidos al final del camino, debido a la mala conducción del ingenio que encabezó. 

Es conveniente, necesario, y prudente, aclarar la verdad de los hechos, para la salud de la historia nacional.